Yaima Arias se estableció en la capital cubana hace ocho años, cuando vio que su futuro en la oriental provincia de Granma no era demasiado prometedor. Su historia es como la de miles de personas que se radican cada año en La Habana, donde parecen confluir todos los caminos de la isla.
Las corrientes migratorias internas han tenido variaciones en las últimas cinco décadas, pero la prominencia de La Habana como destino principal de esos movimientos aumentó con la crisis económica iniciada en la década pasada, hasta alcanzar niveles similares a los de antes de la revolución de 1959.
"Decidí trasladarme a la Universidad de La Habana en medio de la carrera, porque entendí que allá en oriente no iba a tener mucho desarrollo profesional", relató a IPS Arias, quien apostó por esa mudanza aunque ignoraba si la aventura tendría un final feliz o sería "una tragedia".
"Al campo no vuelvo. Allí no tengo oportunidades de hacer nada ni de llegar a ser nadie", sostuvo Alicia Martínez, nombre ficticio que eligió una psicóloga de 32 años, que también estudió en la universidad capitalina y no regresó a su pueblo natal en la provincia de La Habana, lindante con la ciudad homónima.
Un censo realizado 1953 estableció que 63 por ciento de los migrantes internos elegían afincarse en La Habana, que entonces era casi el único centro de desarrollo económico del país, cuya población rural dependía fundamentalmente de la zafra azucarera.
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Aunque la revolución se propuso estimular la economía de las regiones menos favorecidas, el censo de 1970 no mostró cambios notables en la dirección de los flujos migratorios: 28,9 por ciento de la población habanera de entonces no había nacido en la ciudad, que seguía siendo la mayor receptora de emigrantes.
Esa situación cambió relativamente tras la nueva división político-administrativa establecida por la Constitución de 1976. Con las inversiones en las nuevas cabeceras provinciales y municipales, ambos tipos de asentamientos urbanos concentraron 64,4 por ciento de la migración interna, al menos hasta mediados de los años 80.
"Me paso el mes trabajando, cobro mi salario y después tengo que buscar más dinero para completar el alquiler y seguir luchando para comer", comentó a IPS Andrés Lucena, joven contador de una empresa estatal.
"Cuando terminé la carrera tenía dos opciones: regresar a (la provincia central de) Ciego de Ávila o quedarme y hacer cualquier cosa para sostenerme", reconoció Lucena, quien prefiere ser conocido entre sus colegas como vendedor de comidas ligeras y ropa a retornar a su lugar de origen.
La psicóloga Martínez sobrevive gracias a un negocio de comercialización de piezas de computadoras y cámaras fotográficas en el mercado negro. Al igual que ella, no pocos migrantes pululan en las calles habaneras, donde venden productos agrícolas, manufacturados o hasta electrodomésticos de moderna tecnología.
Según la Encuesta Nacional de Migraciones Internas de 1995, en el periodo más agudo de la crisis económica, cerca de la mitad de la población joven y adulta de entonces había emigrado de su lugar de nacimiento a otro punto del territorio nacional.
"La contracción de la economía a partir de la década del 90 y del cese de la política inversionista que favorecía otros territorios se manifestó en el incremento, desde ese momento, de la migración a la capital, que retomó prácticamente los niveles que la caracterizaron en los años próximos al triunfo revolucionario", señala la investigadora Norma Montes Rodríguez.
En su artículo "Una aproximación al estudio de la migración interna en Cuba", publicado por la revista Temas en 2000, Montes indicó que entre 1990 y 1996 el flujo a la capital se duplicó.
El fenómeno llevó al gobierno a disponer en 1997 el decreto-ley 217 sobre Contravenciones del Régimen de Regulaciones Migratorias para Ciudad Habana.
La medida obligaba a los aspirantes a "domiciliarse, residir o convivir" en la urbe a tener condiciones de vivienda garantizadas, con autorización del propietario del inmueble, el arrendatario o de una entidad estatal, en el caso de zonas especiales o de "alto significado para el turismo".
Pero autoridades y expertos coinciden en que la solución no es dictar leyes más o menos restrictivas, sino por un desarrollo socioeconómico en las provincias que ofrezca mejores oportunidades e incentive a sus residentes a permanecer en los lugares donde nacieron.
Arias pasó por varias casas de parientes y de alquiler antes de asentarse definidamente en un pequeño apartamento prestado por un familiar. En esas mudanzas de un sitio a otro padeció episodios de violencia doméstica y el constante sobresalto por el estatus ilegal de sus domicilios temporales.
"En uno de esos lugares pagaba de alquiler casi mi salario completo. Almorzaba en el trabajo y me quedaba hasta tarde para aprovechar la merienda, porque no tenía qué comer en la casa. Jamás desayunaba", recordó esta mujer, que ahora reside en una ciudad europea.
"Me moría de vergüenza de que alguien supiera mis miserias", admitió Arias, cuya procedencia la obligó en sus primeros tiempos en la ciudad a imitar el acento habanero para evitar la discriminación contra los "palestinos", como llaman en la capital a los emigrantes ilegales de oriente.
Cuatro de las cinco provincias del extremo este de Cuba emiten alrededor de 30 por ciento del total de la migración interna, frente al 22 por ciento reportado entre 1977 y 1981.
El Estudio de la las Migraciones Internas de la Oficina Nacional de Estadísticas, de 2008, concluye que 15 por ciento de la población total nacida en la isla reside en una provincia diferente a la de su nacimiento.
La Habana es una de las 10 capitales latinoamericanas que aún presentan tasas de inmigración neta positivas, aunque la proporción de migrantes residentes podría haber descendido respecto de ciudades similares de la región.