BRASIL: Quilombo busca un sitio en el mercado

El aislamiento que permitió nacer y consolidarse a muchos quilombos en el Valle del Río Ribeira, sudeste de Brasil, es hoy un obstáculo al desarrollo de estas comunidades negras.

Plantadores de juçara junto a bolsas con las semillas. Crédito: Mario Osava/IPS.
Plantadores de juçara junto a bolsas con las semillas. Crédito: Mario Osava/IPS.
La topografía dominada por cerros de bosques densos favoreció el refugio de los africanos que huían de la esclavitud y de sus descendientes desde el siglo XVI, formando los quilombos. Pero las comunidades remanentes, con sus casas dispersas por los valles, buscan superar el aislamiento de las barreras naturales.

Los jóvenes ya no dejan Ivaporunduva en busca de empleo como "hace unos 20 años", porque la carretera pavimentada y la balsa mejoraron el transporte hasta las ciudades, según Vandir Rodrigues da Silva, poblador de este quilombo que surgió hace más de 300 años.

"Antes no había como llevar el banano a los mercados", pero ahora sí, se puede producir más, hay trabajo para todos y "la comunidad está creciendo", explica a IPS el quilombola (habitante del quilombo) Da Silva, de 57 años, que lamenta haber estudiado poco, por falta de transporte a escuelas lejanas, una dificultad que no tienen sus tres hijos.

Ivaporunduva, "río de muchos frutos", no es una palabra de raíz africana, sino de la lengua indígena tupí.
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La balsa es clave para este quilombo, cuya población de poco más de cien familias tiene que cruzar el Ribeira para acceder a la carretera que une las dos ciudades cercanas, Eldorado e Iporanga, y permite salir a São Paulo, la mayor metrópoli brasileña, a unos 300 kilómetros.

La embarcación de metal es "ecológica" porque no usa combustible, sino la fuerza de la corriente para cruzar los 50 metros de ancho del río, atada a un cable de acero tendido entre las dos orillas. Cinco balseros se turnan para mantenerla funcionando las 24 horas del día, con un promedio de 30 viajes diarios.

La gente viaja en pequeños barcos motorizados. La balsa transporta vehículos, incluso camiones y autobuses, para el comercio y el turismo, otra fuente de ingresos para los quilombolas. Pero pronto será sustituida por un puente, que evitará el aislamiento de la comunidad cuando las frecuentes lluvias hacen crecer demasiado las aguas del Ribeira.

Ivaporunduva, que en el pasado dio origen a varias de las 59 comunidades quilombolas identificadas en la Cuenca del Ribeira, es pionera en varias actividades con las que estas poblaciones tradicionales tratan de desarrollarse e insertarse en el mercado, de forma sustentable, con apoyo del no gubernamental Instituto Socioambiental (ISA) desde 1997.

La mayoría de sus agricultores cultivan banano orgánico, sin agrotóxicos, para obtener mejores precios y eludir la competencia desigual de los grandes productores. Y es aquí donde más se han repoblado los bosques con la palma juçara, amenazada de extinción..

Una posada con capacidad para 60 huéspedes acoge turistas, principalmente estudiantes, que quieren conocer la historia del quilombo y su vida actual. Esas visitas amplían las oportunidades para la artesanía local.

"Con la posada llena, en el inicio de junio gané 100 reales (62 dólares), que es el promedio mensual", informa Cacilda da Silva Maria, una de las más activas en la Casa del Artesano. La fibra del banano, abundante en toda la cuenca, es la principal materia prima de una variedad de bolsos, joyeros y otros útiles, adornos y juguetes.

"La artesanía se hizo un vicio, la hago de noche, es mi remedio para el insomnio", acota esta mujer de 60 años y siete hijos, destacando que su madre, hoy de 89, nació y siempre vivió en Ivaporunduva, "tuvo nueve hijos y crió siete, pero ahora sólo hay cuatro vivos".

Dieciséis mujeres participan en el grupo que vende sus productos en la Casa del Artesano y a veces en ferias de ciudades lejanas.

Tres por ciento de sus ingresos se destinan a los gastos colectivos del grupo, como adquisición de equipos y transporte para ferias, y dos por ciento a la Asociación Quilombo de Ivaporunduva, el ente propietario de las tierras comunitarias y dedicada a defender los intereses y derechos de su población.

En Ivaporunduva es donde más avanzó la artesanía, gracias al turismo organizado, señala la agrónoma Patricia Cursi, que coordina esta área en el Programa Valle del Ribeira del ISA, que apoya a 14 comunidades quilombolas.

Además de ser una fuente de ingresos, la artesanía "fortalece a las mujeres" en la familia y la comunidad, proporcionándoles "más autonomía y un dinero propio para comprar cosas de mujer", evalúa. En consecuencia, las mujeres ampliaron su participación en la Asociación. Los jóvenes también viven ese proceso, acota.

Todo eso valoriza la cultura quilombola, destaca Cursi. Por tradición, su artesanía se limitaba a útiles domésticos, como esteras, morteros y cucharas de madera, pero la producción comercial, que exige arte y creatividad, promovió el "valor cultural" de los viejos y nuevos productos.

Aprovechar la "paja" del banano, antes un residuo, también es importante como educación ambiental. La capacitación de "casi toda la comunidad" en su uso fue hecha por investigadores de la Escuela Superior de Agricultura de la Universidad de São Paulo, apunta Raquel Pasinato, bióloga que coordina el equipo de campo local del ISA.

Un inventario de los bienes culturales que se hará en el Valle del Ribeira podrá rescatar "rasgos de un diseño quilombola" en la artesanía, permitiendo crear una identidad visual, como una marca de producción, señala.

El desarrollo de esa actividad, como otras de carácter económico, fomenta también la organización y la gestión interna de la comunidad, condición necesaria para alcanzar el objetivo, que es su autonomía, sostiene Pasinato.

Buena parte de los pobladores de Ivaporunduva, y de otros remanentes de quilombos, tienen como principal sustento los programas de ayuda gubernamental, como la Beca-Familia o la jubilación rural.

Ivaporunduva es una de las pocas comunidades quilombolas que ya obtuvieron el título de propiedad colectiva de sus tierras, 2.710 hectáreas de las cuales tres cuartos son bosques.

El total estimado de esos quilombos no deja de crecer desde que la Constitución de 1988 reconoció el derecho de estas poblaciones negras a la tierra donde vivían.

El Instituto de Colonización y Reforma Agraria estima que son 2.500, pero la Coordinación Nacional de Articulación de Comunidades Negras Rurales Quilombolas menciona hasta 5.000.

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