Los negocios jamás estuvieron tan mal, se lamenta Nomathemba Nkomo, una comerciante de Bulawayo, la segunda ciudad de Zimbabwe.
Hace pocos años, Nkomo consideraba que contratar más personal era un indicador del éxito. Quería crear empleos para quienes abandonaban la escuela, en momentos en que la frágil economía del país era incapaz de absorberlos en el sector formal.
Economistas independientes estiman que el producto interno bruto se contrajo 70 por ciento desde 2000, cuando el presidente Robert Mugabe y sus seguidores se embarcaron en una violenta campaña de expropiaciones de tierras que pertenecían a hacendados de la minoría blanca.
"Tengo dos puestos en uno de los mercados más lucrativos de la ciudad. Pero se ha vuelto cada vez más difícil mantenerlos a flote. Tuve que pedir a algunas de las jóvenes que trabajaban para mí que se quedaran en sus casas", señaló Nkomo a IPS.
Esta comerciante de 37 años, a pesar de las dificultades, es una de las pocas mujeres que logró mantener su negocio en marcha, incluso viajando a países vecinos para obtener mercancías imposibles de hallar en Zimbabwe.
[related_articles]
"Algunos comercios cerraron y otros, como se puede ver, apenas tienen a la venta unas pocas prendas de vestir", agregó.
Tabeth Muronza debe levantarse muy temprano cada mañana y caminar unos 10 kilómetros hasta un mercado de frutas y verduras. La crisis torna la tarea aún más pesada, lo que deja a esta madre de dos hijos, de 33 años, visiblemente fatigada.
"Me hice a la idea de que cada día será peor que el anterior", dijo a IPS.
Muronza es una de las muchas mujeres que venden verduras en Bulawayo, ciudad de más de dos millones de habitantes. Un tomate cuesta hasta 10.000 millones de dólares de Zimbabwe, es decir, unos 40 centavos de dólar estadounidense.
Muronza compra los productos que luego comercializará en un mercado del centro de la ciudad. Quedan pocos, luego del éxodo de granjeros blancos ante la invasión de sus tierras a manos de veteranos de la guerra de independencia, declarada en 1965 y formalizada en 1980.
Tierras que fueron productivas ahora permanecen sin cultivar en la mayor parte del sur del país, lo que privó de ingresos a comerciantes como Muronza.
En el pasado, sus ganancias le permitían comprar leche, pan y carne para sus dos hijos en edad escolar. Ahora, se lamenta, esos alimentos básicos se han convertido en un lujo.
"Los niños saben que no podemos pagarlos, aunque antes podían disfrutar un desayuno decente antes de ir a la escuela", señaló. Hoy deben conformarse con las sobras frías de la cena de la noche anterior.
El Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas y otras instituciones humanitarias calculan que este año más de la mitad de la población de Zimbabwe necesitará asistencia alimentaria.
Trabajadores de la salud observan un aumento en la cantidad de menores de cinco años que sufren enfermedades relacionadas con la desnutrición. "Aquí vienen muchos niños con bajo peso", dijo a IPS Greater Basuthu, enfermera en una clínica estatal.
"Aunque tenemos un programa de nutrición para menores de cinco años, manejado por una de las pocas organizaciones no gubernamentales que quedan en la ciudad, la responsabilidad primaria sigue siendo de las madres. En sus casas, supuestamente, recibirán mejor comida", agregó.
Pero no es algo sencillo, especialmente para las madres solteras que carecen de ingresos. Sus penurias se agravaron por la prohibición del gobierno a la distribución de ayuda alimentaria por parte de organizaciones humanitarias, en vísperas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 27 de junio.
Tras la fraudulenta primera ronda electoral, el opositor Movimiento para el Cambio Democrático (MDC, por sus siglas en inglés) anunció que no participaría en el balotaje por la falta de garantías y la violencia gubernamental y paragubernamental contra sus seguidores.
El régimen acusó a las organizaciones humanitarias de trabajar a favor del MDC y de perjudicar a Mugabe, quien se proclamó reelecto en la segunda vuelta que lo tuvo como único participante.
En el pasado, Muronza acostumbraba comprar divisas extranjeras, especialmente rands, la moneda sudafricana, para resguardarse de la galopante y descontrolada inflación, que, según la publicación especializada en finanzas Zimbabwe Independent, se ubicaba este mes en torno de 10,5 millones por ciento anual.
Pero ahora, agregó Muronza, comprar moneda extranjera se le ha vuelto imposible con sus ingresos como vendedora de verduras, a causa de la incesante caída en picada del dólar de Zimbabwe.
"La cotización ha enloquecido por estos días. No se puede hacer planes, ni de ahorrar en la moneda local, que se devalúa a cada minuto, ni de comprar divisas extranjeras", señaló.
El día 16 se requerían 2.458 millones de dólares de Zimbabwe para comprar un rand, 18.681 millones para adquirir un dólar estadounidense y 29.533 millones a cambio de un euro.
Las autoridades reconocen el sector informal como el sostén de la economía. Pero la hiperinflación ha destruido las esperanzas de millones que intentan ganarse la vida trabajando por su cuenta.
Otros directamente rechazan los pocos empleos formales existentes, a pesar de la desocupación de 80 por ciento.
"Esto no debe sorprender. Los salarios no se mantienen al ritmo de la inflación. La mayor motivación para tomar un empleo es el salario, no necesariamente las condiciones de trabajo", dijo a IPS Howard Thuso, un experto en cuestiones laborales.
"Si el salario es muy bajo, los jóvenes prefieren quedarse en su casa, incluso si carecen de otra fuente de ingresos", concluyó.