La falta de agua en los tugurios de esta ciudad del sur de India se convierte en barrera infranqueable para que los niños, y en especial las niñas, accedan a la educación.
"Las mujeres viajaban entre tres y cinco kilómetros para buscar agua. Las niñas y las mujeres hacían este trabajo. A veces para lavar la ropa teníamos que ir a la carretera a la 01:00 de la mañana, sin dormir. No podíamos enviar a nuestros niños a la escuela porque tenían que venir con nosotros a buscar agua", dice Muniamma, una mujer de 40 años con dos hijos vivos y residente en MRS Palya, un asentamiento carenciado cerca de un gran cementerio musulmán.
"En esos días no había paz en esta comunidad. Tenían que esperar en una fila toda la noche para obtener un recipiente con agua. Algunas jóvenes eran molestadas", apunta Rahat Begum, organizadora comunitaria y coordinadora de la no gubernamental Asociación para la Acción y los Servicios Voluntarios (AVAS, por sus siglas en inglés), con la que trabaja desde hace 34 años en tugurios de Bangalore.
Esta ciudad es conocida como la capital de la tecnología de la información de India. En algunas áreas, los barrios pobres dieron paso a nuevos edificios de compañías de alta tecnología, tanto nacionales como extranjeras, que emplean a miles de graduados de las instituciones tecnológicas de elite del país, abasteciendo a mercados como Estados Unidos y Japón.
A un paso de distancia existe otra India: en los tugurios viven los "intocables" o dalits, el sector más despreciado en el sistema hindú de castas, rechazados por el resto de la comunidad. Bangalore tiene unos 365 asentamientos carenciados, donde vive un quinto de los 6,5 millones de habitantes de la ciudad. La mayoría no tienen agua ni saneamiento.
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"El contraste solamente sirve para reforzar las enormes dificultades que enfrentan los pobres urbanos y la urgente necesidad de nuevas iniciativas para abordar la situación", observa Salma Sadhika, especialista en desarrollo social del Consejo de Suministro de Agua y Saneamiento de Bangalore.
Las empresas de servicios públicos, como este Consejo, no podían otorgar conexiones de agua y saneamiento a los asentamientos informales porque éstos no poseían títulos de propiedad sobre los predios que ocupan. Años de presión de organizaciones comunitarias como AVAS finalmente persuadieron a las autoridades de hallar una solución a este obstáculo legal.
En Sundamnagar, una comunidad de unos 300 hogares, la mayoría dependientes de empleos precarios y servicios, AVAS pudo comprar tierra en forma colectiva y conseguir el correspondiente título. También ofreció su garantía ante el banco para que cada familia obtuviera un préstamo de unos 500 dólares para construir una casa.
"Estamos construyendo personas antes que casas. Tenemos que construirlas, potenciarlas, organizarlas y educarlas", explica M. Nagarajaiah, organizador comunitario de AVAS.
La organización puso énfasis en educar a las mujeres, particularmente en el manejo del agua y la salud, estableciendo un comité de agua y saneamiento (Watsan) en cada comunidad. La mayoría de los miembros del comité son mujeres.
Estaba previsto que Sundamnagar fuera el proyecto piloto de una asociación entre el Consejo del Agua de Bangalore y las comunidades pobres para obtener conexiones a la red de acueductos. "Hoy es un proyecto colapsado. El agua no llega a los hogares y la gente se niega a pagar", dijo Nagarajaiah.
Con el apoyo de AVAS, las mujeres del Watsan llevaron el caso al titular del Consejo del Agua de Bangalore. El problema, manifestaron, era que el agua era desviada hacia otras comunidades y la presión no era suficiente para hacerla llegar a los grifos de sus hogares. Tuvieron que cavar frente a sus casas para llegar a las cañerías subterráneas y extraer el agua de allí mismo.
"Tampoco se están haciendo las lecturas mensuales de los medidores, y nos negamos a pagar por un servicio que no estamos recibiendo tal como se prometió", afirma Josephine, integrante del comité de agua y saneamiento y coordinadora de salud de la comunidad.
"El agua es esencial, así que estamos intentando hallar una solución", agrega.
En MRS Palya son las mujeres quienes mantienen el sistema funcionando, dice Begum. Según ella, "si el agua no llega y hay filtraciones, ellas inmediatamente se encargan (de resolverlo). La mayoría de los hombres miran televisión en casa todo el día, y los que trabajan gastan la mayor parte de su dinero en alcohol".
En MRS Palya, los residentes tienen agua sólo dos horas por día. Pero "es más que suficiente para cada familia. Tienen tiempo para dormir, darse un baño y hacer todas las tareas domésticas", señala Begum.
El vecindario está limpio porque hay retretes en los hogares y tienen un suministro hídrico adecuado.
"Antes no podíamos enviar a nuestras hijas a la escuela porque tenían que ir a buscar agua a medianoche. Hoy van a clase regularmente y les está yendo bien", enfatiza Muniamma.
"La sociedad piensa que como somos pobres de los tugurios, no les daremos educación a nuestros hijos y los dejaremos vagando por ahí", dice Vanitha, cuyo esposo falleció hace 20 años. Sus dos hijos completaron la enseñanza secundaria.
"Nos enorgullece decir que desde que obtuvimos servicio de agua a nuestros hijos les va bien. Muchos van a centros de estudios preuniversitarios o reciben educación técnica. Todos los residentes están felices", agrega.
"El ambiente está muy limpio, no hay contaminación. Solíamos contraer muchas enfermedades. Ahora nos capacitamos en informática, administración, y muchos obtienen títulos. Estoy muy feliz", apunta Murthy, líder juvenil en MRS Palya que ya completó un año de un diplomado en administración hotelera.
"Los políticos creían que la gente era demasiado pobre para pagar el agua y el saneamiento, así que instalaron grifos en las calles. Hemos demostrado que organizando y motivando a la comunidad, informándola acerca de las normas y regulaciones, no solamente pagará, sino que también ayudará a mantener los sistemas funcionando", afirma Begum.
* Este artículo es distribuido por IPS Asia-Pacífico bajo un acuerdo de comunicación con el Asian Media Information and Communication Centre, en Singapur, que lo produjo.