Con una pieza de uno que otro equipo inservible, los alumnos del Centro de Recuperación de Computadoras (CRC) de la sureña ciudad brasileña de Porto Alegre pusieron a andar 1.700 máquinas en tres años de trabajo.
A fines de 2009 deberían llegar a 2.500 computadoras, que serán distribuidas a escuelas, jardines de infantes, organizaciones no gubernamentales y centros de informática, acercando la tecnología a gente que está aún lejos de ella en esta ciudad de 1,5 millones de habitantes, capital del estado de Rio Grande do Sul.
La materia prima del CRC es la basura electrónica que desechan el gobierno federal, los bancos, las empresas y usuarios individuales, que se deshacen de sus computadoras por otras más modernas o porque no consiguen repararlas.
Antes, computadores, impresoras y accesorios eran arrojados a vertederos sanitarios o depositados en un confuso montón que acababa mezclado con escombros. Ahora recuperan un tiempo más de vida útil, o son reciclados como materia prima para expresiones artísticas.
El proyecto forma parte del Programa Brasileño de Inclusión Digital y es resultado de una asociación entre el Ministerio de Planeamiento y la Red Marista de Educación y Solidaridad, parte de la congregación católica de los Hermanos Maristas.
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Centros como el de Porto Alegre se han instalado en los estados de Minas Gerais y São Paulo, en el sudeste y el sur, y en el distrito federal de Brasilia, centro del país.
Como en los demás, el CRC de Porto Alegre se encuentra en un barrio periférico. Allí 88 jóvenes de familias vulnerables reciben una beca que les permite aprender a desarmar, reacondicionar, adaptar y montar equipos, instalar software libre, programar y configurar computadoras.
Pero, sobre todo, descubren el valor de cada pieza, no sólo de las máquinas, sino de ellos mismos como ciudadanos. «El curso es importante por su aspecto profesional y por la convivencia personal, porque aquí la gente interactúa», explica Keith Garcia Reges, de 16 años.
En la «era de lo descartable», ella y sus compañeros constituyen una excepción. «Dejamos de desechar muchas cosas y aprendemos a usar más lo que tenemos en casa», dice. Es poca la gente que puede darse el lujo de revolver sin miedo dentro de una computadora porque si se «descalabra», después se «arregla», dice.
Reges repara computadores, cargadores de teléfonos celulares, parlantes, ventiladores. Y multiplica sus conocimientos. Invitó a dos de sus colegas a presentar un trabajo sobre residuos electrónicos en una muestra pedagógica que se llevará a cabo en su escuela.
En el pabellón instalado en la sede del Centro Social Marista (Cesmar) de la ciudad, Rafael de Vasconcelos, de 17 años y apasionado por la robótica, llegó más lejos. Empezó como voluntario cuando tenía 15, fue monitor, luego contratado como aprendiz y hoy es educador. Con la beca que recibe paga sus estudios en la Facultad de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, a la que acaba de ingresar.
«Cuando estoy en clase, me siento feliz de ver que aprendo a mezclar estas cosas que ayudan a mejorar el mundo», afirma.
Los ojos de Vasconcelos apenas perciben la ventaja de la velocidad y eficiencia de los equipos que pone a andar. Él reconoce, por ejemplo, que la fabricación de un computador tiene más costos para el ambiente que los imaginados por los consumidores.
Todo lo que llega al CRC se aprovecha. Muchas piezas que no pueden ser reparadas se desmontan y son estudiadas en las aulas de robótica, territorio de Vasconcelos.
Quien vea la montaña de carcasas de máquinas tragamonedas en el patio del Cesmar no imagina la cantidad de productos generados a partir de esos equipos ilegales incautados por la Receita Federal (autoridad impositiva) y donados con una condición: que se reaprovechen sus materiales.
Orgulloso, Vasconcelos relata cómo transformó una vieja pantalla en un cartel luminoso de divulgación. «Nos llevó dos meses ‘mapear’ la parte electrónica, después ‘plugamos’ (enchufamos) el puerto paralelo del computador e hicimos un programa para imprimir palabras y letras», describe contagiado de la jerga informática.
El conocimiento adquirido pasa a los nuevos estudiantes. La madera de las máquinas tragamonedas también se usará para fabricar banquitos, adornos y mesas, en un nuevo proyecto que se iniciará este año para crear a la vez nuevos oficios e ingresos.
En la parte trasera del CRC, los residuos electrónicos que no pueden recuperarse se convierten en arte. La cubierta de un antiguo y enorme computador IBM sirve de base para pintar grafitis con motivos de la Pascua, que decoraron el Cesmar en la Semana Santa.
Cuando era nuevo, hace unos 12 años, este computador costaba unos 27.000 dólares, observa Tarcísio Postingher, coordinador técnico del Centro. «La tecnología evolucionó tanto que ya no puede funcionar con los modelos actuales», explica.
Desarmado, se convirtió en cuadros que expresan la creatividad y el talento juveniles. De sus partes metálicas surgen pequeñas figuras de jugadores de fútbol, pintadas y colocadas sobre una base, que se usan como trofeos.
Cuando los materiales no se pueden reaprovechar, el propio CRC se encarga de darles un destino apropiado. Aunque incipiente, se está desarrollando en Brasil un mercado de empresas que captan basura electrónica, conocida aquí como «e-lixo», y que se compone sobre todo de placas de informática, telefonía y electrónica.
Una de esas empresas es Lorene. «Procesamos unas 200 toneladas de e-lixo por mes», afirma su gerente de producción, Eduardo Manuel Ribeiro de Almeida.
De ese proceso de purificación, emergen metales nobles, como oro, plata, platino, paladio y cobre, que retornan al ciclo productivo, reduciendo así la demanda y extracción de minerales de la naturaleza, explica el ingeniero Almeida.
El coordinador del CRC, Postingher, con formación teológica y postgraduado en informática, señala los desafíos futuros. «En 2008, se vendieron en este país 12 millones de computadoras. Eso significa que en dos o tres años habrá que darles un destino final», dice.
Además de la adaptación a las nuevas tecnologías, se necesita formar profesionales con una visión global.
Atento a los debates de las tecnologías de la información verde, Postingher recuerda que uno de los principales problemas de los centros e industrias informáticas es economizar electricidad.
Una posibilidad es contar con un único servidor virtual que administre 10 servicios al mismo tiempo, disminuyendo la cantidad necesaria de computadoras y de energía, ejemplifica.
De esta forma, se daña menos el ambiente. «Este cambio de mentalidad es difícil, pues todo el mundo quiere consumir. Hay que preparar a los seres humanos, y eso requiere un proceso educativo», concluye.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Excluida la publicación en Italia. Publicado originalmente el 18 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.