Es frecuente que funcionarios de Estados Unidos acusen en privado al primer ministro de Iraq, Nuri Al-Maliki, de confiar demasiado en sus propias fuerzas de seguridad para acabar con la insurgencia, sin necesidad de ayuda occidental.
El experto del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense (CNAS) Colin Kahl, quien visitó Iraq este mes, dijo haber percibido "cierto grado de rencor" entre los militares de la fuerza ocupante hacia el jefe del gobierno iraquí.
Pero Kahl —cuyo viaje a Iraq fue posible gracias a los buenos oficios del comandante de las fuerzas estadounidenses, general David Petraeus— destacó, sobre todo, "la frecuente preocupación por su exceso de confianza, que dificulta la interacción con él".
Esta evaluación contrasta con las del gobierno estadounidense, según las cuales la demanda de Al-Maliki de un cronograma para la retirada de las tropas ocupantes se debe exclusivamente a la necesidad de satisfacer a la dirigencia política y a la población local.
Funcionarios de Estados Unidos admiten que la actitud del primer ministro iraquí influye en las negociaciones, aunque ninguno de ellos hablaría mal del jefe de gobierno en público, dijo Kahl a IPS.
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"Uno tiene la sensación" de que los estadounidenses "están preocupados de que el régimen de Al-Maliki crea tener más poder del que tiene", sostuvo.
El gobierno de Bush confía en que las negociaciones con Al-Maliki le permitan mantener varias bases militares en Iraq, pero el líder chiita se niega a firmar un acuerdo que carezca de un calendario para la retirada de todas las tropas estadounidenses.
La excesiva confianza que, según los interlocutores de Kahl, se tiene Al-Maliki está acompañada por su nueva identidad política como nacionalista y adversario de la ocupación.
"Se está mostrando exitosamente como un héroe iraquí que está expulsando a los estadounidenses. Eso hace difícil negociar con él", explicó.
Una de las consecuencias de la percepción de Al-Maliki sobre el equilibrio de poder dentro de Iraq es que está cada vez menos interesado en lograr acuerdos con ex insurgentes de la comunidad sunita hoy contratados por Estados Unidos para mantener la seguridad.
El gobierno iraquí sólo aceptará la incorporación de 16.000 de esos 103.000 combatientes sunitas en las fuerzas de seguridad. De hecho, hasta ahora sólo aceptó 600 solicitudes, y, en un análisis cercano, resultó que la mayoría eran ex insurgentes chiitas y no sunitas.
"Hay cierta evidencia de que Al-Maliki quiere combatir" a las milicias sunitas, dijo Kahl. "Él no cree que deba llegar a un acuerdo con esa gente. Sólo lo hará si le torcemos el brazo al punto de quebrárselo."
El experto indicó que el primer ministro iraquí consolidó su posición de poder en el aparato estatal y en el vínculo con varios grupos armados informales en el país. Las agencias de inteligencia quedaron bajo su control directo, así como grandes centros militares de operación que él mismo creó.
Al-Maliki también logró un mayor respaldo con la decisión del líder nacionalista chiita Moqtada Al-Sadr de no lanzar una operación de insurgencia contra el gobierno y las fuerzas estadounidenses. Además, Al-Sadr resignó sus posiciones de poder militar y político en Basora, el barrio bagdadí de Ciudad Sadr y Amarah en 2008, a pesar de no haber sido derrotado.
Petraeus asegura que la decisión del clérigo chiita responde a la debilidad que le ocasionaron las reiteradas derrotas militares contra las fuerzas ocupantes. Pero los acontecimientos posteriores sugieren que se trató de un acuerdo estratégico con Irán para potenciar la resistencia política y diplomática a la ocupación.
El vínculo estratégico de Irán con Al-Sadr logró lo que no era posible ni siquiera en el escenario más optimista para Estados Unidos: neutralizar la amenaza político-militar más potente a la estabilidad del régimen iraquí.
Teherán lo hizo en el marco de los cambios del gobierno en Bagdad que implicaron, precisamente, la demanda de un calendario para la retirada completa de las tropas estadounidenses.
Kahl coincide con la preocupación del gobierno y las fuerzas armadas sobre Al-Maliki. Tanto este experto como el CNAS llamaron a negociar una prolongación de la presencia militar estadounidense más allá del plazo de 2010, impuesto por Al-Maliki públicamente.
Kahl, en un informe reservado del CNAS, sostuvo que Estados Unidos debería mantener entre 60.000 y 80.000 soldados después de 2010, una presencia que daría "sustentabilidad" a la seguridad en el Golfo Pérsico (o Arábigo).
Washington debería ceder, según Kahl, por ejemplo, en la insistencia de Al-Maliki en lograr ayuda para que Bagdad recupere fondos y propiedades ilegalmente desviados al exterior.
Según informaron fuentes militares, Bush amenzaó el año pasado a Al-Maliki, en una de sus habituales videoconferencia, que "si las negociaciones fracasan", se vería obligado a "retirar todas las tropas estadounidenses para el 1 de enero".
Esa amenaza, según Kahl, obligó al primer ministro iraquí a buscar otros medios de garantizar la seguridad de su país. Y ya no depende de Estados Unidos para eso.
*Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005 y reeditado en 2006.