ISRAEL-PALESTINA: Todo puede cambiar… o no

Se mueven las piezas en Medio Oriente en el marco de un estancamiento diplomático. Pero ni la cumbre de la Liga Árabe, de este lunes en Doha, ni el comienzo de un nuevo gobierno de Israel este martes podrán resolver o, al menos, aliviar el conflicto entre este país y los palestinos.

Hace 16 meses, tras regresar de la cumbre realizada en la ciudad estadounidense de Annapolis que subrayó la necesidad de crear un Estado palestino, el saliente primer ministro israelí Ehud Olmert advirtió en forma rotunda: "dos estados o Israel está acabado".

Olmert está "acabado" como primer ministro y no hay un Estado palestino.

Estados Unidos no cambió su política respecto del conflicto árabe-israelí y Bejamín Netanyahu, el sucesor de Olmert, se niega tan siquiera a comprometerse con el principio de dos estados. En ese contexto, sólo un acérrimo optimista se atrevería a pensar que esa una solución podría materializarse en un futuro inmediato.

Hace tres años, poco después del retiro unilateral de Israel del territorio palestino de Gaza, ordenado por el entonces primer ministro Ariel Sharon (2001-2006), Olmert fue elegido con la promesa de un nuevo comienzo con vistas a concretar la solución de dos estados, a saber otra retirada unilateral, de soldados y de colonos, pero esta vez de Cisjordania
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Pero tres meses después del comienzo de su mandato, en el verano boreal de 2006, Olmert lanzó una guerra contra el libanés y pro sirio Hezbolá (Partido de Dios) e incumplió su promesa.

El primer ministro le dio la espalda a su compromiso, pese a que el motivo de la guerra fue que el movimiento chiita había violado la frontera entre Israel y Líbano, reconocida por la comunidad internacional tras un anterior retiro unilateral en mayo de 2000.

Olmert recurrió a una justificación similar, violación de frontera, para lanzar el último y desproporcionado ataque contra Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) en Gaza, del 27 de diciembre al 17 de enero, pero esta vez, el motivo no fue tan legítimo.

El primer ministro israelí no respetó su promesa de terminar con la ocupación en otro de los territorios palestino, ni existe una línea de demarcación reconocida por la comunidad internacional entre Israel y Palestina. Además, el Estado judío mantiene la ocupación en Cisjordania.

En el frente diplomático, Olmert se jacta de la casi concreción de acuerdos de paz con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, y con el presidente de Siria, Bashar al-Asad. Es verdad, mantuvo negociaciones con ambos gobernantes.

Pero a estas alturas es irrelevante si fue genuino su compromiso con la solución de crear dos estados y de entregar las Alturas del Golán, reclamadas por Siria, o si su cobardía e incompetencia fueron las responsables del fracaso de uno o de los dos acuerdos de paz.

De cualquier forma, el primer ministro saliente deja un legado pernicioso, no sólo por las inconclusas guerras en Gaza y Líbano, sino por el fracaso de sus negociaciones diplomáticas.

Su compromiso con la creación de dos estados suena hueco. Olmert puede haber abogado por la paz, pero en la práctica, su política sólo favoreció el fortalecimiento del poder de disuasión de Israel tras dos instancias de retiro unilateral.

Su política no hizo más que impedir la posibilidad de una pronta concreción de lo más importante, la desocupación de la mayor parte de Cisjordania para poder pensar en la creación de un Estado palestino.

Sus resultados tangibles en materia de política exterior se ubican en el ámbito militar y no sólo por las guerras contra Hezbolá y Hamás.

También lanzó tres acciones de alto riesgo en el extranjero: el asesinato en Damasco del jefe de operaciones de Hezbolá, Imad Mughniyeh, el bombardeo a un presunto reactor nuclear sirio en construcción, y ataques aéreos contra Sudán por su supuesta responsabilidad en el contrabando de misiles iraníes para Hamás.

Sin embargo, la continua parálisis diplomática no debe atribuirse sólo a Olmert. Otros hechos impidieron que la región siguiera un camino menos contencioso tendiente a lograr la paz.

Medio año después de la cumbre de Annapolis de noviembre de 2007, la ANP se vio sacudida por luchas internas. El Partido secular Fatah, de Mahmoud Abbas, y Hamás se disputaron el poder.

En junio de ese año, el movimiento islámico se arrogó el control de Gaza por la fuerza, tras su triunfo en las elecciones legislativas de enero de 2006. Las luchas internas y la falta de reconciliación entre los palestinos son, en parte, responsables de que perdieran sentido las medidas acordadas en Annapolis para alcanzar la solución de dos estados.

Otra política que quedó por el camino por las diferencias regionales y las pujas de poder fue la propuesta de paz de la Liga Árabe a cambio del retiro total de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados.

La decisión adoptada por la Liga Árabe en Beirut en 2002 fue su primer intento de presentar una estrategia unificada de paz con Israel, a diferencia de las posiciones contrarias adoptadas en Jartum tras la guerra de 1967.

Cuando el presidente estadounidense Barack Obama visitó la región como candidato en el verano boreal pasado, se mostró sorprendido de que Israel no hubiera aceptado la oferta de paz de la Liga Árabe.

Dada su preferencia por el diálogo para resolver los problemas, Obama puede verse obligado a responsabilizar de la salida del impasse diplomático tanto a las diferencias entre los árabes como a las políticas que adopte el nuevo gobierno israelí.

Obama no tendrá más alternativa que tener en cuenta las diferencias entre las fuerzas palestinas, si éstas no se saldan en la cumbre árabe de este lunes en Doha o poco después.

Por su parte, Netanyahu cuenta con que esas diferencias se mantengan. Pero la comunidad internacional le seguirá exigiendo que asuma la responsabilidad por la advertencia de Olmert de "dos estados o Israel está acabado".

Independientemente de lo que hagan, o no hagan, los palestinos, y de la inclinación ideológica de Netanyahu, él será responsable de lo que Olmert no hizo: hacer una verdadera oferta con vistas a concretar la creación de dos estados.

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