La reforma agraria se hizo inviable en Brasil ante el aumento de los precios de la tierra, provocada por la entrada de grandes capitales en el sector y acentuada por la expansión de los biocombustibles, según João Pedro Stédile, de la organización Vía Campesina.
En consecuencia, el programa brasileño prácticamente terminó, limitándose a asentamientos "asistenciales ante conflictos puntuales", lejos del objetivo de una reforma para "democratizar la tierra", afirmó Stédile, uno de los coordinadores del Movimiento de los Sin Tierra (MST), principal componente de Vía Campesina en Brasil.
El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, iniciado en 2003 con promesas de transformación del campo, sólo entregó tierras a 18.630 familias este año, según estimaciones de funcionarios del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria, responsable estatal de las cuestiones agropecuarias, informó Stédile este jueves en rueda de prensa con corresponsales extranjeros.
El dirigente señaló que, según estadísticas "agrandadas artificialmente" por el gobierno, el año pasado lograron ubicarse 67.535 familias, una cifra incluso inferior a la meta oficial de 100.000. Además, dos tercios de esas tierras en la Amazonia, es decir de propiedad estatal que no alteran el cuadro de tenencia. En los dos años anteriores las cifras oficiales habían alcanzado al doble.
A pesar de esos datos gubernamentales, investigaciones últimas apuntan que Brasil vive un proceso de concentración de la propiedad de la tierra, impulsado por el avance de los monocultivos volcados a la exportación, como la soja, caña de azúcar, eucalipto y maíz, añadió el dirigente del MST.
En Brasil siguen acampadas a la espera de conseguir parcelas para trabajarlas unas 130.000 familias, cantidad en descenso porque hay desaliento respecto de la reforma agraria, acotó.
La crisis financiera acentuó la tendencia, porque los grandes capitales pasaron a proteger su dinero comprando "bienes de la naturaleza", como tierras, madera, centrales hidroeléctricas y minerales, avanzando "con voracidad sobre la Amazonia", destacó.
El alza de los alimentos hace parte de ese proceso y se debe fundamentalmente a la "acción de los oligopolios", ya que "10 a 15 empresas transnacionales" controlan la cadena productiva a escala mundial, y a la especulación en las bolsas de mercancías que provocan rápidas oscilaciones de precios, evaluó.
El precio ya no responde al costo de producción ni a la relación de oferta y demanda, sino al juego de esas empresas y de las bolsas de valores.
Stédile, que es economista, divulgó los resultados de la V Conferencia Internacional de Vía Campesina, que tuvo lugar en Maputo del 19 al 22 de octubre. Participaron unos 600 delegados de unos 100 países.
El movimiento campesino mundial considera a la crisis actual, "de alimentos, energía, climática y de finanzas" un producto del "sistema capitalista y del neoliberalismo", que sólo se soluciona con soberanía alimentaria basada en la agricultura en manos de campesinos, y no con el libre comercio y semillas genéticamente modificadas como proponen los poderosos.
La recesión económica en los países ricos incrementará la xenofobia, el racismo y la represión contra los trabajadores e inmigrantes, pero genera "oportunidades" tanto para que el capitalismo se "reinvente" como para los movimientos sociales, destaca la denominada "Carta de Maputo".
La lucha campesina en Brasil se modificó porque "cambió el enemigo principal", que ahora son las empresas transnacionales que dominan el mercado mundial de alimentos y semillas, como Syngenta, Monsanto y Cargill, sostuvo Stédile.
El MST seguirá ocupando latifundios improductivos y rezagados, como los que siguen usando mano de obra en condiciones de esclavitud, pero su blanco prioritario son ahora las firmas transnacionales.
Este año el movimiento celebra como gran triunfo la decisión de Syngenta de donar al gobierno del meridional estado de Paraná una hacienda donde sembraba semillas transgénicas experimentales.
Es que el MST ocupó el predio tres veces desde 2006 para denunciar la irregularidad de cultivar maíz transgénico aún no autorizado en Brasil y en un área vedada, demasiado cerca de un parque nacional.
Ahora esa hacienda se convertirá en un centro de producción de semillas convencionales, volcado a la agroecología, con el nombre de un activista del MST, Valmir de Oliveira, asesinado por guardias privados al servicio de Syngenta.
Depender de semillas de compañías transnacionales como Monsanto y Syngenta, lo que ya ocurre con el maíz en México y la soja en Argentina, es fatal para los pequeños agricultores, que tienen que pagar derechos a esas empresas incluso sobre los cultivos que ellos mismos reproducen, observó el coordinador del MST.
Reconoció, sin embargo, algunos avances en el campo brasileño, por la dinamización económica de pequeños municipios, debido principalmente a la previsión rural y el aumento del salario mínimo que se concretó especialmente en poblaciones de algunas áreas rurales pobres.
El gobierno de Lula también amplió mucho el crédito para la agricultura familiar, pero es un estímulo limitado a "un cuarto" de los cuatro millones de productores brasileños de pequeña escala, justamente los que están en mejores condiciones. Los más pobres no se benefician de esos préstamos, según Stédile.
Otras políticas del gobierno, como el Programa de Adquisición de Alimentos, por el cual el Estado compra productos de la agricultura familiar, van en el buen camino, pero alcanzan sólo a miles de familias y no a los millones necesarios, concluyó