Sin escuelas especializadas, con poquísimos recursos y un débil respaldo institucional, los jóvenes que se dedican a la fotografía en Cuba se empeñan en capturar imágenes de su país, con una mirada pensativa y a menudo dolorosa.
Sus obras parecen más cercanas al rescate de lo individual —presente en los trabajos que afloraron en los años 80 y 90— que a la épica de los primeros tiempos de la Revolución de 1959.
Sin embargo, no pueden eludir el reclamo de una sociedad que, luego de tres lustros de crisis económica, se plantea preguntas y demanda respuestas que trascienden el destino personal.
"La sociedad cubana necesita cuestionar, expresar y reflejarse", dijo a IPS Erick Coll, de 26 años, quien acaba de exponer en una galería habanera una muestra titulada BodyExpress, la quinta en su carrera.
"Creo que en estos tiempos ha habido una vuelta al documentalismo fotográfico, porque la sociedad está demandando un ojo crítico, sin cataratas, sobre una realidad que resulta cuestionable como todas, con sus contradicciones, desavenencias, estancamientos, adelantos y enquistamientos", afirmó.
Los fragmentos de cuerpos presentes en las obras que conforman BodyExpress sugieren una preeminencia de la subjetividad sobre lo real "tal cual es", como se considera correcto en la fotografía documental.
Para Coll, sin embargo, esa preponderancia es sólo aparente, pues dentro de la ambigüedad y pluralidad de significados hay una profunda relación con lo social.
"Una de las aristas de BodyExpress podría ser la construcción social de los roles que fundamentan los comportamientos de género en la sociedad", señaló.
Ajena a la "banalidad del arte por el arte", que confundiría belleza con inutilidad, la exposición, comentó el joven creador, es "un llamado a la equidad de género y a la aceptación del homoerotismo", un mensaje de "profundo sentido social" en una nación machista como Cuba, donde aún impera el modelo patriarcal.
La irrupción de estos temas no es del todo nueva en la fotografía cubana. Parte de la obra de René Peña y Martha María Pérez, representantes de la generación de los años 80, giraba en torno al cuerpo humano, como eje de cuestionamientos al racismo, las relaciones de género y la identidad femenina.
Asimismo, Eduardo Hernández, inmerso en la oleada de creadores de los 90, exploró la sensualidad homoerótica en el desnudo masculino con retratos de inspiración helénica o romana, al punto de ser considerado como artista fundamental en la estética gay del arte cubano contemporáneo.
La bandera cubana también ha sido tomada como símbolo, en su carácter de "objeto inmediatamente reconocible, multitudinario y único, casi invisible de tan ubicuo, donde cristaliza todo el sentido y el sinsentido discursivo que circula sobre Cuba", declaró a IPS Orlando Luis Pardo.
Pardo es el creador de una serie de "flagtografías" (del inglés flag, bandera), donde la enseña nacional aparece relacionada con un sinfín de objetos como cadenas, ventanas, muros descoloridos, muñecos y cuerpos desnudos, cuya conjunción conformaría, a su juicio, "la circunstancia cubana actual".
Para este fotógrafo autodidacta de 36 años, licenciado en bioquímica y autor de cuatro libros de narrativa, su generación debería recuperar el sentido de lo sagrado como liberación interna, "devolverle el lustre a la imagen y recuperar la fe en la palabras; abrir el corazón para que el miedo y la insolidaridad ética se escurran".
Pardo, quien expuso dentro y fuera de Cuba, admitió su desconocimiento de las actuales corrientes locales de este arte que se instaló en esta isla caribeña el 3 de enero de 1841, cuando el estadounidense Washington Halsey presentó en La Habana la invención del francés Louis Daguerre, quien tras varios intentos había perfeccionado la técnica del daguerrotipo en 1839.
Esta larga historia de la fotografía en Cuba tuvo uno de sus momentos culminantes en la década de 1960, a partir de la labor de artistas como Raúl Corrales (1925-2006) y Alberto Díaz Korda (1928-2001), quienes captaron el estremecimiento nacional causado por la Revolución y dejaron una sólida herencia a los creadores que siguieron sus pasos.
La tradición de esos grandes documentalistas, continuada por la llamada "Nueva generación de fotógrafos cubanos" en las décadas de 1980 y 1990 —aunque más concentrada en el individuo—, le ganó reconocimiento internacional a la fotografía cubana.
Sin embargo, el perfil profesional "no está instituido" en Cuba, apuntó Coll, profesor de fotografía en el Instituto Superior de Diseño Industrial de La Habana. Instituciones estatales como la Fototeca de Cuba y el Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica no son representativas de la actividad que se está realizando en este país, agregó.
Además, la ausencia de una academia de nivel medio o superior para el estudio del arte fotográfico condena a los jóvenes artistas a alimentarse de una herencia más intuida que conocida, sin la sistematización teórica ni el dominio del lenguaje necesarios para dominar la técnica.
"Lo que identifica más a un fotógrafo cubano es la escasez de materiales con los que trabaja", señaló Coll, quien se definió embarcado en una "aventura autodidacta" poco recomendable, "por adictiva y no rentable".
Coll, licenciado en comunicación social, guionista y director de audiovisuales, señaló que existe una nueva generación en la fotografía cubana, aunque difusa y poco reconocida.
"Habría que preguntarse si la sociedad cubana está en condiciones de legitimar algo que no sabe si necesita para su mejor reproducción en términos de perpetuación de valores éticos, cánones estéticos, patrones morales y cuestionamientos políticos, que de seguro incidirán sobre su propio desarrollo", indicó Coll.