Merecedor de premios nacionales e internacionales por su obra literaria y perseguidor de leyendas e historias de su natal ciudad cubana de Camagüey, Roberto Méndez no logra reponerse aún de la sorpresa que recibió del Vaticano.
Este cubano de 50 años, amante crítico de las artes plásticas y el ballet, poeta, narrador y ensayista, también conocido por su sistemática y fructífera labor como laico católico, fue nombrado por el papa Benedicto XVI como consultor del Pontificio Consejo para la Cultura.
Méndez es miembro del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y de la Academia Cubana de la Lengua, fue reconocido con la Distinción Por la Cultura Nacional, es fundador y coordinador del Aula de Poesía en el gubernamental Centro Cultural "Dulce María Loynaz" y colaborador de la oficina de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS) en Cuba.
De forma paralela y con la misma prioridad en su vida, se graduó de Planeación Pastoral en el Instituto Mexicano de Doctrina Social en 1995, fue entre 1996 y 2000 responsable de la Pastoral de Cultura de la Diócesis camagüeyana, distante 540 kilómetros de La Habana, e integra el consejo de redacción de la revista católica Palabra Nueva.
Establecer "puentes de diálogo" entre estos ambos mundos en que ha transcurrido su vida desde muy joven aparece hoy como una de las prioridades del "consultor" del Vaticano, un nombramiento concretado en enero y que, a su juicio, más que un reconocimiento a su persona es un gesto "excepcional" del Papa hacia Cuba.
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IPS: ¿Por qué interpretas tu nombramiento como algo excepcional?
ROBERTO MÉNDEZ: Porque acaba de concluir su labor como consultor monseñor Carlos Manuel de Céspedes, un cubano que fue electo, además, por más de un período.
Según la lógica, no se suponía que otro cubano accediera a representar una región tan vasta como América Latina y las Antillas. Su Santidad ha tenido un gesto de deferencia excepcional, no conmigo, sino con esta isla al mantener a un cubano en el Consejo.
Los Consejos Pontificios son estructuras auxiliares de las que se vale Su Santidad para asesorarse en sus relaciones con diversas áreas del complejo mundo actual: medios de comunicación, laicos, cultura, entre otros.
Además de los cardenales y obispos que los integran como miembros plenos, los Consejos tienen un grupo de consultores expertos, que pueden ser laicos, elegidos por un período de cinco años. Es usual, aunque no obligatorio, que los miembros y consultores se roten entre diferentes países.
IPS: En la práctica, ¿qué te espera?
RM: Estoy todavía empapándome con el lenguaje y las maneras de trabajo del Consejo. Según derivo de la lectura de algunos documentos, existen unas líneas de acción trazadas por el Vaticano para sus relaciones con el mundo de la cultura
son muy amplias y su aplicación es variadísima, según las características de cada lugar.
¿Qué me espera? Sólo Dios sabe lo que le espera a uno dentro de cinco minutos, pero se supone que yo funcione tanto como conocedor de la pastoral para la cultura, como de la historia de la cultura y sus relaciones con la Iglesia en América y que responda a consultas, asista y sea ponente en las reuniones regionales y participe en diversos proyectos que el Consejo lleve a cabo. Mi labor no es la de un ejecutor, sino la de un experto.
IPS: Eres muy conocido en el mundo de la cultura cubana, pero evidentemente llevas también una vida muy activa como laico católico. ¿A qué atribuyes este nombramiento?
RM: Durante varios años fui responsable de la Pastoral para la Cultura en la Arquidiócesis de Camagüey y, dejando la falsa modestia a un lado, uno de los intelectuales cubanos comprometidos con la Iglesia Católica más conocidos en el país y que ha mantenido una voluntad de diálogo entre la cultura más o menos oficial y aquella generada por las instituciones religiosas.
Eso debe haber influido en la decisión de la Conferencia de Obispos de Cuba de proponerme al Vaticano.
Pienso que también es un acto de buena voluntad hacia los laicos por parte de la Conferencia. Pudieron proponer a un sacerdote, que los hay cultos y prestigiosos, pero en los últimos años el laicado cubano ha crecido, se ha fortalecido, tiene voz en la vida eclesial, participa en decisiones y esto es un voto de confianza.
IPS: ¿Cómo definirías esa responsabilidad desde tu posición como intelectual cubano?
RM: Creo que es una oportunidad de aprender, crecer espiritualmente y servir.
Por una parte, servir a mi Iglesia en una encomienda que me da, no defraudarla, servir al Papa de un modo concreto, sabiendo que un consejo puede influir en una decisión que es universal. Y, por otra parte, aunque no represento a Cuba, sino a toda una región, el nombramiento puede ayudar, dentro del mismo país a establecer necesarios puentes de diálogo..
Estamos en una hora en que se necesita buena voluntad, reconciliación, entendimiento y eso creo que tiene un terreno fértil en el campo de la cultura. Hay que salir de las actitudes sectarias. Pertenezco al Consejo Nacional de la Uneac y ahora estoy en uno Pontificio y no soy un esquizofrénico para comportarme como dos personas distintas.
IPS: O sea, ¿seguir tendiendo puentes?
RM: Puedo poner mi grano de arena en buscar comprensión desde la cultura para lo que supone el vasto mundo de la fe y, por otro lado, encontrar en la cultura cubana viva eso que se ha dado en llamar "semillas del Verbo".
En otras palabras, poner en práctica lo que Juan Pablo II (1920-2005) nos pidió a los intelectuales desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana, durante su visita a la isla hace una década.
Es muchísimo y debo conciliarlo con otras muchas labores, pero eso me ayuda a sentirme vivo y útil, inmunizado contra muchos desencantos, de esos que hoy agobian a tanta gente.