La principal tarea hoy del obispo metodista Paul Verryn, veterano luchador contra el apartheid en Sudáfrica, es ayudar a los refugiados procedentes del vecino Zimbabwe.
Nacido en 1952 en una familia blanca de Pretoria, Verryn, director de la Misión Central Metodista en Johannesburgo, creció en los agitados días de lucha contra el apartheid, el régimen de segregación racial impuesto por la minoría blanca contra la mayoría negra.
Al término del servicio militar, abrazó la vida religiosa y trabajó 11 años en la Provincia de Cabo Oriental.
Verryn presidió el Comité de Apoyo a Padres de Detenidos de esa provincia, que ayudaba a miles de sudafricanos presos sin juicio.
El asesinato del activista Steve Biko en cautiverio en agosto de 1977 contribuyeron al despertar político del joven sacerdote.
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Verryn fue transferido en 1987 al asentamiento de Soweto, en la periferia de Johannesburgo, un distrito empobrecido de gran predominio negro en el que reside hasta hoy.
Sus críticas al poder siguieron tras la instauración de la democracia sudafricana en 1994, con el héroe de la lucha contra el apartheid Nelson Mandela como presidente.
Muchos recuerdan su testimonio ante la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica en 1997 sobre la participación de Winnie Mandela, ex esposa de Nelson Mandela, en el secuestro y asesinato de Stompie Moeketsi.
El activista de 14 años fue sacado de la misión de Verryn por guardaespaldas de Winnie Mandela en 1988. Su cuerpo fue luego encontrado en una zanja con marcas de las golpizas recibidas.
Winnie Mandela fue luego hallada culpable de participar en el secuestro de Moeketsi.
Verryn asumió ahora otra causa: aliviar las dificultades que padecen los inmigrantes que llegan a Sudáfrica desde Zimbabwe, país asolado por la violencia política y el deterioro económico en los últimos años.
El obispo abrió las puertas de su misión a los recién llegados y pese a que la policía allanó la sede a principios de este año, él se niega a dejar de ayudar a los zimbabwenses.
IPS: ¿Cómo repercutió la crisis de Zimbabwe en la Misión Central Metodista?
PAUL VERRYN: La iglesia siempre tuvo una política de puertas abiertas, de defensa de los sin techo y de ofrecer suministros médicos, alimentos y sábanas.
Además tenemos grupos de apoyo que recurren a métodos creativos para buscarle trabajo a los necesitados desde hace más de 20 años. Por eso, ayudar a los zimbabwenses fue una respuesta natural.
Las calles de Johannesburgo son inclementes y las puertas de la iglesia permanecieron abiertas. Para empezar, permitimos que algunas personas durmieran aquí.
— ¿Cómo reaccionó la comunidad local, las empresas, los políticos y los religiosos, ante la llegada de estos inmigrantes?
— Algunos de los que llegan de Zimbabwe son profesores y profesionales, por ejemplo. En Sudáfrica falta de capacitación y los zimbabwenses llegan con formación y gran potencial.
Creo que algunas personas inteligentes maximizaron eso. Algunos charlatanes se aprovecharon de la capacidad de los refugiados y traicionaron su confianza. Y otros sudafricanos tienen prejuicios violentos y es muy difícil razonar con ellas.
— ¿Podría describirme qué sucedió en enero en la misión?
— A eso de las 11 de la noche vinieron a mi escritorio para avisarme que la policía había estado más temprano. Luego, me llamaron porque la policía estaba afuera ocupada con personas instaladas en la calle.
Miré por la ventana y vi gente correr por todas partes, algunos con sus cosas y otros sin nada. Había al menos 200, 300 personas.
Luego, la policía ingresó a la misión. Había un baño bloqueado, se armó un atolladero y la gente comenzó a entrar en pánico.
Son personas vulnerables, que no son fuertes y que sufrieron traumas considerables. Algunos fueron torturados, otros están aquí porque se sienten amenazados por sicarios y otros más están traumatizados sencillamente por la pobreza.
Bajé al segundo piso y vi a la policía tratando de tirar abajo la puerta del baño. Les pregunté si no querían una llave. Yo no la tenía encima, pero les sugerí esperar y buscar a alguien que nos pudiera ayudar.
Pero no les interesó. Siguieron golpeando la puerta.
Reunieron a toda la gente en un pasillo de la misión. Golpearon duramente a algunos. Un hombre con sangre en la boca gritó: "Por favor, déjenlos que disparen y nos maten en vez de que sigan humillándonos y nos lleven a prisión."
Nos dijeron que buscaban armas, municiones y drogas. Nosotros les respondimos que íbamos a ayudarlos, pero ¿era ésa la forma de hacerlo? Revisaron los bolsos de las personas y robaron dinero, teléfonos celulares e, incluso, efectivo de mi escritorio.
— ¿Qué puede haber preocupado a la policía acerca de la misión?
— Lo que percibí es que la gente de la zona cree que los delincuentes usan este lugar como escondite, que hacen un trabajo y vienen a esconderse aquí.
Si ese fuera el caso, le daré la bienvenida a la policía y les diré: "Revisen. Colaboraremos en el allanamiento y facilitaremos la búsqueda. Hagámoslo y hagámoslo ahora."
— ¿Cree que esa sospecha tiene asidero?
— Sí lo creo, porque la iglesia es vulnerable. Este lugar tiene pequeños pasadizos y escondites y facilita mucho ese tipo de actividad.
— ¿Cree que se puede establecer un paralelismo entre las operaciones de la policía y algunos de los métodos empleados por el apartheid?
— Algunas de las imágenes que llegan de Zimbabwe son peores de lo que yo haya visto jamás aquí, pero la tortura es tortura. Veo la enajenación de los derechos humanos y ninguna preocupación por parte de las autoridades, una suerte de negación total de lo que sucede. También creo que se siente la gran disparidad entre ricos y pobres.
— ¿Por qué el presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, sigue afirmando que no hay crisis en Zimbabwe?
— A los políticos les resulta difícil hablar con autoridad. Van de una oficina con aire acondicionado a otra en grandes automóviles negros. Cuando dice eso, el resto de los africanos piensan: "¿Qué hacen aquí? Vuestro propio presidente fue y dijo que no hay crisis. Vayan a su país."
Esta actitud puede comenzar con los zimbabwenses y luego aplicarse a los pobres, otro día a los asentamientos ilegales y antes de que nos demos cuenta, estaremos viviendo una situación muy peligrosa de intolerancia. Cada vez habrá menos personas que se opongan a ello.