El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, pretende que su «agenda de libertad» sea su legado histórico, pero la «guerra contra el terrorismo» revuelve los nombres que figuran en sus páginas. En especial, el de Pakistán.
Mientras abogados y activistas son arrestados y golpeados en Pakistán por protestar contra la imposición del estado de emergencia, Bush optó por dejar de lado su campaña a favor de las reformas democráticas y optó por priorizar la lucha contra el terrorismo, un esfuerzo con resultados cuestionables.
El presidente paquistaní Pervez Musharraf se puso este sábado al frente de una dictadura militar al suspender la vigencia de la Constitución, disolver la Corte Suprema de Justicia y declarar el estado de emergencia en todo el país.
Musharraf concretó el autogolpe en vísperas de un fallo de la Corte Suprema que muy probablemente invalidaría su reelección, concretada semanas atrás, porque compitió ostentando su doble carácter de presidente en ejercicio y comandante de las fuerzas armadas.
Las protestas en esa nación del sur de Asia de 164 millones de habitantes se sucedieron durante toda la semana. Los abogados fueron uno de los principales blancos de la represión.
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Estados Unidos empleó un lenguaje duro para reclamar a Musharraf la restauración del régimen constitucional, pero dos funcionarios del gobierno de Bush consideraron poco probable que Washington suspenda la ayuda militar a Pakistán, que asciende a unos 10.000 millones de dólares.
"Debemos tener en cuenta que parte de esos fondos están directamente relacionados con el contraterrorismo", dijo la secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Condoleezza Rice, en su gira por Medio Oriente el pasado fin de semana.
"Estaría muy sorprendida si alguien desea que el presidente deje de lado, o ignore, nuestra preocupación acerca del terrorismo y la protección del pueblo estadounidense", agregó.
"Estamos revisando todos nuestros programas de asistencia, aunque estamos conscientes de no hacer nada que pueda perjudicar nuestros esfuerzos contra el terrorismo", señaló, por su parte, el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, en visita a China este lunes.
La escasa voluntad del gobierno de Bush para sancionar a Musharraf y alentar el fin de la crisis en Pakistán se encuentra en clara contradicción con los principios en los que supuestamente se fundamenta su política exterior: la llamada "agenda de libertad".
Utilizada inicialmente como justificativo secundario para la invasión de Iraq —junto con la amenaza de las armas de destrucción masiva, que luego se demostró inexistente—, la promoción de la democracia y las libertades en todo el mundo ha estado siempre presente en la retórica de Bush, como el mejor modo de sofocar a los extremismos violentos.
"Vamos a animar a otros gobiernos a realizar reformas, dejando en claro que el éxito en nuestras relaciones requiere que traten decentemente a sus pueblos", dijo Bush en el primer discurso que pronunció tras ser reelecto en 2004. "Todos los que viven bajo la tiranía y la desesperanza pueden saber: Estados Unidos no ignorará su opresión ni excusará a sus opresores", agregó.
A la luz de su inacción en Pakistán, los críticos de Bush dicen que ignorar la opresión y excusar a los opresores es exactamente lo que está haciendo su gobierno en nombre de la lucha contra el terrorismo, la tarea que la "agenda de libertad" supuestamente iba a promover.
"Abandonamos la presión para lograr reformas democráticas porque algunos argumentan que éstas fomentan el radicalismo islámico. Las elecciones en la Autoridad Nacional Palestina y la situación en Iraq socavaron la 'agenda de libertad'", dijo Daniel Brumberg, profesor de la Universidad de Georgetown.
El apoyo a regimenes con tendencias despóticas, a pesar de las contradicciones con un programa de promoción de la democracia, no es novedoso en el gobierno de Bush.
Al anunciar en julio una venta de armas por valor de 20.000 millones de dólares a Arabia Saudita y otros cinco países del Golfo Pérsico (o Arábigo), Rice señaló: "Estamos trabajando con estas naciones para combatir el terrorismo y dar una oportunidad a las fuerzas reformistas y moderadas."
Pero Stephen McInerney, del Proyecto para la Democracia en Medio Oriente, describió a esa región como "la mayor concentración de monarquías autoritarias en el mundo".
Aunque los detalles del acuerdo de venta de armas no se conocen, McInerney duda que haya en él alguna referencia a la introducción de reformas.
"La mayoría de los cuestionamientos al convenio hacen referencia al apoyo al terrorismo por parte de los Estados del Golfo Pérsico, no a las reformas democráticas", señaló a IPS.
"Los gobernantes de esos países no son benévolos. Son dictadores absolutos", afirmó Ali Alyami del Centro para la Democracia y los Derechos Humanos en Arabia Saudita. "Sin presión internacional, esos gobernantes no tienen ninguna razón para introducir reformas."
Bush caracterizó a las relaciones de Estados Unidos con Arabia Saudita como "una amistad personal", mencionando el apoyo de su estrecho aliado en la "guerra contra el terrorismo".
Pero el fracaso saudita para llevar a juicio a los financistas del terrorismo identificados por el Departamento de Estado (cancillería) estadounidense, junto a la falta de evidencias de que los ejércitos convencionales puedan dominar a los terroristas, son una muestra del problema más grave con el cambio en la política.
La estrategia de impulsar simultáneamente la "agenda de libertad" y la "guerra contra el terrorismo" fracasa porque ésta última no es apta para afrontar la amenaza del extremismo islámico.
"La 'guerra contra el terrorismo' no resultó de ayuda porque implica operaciones militares a gran escala que son totalmente indiscriminadas y tienden a victimizar a poblaciones enteras", afirmó Frederic Grare, académico visitante del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Por eso, muchos habitantes de los países ocupados busquen la protección que islamistas locales les pueden proporcionar.
Pakistán representó una oportunidad única porque ese país tiene un centro de mentalidad democrática que podría haber atraído a los partidos musulmanes hacia los carriles institucionales de la política.
"No hay que confundir a los partidos religiosos estructurados, que tienen una ideología que nosotros no compartimos, con los combatientes", dijo Grare. "Pueden existir vínculos, pero es posible establecer una clara istinción. Al fin y al cabo, unos pueden ser la mejor defensa contra los otros", agregó.
Ese centro democrático, sin embargo, fue ignorado por el gobierno de Bush, que optó por Musharraf, pues el poder militar era necesario para combatir a los extremistas.
"El objetivo básico es la 'guerra contra el terrorismo', por lo tanto necesitaban una estrecha relación con el ejército y todo lo demás es contingente. El apoyo a la democracia está muy por debajo en la lista de prioridades. No es que fue abandonado, jamás ha estado allí", señaló Grare.
"Una de las consecuencias de esta crisis es que la 'agenda de libertad' de Bush ha dejado de existir", escribió Fred Kaplan en su columna del sitio de Internet slate.com. "Jamás podrá volver a invocarla, aunque sea como una herramienta retórica, sin provocar risas."