Los sindicatos de trabajadores estatales de Tailandia amenazan con cortar los servicios públicos a las oficinas gubernamentales y lanzar una huelga general este miércoles, con la intención de forzar la renuncia del primer ministro Samak Sundaravej.
El anuncio de la dirigencia sindical agudiza el conflicto iniciado hace 100 días con protestas callejeras, el cual desembocó el 26 de agosto en la ocupación de la Casa de Gobierno por seguidores de la opositora Alianza Popular para la Democracia (APD), que continuaba este lunes.
Estos sindicatos, que representan a unos 200.000 trabajadores de 43 empresas estatales, anunciaron que a partir de este martes cortarán el servicio de teléfono, agua y electricidad a las oficinas del gobierno.
Por su parte, el de la aerolínea Thai Airways informó que demorará los vuelos también a partir de este martes. El de los autobuses anunció la paralización de 80 por ciento de las 3.800 unidades que circulan por la capital, Bangkok.
En vistas de esta escalada, Samak canceló el viaje a Japón previsto para este martes.
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Cientos de trabajadores de ferrocarriles continuaban este lunes con la huelga que interrumpió los servicios entre la capital y el resto del país, impidiendo la partida de más de la mitad de los trenes de carga.
La oposición acusa a Samak de incompetencia y de representar al ex primer ministro Thaksin Shinawatra (2001-2006), quien el 11 de agosto se exilió en Gran Bretaña para eludir los juicios por corrupción que se siguen contra él y miembros de su familia.
«Existe una pequeña posibilidad de que se desate la anarquía. Lo haremos para presionar al gobierno», declaró Sondhi Limthongkul, dueño de la cadena de radio y televisión ASTV y uno de los cinco líderes de la APD, que cuenta con apoyo de la clase media urbana y la elite conservadora.
Las masas rurales pobres fueron el bastión de Thaksin y, por extensión, del gobierno de Samak.
La oposición también se deja abierta la opción de golpear a la economía del país. «Podemos lograr que la gente adinerada nos apoye retirando sus depósitos de los bancos en un momento determinado. Todo el maldito sistema financiero se derrumbará», dijo Sondhi.
La APD recibió mayor apoyo del público luego de un choque entre sus seguidores y la policía en Bangkok, que fue acusada de emplear violencia excesiva. Quedó desacreditada y se vio forzada a retirarse de las áreas de la ciudad controladas por los opositores, lo que le fue interpretado por los manifestantes como vía libre.
Samak rechazó un pedido del opositor Partido Demócrata para disolver el parlamento. «Sería reconocer la victoria de quienes están tratando de obligarme a renunciar», afirmó el primer ministro, quien encabeza una coalición de seis partidos.
La APD, por su parte, desestimó el debate parlamentario como una «pérdida de tiempo», posición coherente con su visión de que la democracia y las elecciones no constituyen el mejor sistema para Tailandia. Propone adoptar una «nueva política», en la que 70 por ciento de la legislatura estaría conformada por miembros designados y sólo 30 por ciento surgidos de comicios.
«Lo que tenemos no es una democracia, sino una dictadura de la mayoría parlamentaria», argumentó Sondhi.
Aunque muchos tailandeses toleran las demostraciones públicas de la APD desde mayo como una bienvenida presión para controlar el poder del gobierno, la puesta en marcha de una campaña de desobediencia civil ha encendido luces de alarma.
«Creo que los ciudadanos respetuosos de la ley, que desean la paz y la estabilidad política, están apesadumbrados por las acciones radicales adoptadas por la APD», señaló Mud Lek, columnista del diario Thai Rath.
Según Naruemon Thabchumpon, profesora de ciencias políticas de la Universidad Chulalongkorn, con sede en Bangkok, «la APD ha perdido su legitimidad. Se ha vuelto extremadamente conservadora e intolerante. Dicen que buscan la democracia directa, pero si fuera así deberían respetar la ley. Esto es anarquía».
El movimiento opositor tiene una fuerte base entre las mujeres. En algunos momentos, casi la mitad de las casi 30.000 personas que ocupan desde hace una semana la sede del gobierno han sido mujeres de mediana edad, vestidas de amarillo, el color que identifica a la monarquía de este país, que la APD dice defender.
Estas mujeres se identifican con la «cruzada moral» de la oposición, que tiene a Thaksin como su blanco principal.
«El conflicto entre el gobierno y la APD no es acerca de la democracia, sino sobre la moral», dijo Chulalongkorn.
«Las mujeres que siguen a la oposición son de una generación anterior, que se siente frustrada, y no toleran algunos de los problemas del país, como la corrupción. Sienten la obligación moral de cambiar la situación. Creen que son las cruzadas morales de la nación», agregó.
Pero esto tiene un precio, ya que «no creen en las elecciones y piensan que el gobierno de la mayoría es injusto, porque no todos los tailandeses aceptan esta concepción. Quieren que personas buenas y morales sean nombradas para dirigir el país», afirmó Chulalongkorn.
La brecha generacional en el movimiento opositor queda al descubierto por el hecho de que los estudiantes universitarios no se han volcado hacia la «cruzada» de la APD como lo hicieron, por millares, en anteriores levantamientos populares.
En 1973 y 2002, los universitarios fueron la vanguardia en la lucha que llevó a la caída de dictadores militares que habían desplazado a las autoridades civiles a través de golpes de Estado.