En la «temporada alta» de fiestas populares en el Chocó colombiano, «las niñas desde 13 años salen en embarazo», dice una auxiliar de obstetricia del hospital de la capital departamental, Quibdó.
La fiesta de San Pacho —como llaman a San Francisco de Asís, patrono de la ciudad— es un carnaval de dos semanas que comienza el 20 de septiembre, con chirimías, gran consumo de alcohol, bailes y desfiles de comparsas por los barrios.
Unas lunas después, "tenemos unos 50 casos de aborto por semana", asegura la técnica a IPS. Incluso llegan niñas de 10 años por complicaciones de abortos clandestinos.
En la región del Pacífico colombiano a la que pertenece Chocó, la proporción de mujeres que fueron madres o se embarazaron entre los 15 y los 19 años creció de 17,5 en 1990 a 23 por ciento en 2000, según cifras oficiales.
En el destartalado hospital, de nombre igual al del santo patrono, sólo hay 26 camas, repartidas en la sala de partos, la de gineco-obstetricia y la séptica. A menudo las parturientas deben ubicarse "en el suelo o en las bancas" y "no hay casi insumos" para atenderlas, explica la técnica.
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La mortalidad materna del Chocó es la peor del país: 409,7 casos por 100.000 nacidos vivos en 2001, más de cuatro veces mayor que la nacional, de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas.
De hecho, esta región está en los peores lugares nacionales en materia de pobreza, alimentación, alfabetización, salud materna e infantil e igualdad de género, casi todos los rubros medidos por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) de las Naciones Unidas.
Años atrás, en 1990, la Revista de Pediatría Tropical (Journal of Tropical Pediatrics) publicaba el estudio "Women and Health in Choco, Colombia", realizado entre 1979 y 1988. El tamaño promedio de una familia chocoana era de 7,5 hijos por madre y las mujeres de más de 45 años tenían unos nueve embarazos cada una.
Veintidós por ciento de los hogares estaban encabezados por mujeres. Como éstas tenían escaso acceso a la tierra en esta región rural, los hogares con cabeza femenina soportaban mayores riesgos económicos.
La mortalidad infantil era mucho mayor en familias de madres iletradas, la población femenina tenía una morbilidad más alta y una prevalencia de hasta 43 por ciento de flujo vaginal.
De acuerdo con datos oficiales, el analfabetismo pasó de 19,9 por ciento en 1999 a 21,7 en 2003, mientras el promedio nacional se reducía en ese lapso y era de 7,6 por ciento en el último año.
En los años 80 y 90, las comunidades afrodescendientes del río Atrato, que recorre el Chocó de sur a norte, se organizaban para conseguir el control de sus territorios, con el aliento de la Iglesia Católica.
Tras una larga batalla constitucional y legal, 120 comunidades de la Asociación Campesina Integral del Atrato (ACIA) consiguieron en 1997 la propiedad colectiva de 800.000 hectáreas.
¿Cómo les ha ido a las mujeres desde entonces?
PARTICIPAR EN LA COCINA
Es pleno mediodía en Puerto Conto, aldea ribereña del Medio Atrato, a unos 200 kilómetros de Quibdó. En el salón parroquial, representantes de comunidades de la ACIA discuten cómo aprovechar de manera sustentable sus riquezas selváticas.
En una treintena de personas, sobran los dedos de la mano para contar a las mujeres.
"Usted acá no ve mujeres, pero están allá en la cocina encargadas de hacer el alimento, de una u otra forma están participando", justifican Ana Rosa Heredia y María del Socorro Mosquera, del Equipo de Género del Consejo Comunitario Mayor de la ACIA.
¿Y por qué no pueden venir a escuchar lo que se discute aquí? "Porque no les queda tiempo. Tienen que hacer el desayuno, el almuerzo ", van listando con los dedos y entonces estallan las risas.
¿Problemas con los hombres? "Nooooo", contestan al unísono.
Antes, sus compañeros de organización las mandaban a la cocina y a cuidar de los niños. Hoy, "en el campo, trabajamos de sol a sol como los hombres". Eso sí, "usted ve que a las mujeres les pagan menos", explica Heredia.
Reconoce que "también hay problemas en el hogar. Por la tarde una sale a atender los niños y a cocinar, y el hombre siempre está descansando. Y cuando se recoge la plata de esa cosecha, hay hombres que no le rinden informe a la mujer y entonces viene la pelea".
"Pero ya estamos despertando. Vemos que tiene que haber una igualdad en la casa, porque la pareja es hombre y mujer", agrega.
A tal punto puede llegar la desigualdad, cuenta Mosquera, que cuando ha faltado del hogar el hombre "que manda" ocurrieron hechos dramáticos, como la muerte de una mujer enferma porque no tenía su permiso para acudir al hospital.
Entonces, "el mandato no lo puede tener el hombre nada más. Pero, ¿cómo vamos a hacer para tener esta igualdad de derechos? Con el diálogo. No tenemos otro poder", explica.
El pequeño Equipo de Género de la ACIA, de nueve integrantes, montó una escuela para enseñar a hombres y mujeres "equidad de género, derechos humanos, convivencia pacífica y proceso organizativo", dice Heredia.
Cada comunidad tiene su reglamento interno. Todos establecen que el hombre que maltrate a la mujer es sancionado, así como la mujer que diga groserías en la calle.
Mucho antes de que los países del mundo se impusieran en 2000 los ODM como meta de honor para abatir la pobreza y la desigualdad, la ACIA comenzó a caminar por esa senda.
Cada consejo comunitario fijó las necesidades mayores de su poblado. Así, la ACIA tuvo claro su plan de "etnodesarrollo".
"Recogimos un listado de problemas y vimos que son iguales. Donde está el maestro no está la escuela, donde está la escuela, no está el maestro, donde está la casa de salud, falta la enfermera, donde está la enfermera, falta el medicamento", dice Julia Mena, vocal del Consejo Comunitario Mayor de la ACIA.
La riqueza en recursos naturales del Chocó, su ubicación geoestratégica en la frontera con Panamá y con costa sobre dos mares, han hecho de este paraíso selvático uno de los escenarios más cruentos en la última década de la longeva guerra colombiana.
"En muchas comunidades las viviendas están deterioradas por la violencia y el desplazamiento" forzado, cuenta Mena, por eso en la lista también existe un plan de vivienda.
"Nosotras tres somos cabezas de hogar. Con el desplazamiento somos muchas" en esa condición, dice Mosquera.
Entre 1999 y 2006 se desplazaron casi 70.000 personas en Chocó, de unos 440.000 habitantes, de acuerdo con datos de la no gubernamental Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento.
Ya que esta violencia "es más contra los hombres que contra las mujeres, era importante que la mujer se capacitara, porque una se queda sola con cinco o siete hijos y no es capaz ella sola, no sabe qué va a hacer", añade Mosquera.
Así de desesperada estaba una chocoana que abordó a estas reporteras en una agencia de Western Union en Quibdó, mientras esperaba unos pocos pesos enviados por una pariente lejana. Su marido murió, lo mataron los paramilitares en una zona rural cercana a la capital.
Ella ni pensaba en regresar. Tenía a sus cinco hijos desparramados en diferentes lugares y vivía de limpiar casas ajenas. Nos pedía dinero, ropa vieja y hasta nuestros números telefónicos, a los que recurrir en caso de emergencia.
LA IGUALDAD SE "DESIGUALDÓ"
¿Qué habría pasado si las comunidades no se hubieran movilizado en la ACIA? "Ya no existiríamos, porque nos hubieran quitado todos los recursos que teníamos. Nosotros nos organizamos por la defensa de nuestros recursos, porque nos estaban violando los derechos. Hubo personas que sí entendieron que sus hijos se iban a quedar desamparados", contesta Heredia.
En busca de la autonomía económica, las líderes de la ACIA consiguieron apoyo para promover microempresas rurales: trapiches para procesar la caña de panela, trilladoras de arroz, elaboración de alimentos.
"Y lo logramos. Usted iba a una reunión y el 60 por ciento eran mujeres. Y éramos las mujeres las que hablábamos y ya los hombres estaban acorralados. Uno venía en un bote grande de Quibdó, a recoger las mujeres. '¡Arréglense que venimos por ustedes!' Y usted veía que en los botes no cabían tantas", relata.
Pero el etnodesarrollo navega contra poderosas corrientes, los fondos escasean y el transporte por río, el único en esta región selvática sin carreteras, es muy costoso.
Muchas microempresas están paradas, igual que los trapiches. Para mantener el restaurante que funciona en Quibdó, "sacamos un préstamo de tres millones de pesos", unos 1.500 dólares, dice Mosquera.
Así "por falta de recursos, la igualdad se nos 'desigualdó'", sintetiza.
Fotos: Jesús Abad Colorado.
"Este artículo es parte de una serie de reportajes sobre Objetivos de Desarrollo del Milenio en el Chocó. El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Periodística. Los abonados que lo reproduzcan deben incluir el logo correspondiente. La Fundación AVINA no asume responsabilidad por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido". |