BOLIVIA: Irán levanta polvareda en el altiplano

El presidente de Bolivia, Evo Morales, comienza a jugar sus cartas de política exterior en el conflictivo Medio Oriente al anunciar relaciones diplomáticas con Irán, bajo la preocupada mirada de Estados Unidos y la férrea oposición del empresariado local.

El gobierno izquierdista liderado por Morales, quien recibirá este jueves al presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, cuenta con el respaldo de los movimientos sociales, que reivindican las decisiones soberanas de esta nación del altiplano de la cordillera de los Andes.

Muchos se preguntan cuánto de común puede existir entre un país pobre como Bolivia y otro muy lejano de éste, como Irán, que ahora es centro de la polémica y de las críticas de potencias occidentales por su tecnología nuclear.

El acercamiento llegó de manera sorpresiva. Tanto, que el embajador de Washington en La Paz, Philip Goldberg, visitó sin previo aviso en la madrugada del sábado al presidente Morales, quien en ese momento preparaba las maletas para viajar a Nueva York con el fin de asistir a la 62 sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.

La presencia intempestiva de Goldberg frente a Morales tenía la urgencia de la inminente llegada a La Paz de Ahmadinejad, quien pisará territorio boliviano este jueves para permanecer las horas que le lleve firmar acuerdos de cooperación energética y asistencia técnica para la instalación de fábricas de productos lácteos.
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Goldberg ha reiterado en Bolivia que Irán respalda acciones terroristas en el mundo y dijo que el gobierno de su país traduce esa preocupación de la comunidad internacional.

A tono con esas declaraciones, los empresarios de los orientales departamentos de Cochabamba y Santa Cruz, expresaron su temor por probables dificultades en el comercio exterior y recomendaron afianzar convenios de intercambio con Estados Unidos, uno de los principales compradores de materias primas y manufacturas bolivianas.

Como país no alineado, Bolivia mantuvo una prudente distancia de estados como Irán, pero ahora en círculos diplomáticos se anuncia que los vínculos también se extenderán a Libia.

La jugada de Morales parece estar orientada a reemplazar parte de la actividad petrolera que cumplen 12 firmas transnacionales, poco interesadas en realizar la exploración de nuevas reservas gasíferas, con el capital iraní que ayude a ampliar los mercados de exportación del de ese combustible y fortalecer la distribución de carburantes al mercado interno.

Frente a ese desinterés, el presidente amenazó con una reversión de las concesiones, mientras el gobierno iraní ha hecho saber a La Paz, mediante sus enviados, del deseo de invertir en la industria petrolera, el cual se complementaría a las inversiones anunciadas por los gobiernos de Venezuela y de Argentina.

Con un convenio de inversión petrolera iraní en este país, el gobierno del Movimiento al Socialismo fortalecerá a la casi inexistente Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), siguiendo la senda de la economía planificada del nuevo aliado, un esquema en el que ambos gobiernos están plenamente de acuerdo.

Aunque no lo expresaron en voz alta, las empresas petroleras que operan en Bolivia temen un lento desplazamiento de sus operaciones y, por ello, priorizan la explotación y producción de gas para cumplir con los contratos de suministro firmados con Brasil, de unos 30 millones de metros cúbicos por día, y con Argentina, para el envío de cuatro millones de metros cúbicos diarios.

A fuerza de advertencias, el gobierno consiguió que estas 12 empresas anuncien un plan de inversiones por 587,8 millones de dólares hasta fin de año, pero ese monto aún no garantiza la atención de la demanda externa e interna que continúa en crecimiento.

La falta de capitales y de tecnología posterga el renacimiento de la estatal YPFB, y un aporte de Irán y de Venezuela podría ayudar a este objetivo, en un esquema que contribuya al equilibrio frente a la fortaleza extranjera en materia de industria petrolera.

Los 3.979 millones de barriles de petróleo que produce cada día Irán y los modestos 40.000 barriles diarios que extrae Bolivia, junto a sus 48 trillones de pies cúbicos de reservas probadas y probables de gas, muestran la abismal diferencia entre los dos países.

Sin vínculo comercial alguno, ambos estados se debaten en modestas tasas de crecimiento económico que rondan cuatro por ciento al año, aunque el producto interno bruto por persona es de 8.700 dólares para cada iraní y de apenas 1.156 dólares por cada boliviano.

Empero, esa diferencia a favor de Irán no es tanta en lo que respecta a la pobreza, pues afecta a 40 por ciento de sus 66 millones de habitantes, mientras que ese flagelo lo padecen 67 por ciento de los 9,3 millones de bolivianos.

Mientras Irán es gobernada por un líder espiritual supremo designado por una Asamblea de Expertos y administrada por un presidente elegido en las urnas, en Bolivia está vigente la forma democrática de gobierno, con un mandatario y legisladores elegidos cada cinco años por la ciudadanía.

Las coincidencias entre Morales y Ahmadinejad se sitúan en el terreno de la defensa de las culturas originarias. Mientras el primero edifica su gobierno y objetivos con el respaldo de los pueblos indígenas, el segundo ejerce férrea defensa de las culturas que dieron origen a las naciones.

Bolivia se encuentra en un proceso de reforma de su Constitución en una Asamblea donde 36 grupos étnicos buscan el reconocimiento de sus ancestrales formas de gobierno, reclaman territorios y recursos financieros para administrarse, frente a una corriente conservadora que defiende las autonomías departamentales y califica a la propuesta indígena como una amenaza a la unidad territorial.

En Irán predominan los persas con un 61 por ciento de la población, los cuales coexisten con los kurdos con nueve por ciento y los baluches con dos por ciento.

Morales ha reiterado su respeto a las religiones existentes en Bolivia, donde está vigente la libertad de culto, mientras Ahmadinejad ha expresado en la ONU su adhesión a una corriente monoteísta. La mayoría de población iraní profesa la religión islámica.

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