La dictadura militar de Birmania encuentra cada vez más dificultades para mantener a la oposición en las sombras, gracias al uso que activistas comenzaron a dar a las nuevas tecnologías de la comunicación.
La telefonía celular y el correo electrónico proporcionan a los birmanos exiliados fotografías, vídeos y relatos de testigos de las manifestaciones que se registran en las calles desde hace dos semanas, sorteando la severa censura que reina en este país de Asia sudoriental.
La indignación pública se desató luego de un repentino aumento en los precios de los combustibles, a mediados de agosto.
Los ataques contra manifestantes a manos de matones organizados vinculados con la junta también alimentaron esta vía de comunicación. Los detalles llegaron así a periodistas birmanos que trabajan en Tailandia e India, entre otros países cercanos.
"Cuando ocurren estos acontecimientos en Rangún o en otra parte, los conocemos muy rápidamente, en cinco minutos o incluso menos", dijo Aung Zaw, editor de The Irawaddy, revista sobre actualidad birmana realizada por periodistas exiliados en Tailandia.
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"El martes obtuvimos a través de un teléfono celular el relato de un testigo sobre un ataque a manifestantes al mismo tiempo que estaba ocurriendo", agregó.
La divulgación de estos informes refleja cambios en el rol asumido por los opositores, explicó a IPS Aung Zaw desde la septentrional ciudad tailandesa de Chiang Mai, donde publica una revista.
"Los ciudadanos se han convertido en reporteros para nosotros. Usan los últimos aparatos a su disposición para difundir rápidamente información sobre las protestas", sostuvo.
Se trata de un cambio radical en comparación con los acontecimientos de 1988, la última vez que el país presenció un levantamiento masivo contra el régimen militar.
El ejército, que había llegado al poder en el golpe de Estado en 1962, volvió en agosto de 1988 las armas contra decenas de miles de manifestantes que protestaban por el elevado costo de la vida y por un cambio político. Murieron miles de personas.
Entonces no había una comunidad periodística birmana en el exilio para que los opositores sacaran a luz lo que les pasaba, señaló Aung Zaw, por entonces un estudiante de 19 años en Rangún y testigo de la masacre.
"La historia fue contada a través de los medios internacionales, especialmente la radio, y de las fotografías tomadas por la prensa extranjera", añadió.
Pero este paisaje mediático no es el único nuevo motivo de preocupación de la junta birmana.
Hoy en el exilio hay otro grupo que hace casi dos décadas apenas era visible: una vasta red de activistas políticos en áreas tan lejanas como América del Norte, Europa, Japón y Australia, además de los radicados en países cercanos como India y Tailandia.
"La comunidad de exiliados políticos es mucho más fuerte y está mejor organizada ahora. Hay mucha presión en todo el mundo", dijo Soe Aung, portavoz de relaciones exteriores del Consejo Nacional para la Unión de Birmania, alianza de organizaciones políticas y de derechos humanos en el exilio.
"Quienes hacen manifestaciones dentro de Birmania deben saber que no están solos, que tienen apoyo en el exterior", aseguró.
Éste no fue el caso en 1988, dijo a IPS Soe Aung.
"Dentro de Birmania sabíamos poco de lo que estaban haciendo los pocos activistas exiliados entonces. Había poca comunicación entre los dos grupos como para trabajar juntos", agregó.
Para el jueves, las protestas se habían expandido a seis de los 14 estados y divisiones de Birmania. Incluso hubo monjes en este país predominantemente budista que decidieron expresar sus discrepancias con la dictadura.
Así, dieron fuerza a los ciudadanos de Rangún y a los ex estudiantes universitarios que estuvieron a la vanguardia de las protestas tras la suba de precios del 15 de agosto, que fue de 500 por ciento y se produjo de la noche a la mañana sin ninguna advertencia.
Unos 150 monjes y novicios budistas estuvieron entre las 400 personas que esta semana salieron a las calles en el noroccidental estado birmano de Arakan.
El central estado de Mandalay, que alberga a una gran comunidad de monjes budistas, también concitó la atención de la junta. "Los líderes militares de Birmania intentaron persuadir a los monjes de Mandalay de no participar en las protestas", informó The Irrawaddy el lunes.
Pero por el momento la junta parece tener el control. Eso en parte se origina en las medidas que los generales tomaron desde los enfrentamientos de 1988.
"El ejército mudó los ocho principales campus universitarios fuera de Rangún. Ahora están a dos o tres horas de la ciudad, así que es difícil organizarse rápidamente, como lo hicimos en 1988", dijo Khin Ohmar, quien entonces era una estudiante de 20 años en la carrera de química de la Universidad de Rangún, pero decidió abandonarla a medio camino para unirse al naciente movimiento pro-democracia.
"El ejército también impuso restricciones a los estudiantes que iban de un departamento a otro en el campus principal, que todavía está en Rangún. La Universidad de Rangún fue convertida en una prisión. Se construyeron paredes para bloquear los senderos", explicó a IPS.
Ella cree que las protestas son el inicio de otro movimiento por el cambio político cuyo fortalecimiento insumirá algunos meses, como ocurrió en 1988.
El sangriento enfrentamiento de agosto de 1988 tuvo sus raíces en la indignación pública que surgió en septiembre de 1987, cuando el régimen militar del momento depreció la moneda nacional, el kyat.
"Este impulso es suficiente para conducir a más manifestaciones. La indignación contra el régimen militar se propagará", aseguró Khin Ohmar.