Dieciocho países de América Latina aprovechan hoy el turismo de observación de ballenas y delfines, que reporta a la región unos 278 millones de dólares al año. Pero faltan normas, investigación y educación para asegurar que sea sustentable.
"En 1978 yo transportaba al lugar de observación de ballenas francas australes (Eubalaena australis) a 60 pasajeros en toda la primavera y hoy llevo a 60 en una hora", contó a Tierramérica el empresario argentino Ricardo Orri, pionero en la provisión de estos servicios en Península Valdés, en la austral provincia de Chubut.
A partir de 1998, el avistamiento de cetáceos desde embarcaciones y las investigaciones mediante identificación fotográfica comenzaron a multiplicarse en toda la región, que alberga unas 64 especies de ballenas, delfines y marsopas, de las 86 conocidas en el mundo.
Se destacan las ballenas azules (Balaenoptera musculus), que habitan las aguas de Chile, las ballenas grises (Eschrichtius robusts) y las jorobadas (Megaptera novaeangliae), en Belice, El Salvador, Guatemala y México, entre otros países, así como las ballenas francas australes, que aparecen en las costas de Argentina, Brasil y Uruguay.
Argentina recibe a la mayor cantidad de turistas y observadores de la región (244.432), según un estudio del Fondo Internacional para la Protección de los Animales y su Hábitat (IFAW, por sus siglas en inglés), Global Ocean y la Sociedad para la Conservación de Ballenas y Delfines.
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"La región está trabajando en el reordenamiento de la actividad para que sea un turismo de calidad y responsable", aseguró a Tierramérica el también argentino Miguel Iñíguez, uno de los autores de esta investigación presentada durante la 60 reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), celebrada en la capital chilena del 23 al 27 de junio.
Es indispensable establecer mecanismos legales de conservación del recurso, reglamentar el funcionamiento de los operadores, educar a las comunidades involucradas y realizar investigaciones científicas de control, remarcó Iñíguez.
El estudio "Estado del avistamiento de cetáceos en América Latina" indica que entre 1998 y 2006 la observación de estos animales aumentó 11,3 por ciento en la región, 4,7 veces más de lo que creció el turismo regional en el mismo periodo.
En los ocho años analizados, las comunidades costeras participantes pasaron de 56, en ocho países, a 91, en 18 naciones. Se estima que 885.679 personas disfrutaron de este tipo de turismo durante 2006, gastando unos 278 millones de dólares. Este año serán más de un millón.
Después de Argentina, los países que más turistas atraen por esta razón son Brasil (228.946), México (169.904) y Costa Rica (105.617). Este último registra el mayor ritmo de crecimiento en los ocho años analizados (74,5 por ciento), seguido de Chile (19,5 por ciento), Ecuador (17,8 por ciento) y Colombia (17, 6 por ciento).
El turismo de observación "está dejando muchos beneficios en las comunidades costeras de Costa Rica, que estaban bastante deprimidas por la sobreexplotación de peces", aseguró a Tierramérica Javier Rodríguez Fonseca, comisionado científico de ese país ante la CBI.
En 2005 el gobierno dictó un decreto para regular la actividad, pero que no siempre es respetado, admitió.
"Hay personas muy dispuestas a cooperar y otras no tanto. Muchas veces hay una presión para complacer al turista acercándose demasiado a los cetáceos", apuntó el experto. Por ello se trabaja en talleres de capacitación.
El comité científico de la CBI se mostró preocupado por las actividades aéreas de observación de ballenas en Chile y Brasil por el impacto que pueden tener en los cetáceos.
Si se los molesta demasiado —tanto desde embarcaciones o desde el aire— existe la posibilidad de que migren hacia otros lugares.
Bolivia, pese a su mediterraneidad, comenzó en 2006 el avistamiento del bufeo (Inia boliviensis), un delfín endémico que habita en el central río amazónico Mamoré. Los primeros 400 turistas dejaron 166.000 dólares en la pequeña comunidad que presta el servicio.
Los servicios son prestados por 789 operadores, con algo más de una embarcación cada uno.
El estudio demuestra con cifras actualizadas el crecimiento de este tipo de turismo, lo que debe reforzar la postura conservacionista de los países latinoamericanos versus la cacería que impulsan tres naciones en la CBI, comentó a Tierramérica la portavoz del IFAW, Aimee Leslie.
La CBI, creada en 1946 por los países firmantes de la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas, acordó 22 años atrás una moratoria a la cacería comercial de todas las especies, contravenida sólo por Islandia y Noruega, que capturan en sus aguas jurisdiccionales. Japón inició en 1987 un cuestionado programa de caza científica.
En materia de avistamiento sustentable, ya hay innovadoras iniciativas. El 17 de este mes, cuando se inaugure la temporada de observación en Uruguay, se lanzará el programa de certificación "Ruta de la ballena franca", adelantó a Tierramérica Rodrigo García, de la no gubernamental Organización para la Conservación de Cetáceos de ese país.
Se trata de un sello que se entregará a quienes cumplan buenas prácticas ambientales, renovable anualmente. Los candidatos a recibirlo este año son 32 actores, entre operadores, hoteles y restaurantes.
"La clave es que el avistamiento de cetáceos se realice en forma cautelar: que el gobierno tenga siempre la potestad de dirimir sobre él y que los prestadores de servicios estén más comprometidos con la conservación que con su propia empresa", concluyó Ricardo Orri.
* La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 28 de junio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.