La aplicación de técnicas agroecológicas y el rescate de métodos tradicionales han revolucionado la producción de alimentos en zonas rurales al sur de la capital de Cuba.
Esta isla caribeña está urgida de recuperar la productividad agropecuaria ante el alza de precios de los alimentos en el mercado mundial.
Insertadas dentro del Programa de Innovación Agropecuaria Local (PIAL), varias fincas del municipio habanero de Batabanó han mejorado sus cosechas y la crianza de ganado. La clave parece estar en el aprovechamiento de las condiciones naturales y la apertura a ideas renovadoras, particularmente sobre la diversificación de cultivos.
"Antes había muchos problemas con la alimentación animal", relató a IPS Jorge Bárserna, de 39 años. "Hoy no tenemos necesidad de comprar pienso, y nos autoabastecemos de carne y huevos", afirmó el campesino, dueño de la finca La Otmara y presidente de la cooperativa 9 de Abril, conformada por pequeños agricultores.
Bársena se incorporó al PIAL hace más de cuatro años, como parte de un proyecto de mejoramiento de semillas con participación campesina desarrollado por el estatal Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA). Entonces experimentó en sus tierras la siembra de soja, trigo, frijoles, sorgo, millo (mijo), cebada y arroz.
"Ahora estamos trabajando fuertemente con la soja, que es el futuro de la alimentación animal aquí", afirmó. La experiencia exitosa con su colección de variedades de esta leguminosa, rica en proteínas, ha favorecido el fomento de la ganadería en el territorio, distante unos 50 kilómetros de La Habana.
Bársena también ha incursionado en la utilización de los llamados abonos verdes, plantas como la canavalia (Canavalia ensiformis), conchita azul (Clitoria ternatea), frijol de terciopelo (Mucuna sp) y el dólicho (Dólicho lablab), que mejoran las cualidades químicas y biológicas de los suelos, además de contrarrestar la proliferación de hierbas.
Desde sus inicios en 2000, el PIAL ha beneficiado a más de 8.000 productores en nueve de las 14 provincias de Cuba. El objetivo fundamental de esa iniciativa es dar mayor espacio al campesinado en las políticas de producción alimentaria de la isla y descentralizar el sistema de innovación en ese sector.
En su empeño, el INCA ha contado con el respaldo de universidades, institutos de investigación, organizaciones no gubernamentales cubanas e internacionales, agencias de cooperación y autoridades del sector agropecuario y ambiental.
"He conseguido variedades muy resistentes y productoras", dijo a IPS Ovidio Llanes, productor de tomate de la zona de Pozo Redondo, en Batabanó. Este campesino se sumó al PIAL en 2004 "pues necesitaba mejorar mis variedades de tomate, muy susceptibles a las enfermedades, la sequía y el agua", explicó.
Al comienzo adoptó 36 variedades de tomate, 46 de frijoles, 13 de trigo y otras tantas de triticale (cruzamiento del trigo y del centeno). "He obtenido un beneficio económico muy grande, con tomates de 16 cosechas, algo que antes me parecía imposible", agregó el agricultor, reconocido en la región por su trabajo con el rojo fruto.
Llanes ha celebrado cuatro ferias de semillas, la más reciente de ellas el 18 de este mes, en las cuales ha mostrado los resultados productivos de la diversificación de variedades. "El campesino quiere ver para creer, y con las ferias se llevan este mensaje", apuntó.
"Las ferias son un intercambio informal entre los campesinos, que ha restablecido elementos perdidos de su cultura tradicional", indicó a IPS Manuel Ponce, coordinador del Centro Local de Innovación Agropecuaria (CLIA) de la provincia La Habana, aledaña a la capital del país.
Esos espacios de participación popular dan acceso a la diversidad generada en los institutos científicos, generalmente ajena a quienes laboran la tierra. "Hay cosas beneficiosas que se aplican en muchos lugares del mundo, pero como no son tradición, se rechazan", acotó Ponce.
El PIAL, mediante los CLIA, ha puesto en manos campesinas especies y variedades nuevas, al tiempo que entrega algunos recursos y capacitación para impulsar la renovación de las prácticas agrícolas con un fuerte acento participativo.
Ponce considera que se pueden alcanzar excelentes rendimientos sin acudir a costosos fertilizantes y herbicidas. "Aquí en Batabanó hay muchos agricultores ecológicos que no volverán a aplicar los productos químicos, pues, aunque les rinda un poco menos, el gasto es mucho menor", sostuvo.
"Si se empiezan a dar tierras, creo que no hace falta importar alimentos", aseguró Ponce. "El arroz, el maíz, la soja, todo lo que ahora se importa se puede producir aquí con más tierras y un poco de insumos", remarcó.
Cuba gastó el año pasado unos 1.600 millones de dólares en la importación de alimentos, una cifra que este año se elevará a 1.900 millones de dólares por el ascenso vertiginoso de los precios en el mercado internacional. Sin embargo, alrededor de la mitad de la tierra cultivable permanece improductiva.
El gobierno cubano estudia la posible entrega de tierras ociosas a productores privados, un proceso iniciado ya en la producción de tabaco y café, según declaraciones realizadas en marzo pasado a la televisión estatal por el presidente de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), Orlando Lugo.
"Hay muchos productores que tienen necesidad de expandir sus áreas", afirmó Bársena. "No pienso que hagan falta muchos recursos, sino un manejo agroecológico, aprovechar la naturaleza, el clima, la época de siembra, elementos tradicionales que se perdieron", observó.
"No se puede dejar la naturaleza de lado, hay que contar con ella porque es la que nos guía", aseveró el campesino.