La naturaleza es esquiva en el litoral sur de Guantánamo. Sus suelos salinos y erosionados y las infrecuentes lluvias marcan un contraste evidente con la verde exuberancia del lado norte de esta provincia del extremo más oriental de Cuba.
"Lo mejor le tocó a Baracoa, los turistas se quedan allá", se queja un hombre de unos 25 años que trata de vender calzado hecho a mano en una avenida de Guantánamo, capital de la provincia homónima, distante 929 kilómetros de La Habana.
La ciudad que menciona, en el noroeste de este territorio y fundada en 1511 por el adelantado Diego Velásquez, se destaca por sus bosques vírgenes, rebosantes de flora y fauna endémica, ríos cristalinos y bellas playas.
El macizo montañoso Sagua-Nipe-Baracoa marca la diferencia climática de uno y otro lado. Mientras la zona norte es la más húmeda del país, con lluvias de más de 3.000 milímetros como promedio anual, la sur es la más seca, con menos de 500 milímetros.
Según expertos, las pocas lluvias agravaron la erosión y desertificación de los suelos en esta región semiárida, que abarca 1.752 kilómetros cuadrados e incluye la faja costera sur de la provincia, de unos 600 kilómetros cuadrados.
La desertificación es un proceso gradual de pérdida de productividad del suelo y de adelgazamiento de la cubierta vegetativa por efecto de la acción humana y las variaciones climáticas. El fenómeno afecta a 14 por ciento del área agrícola de Cuba, lo que representa más de un millón y medio de hectáreas.
Pese a estas inclemencias, el joven vendedor, locuaz pero renuente a dar su nombre, cree que la gente está mejor en el campo que en la ciudad. "Los campesinos ganan más y comen bien", pero no por ello se imagina trabajando la tierra, confiesa.
En la periferia de la ciudad, en un lugar llamado Los Coquitos de Jaibo, más de un centenar de hombres y mujeres sí optaron por la labranza y duplicaron la producción de alimentos tras aprender técnicas para mejorar los suelos y el rendimiento de los cultivos.
El predio que trabajan está en el límite superior de la zona semiárida y, aunque sus suelos son "aceptables", hay que aplicarles abundante materia orgánica para obtener buenos resultados, explica a Tierramérica Oscar Borges, experto en manejo ecológico de tierras.
El huerto surte de hortalizas a unos 50.000 habitantes de los alrededores, además de un hogar de ancianos, tres o cuatro jardines infantiles y el hospital psiquiátrico de la provincia, entre otras instituciones.
Hasta mediados de los años 90 fue un terreno baldío e improductivo. "El huerto creó nuevos empleos, incluso para las mujeres, y produjo alimentos que antes no teníamos", cuenta Yamilé Romero, maestra de enseñanza primaria y residente en la zona.
A unos cuantos kilómetros de allí, en plena región semiárida, un potrero de unas dos hectáreas antes cubierto de marabú (Dichrostachys cinerea), planta espinosa que invade tierras abandonadas, es hoy un campo de arroz.
"Aplicamos técnicas agroecológicas y de manejo de suelos salinos, y ahora cosechamos unos 60 quintales (2.760 kilogramos) de arroz aptos para el consumo. Guardo unos 10 quintales (460 kilos) para mi familia y el resto se lo vendo a la Cooperativa" de Crédito y Servicios Enrique Campos, dice Humberto Aguilar.
Desde hace cuatro años Aguilar no compra la cuota de este alimento infaltable en todo hogar cubano, incluido en la cartilla de abastecimiento racionado a precio subsidiado, disponible para toda la población de 11,2 millones.
La cooperativa que agrupa a 56 pequeñas fincas privadas también duplicó su producción de hortalizas, granos y tubérculos gracias al uso de tecnologías apropiadas para sus suelos, afectados por la salinidad, la erosión y el mal drenaje.
Entre los municipios más golpeados por las escasas precipitaciones figura San Antonio del Sur, de más de 26.000 habitantes. "Por aquí llueve muy poco, y tengo que regar con agua que me llega por gravedad desde una comunidad vecina", dijo Roberto Hinojosa, a cargo de una finca estatal para forestar la zona.
El hombre tiene a su cargo casi 30 hectáreas, de las cuales unas 11 ya están cubiertas con especies maderables y frutales resistentes a las condiciones del lugar, llamado Bate Bate, por el batir de las olas del mar que se ve al otro lado de la carretera.
Entre esas especies están el árbol del nim (Azadirachta indica A. Juss), el piñón botija (Jatropha curcas), el guayacán (Guaiacum officinale) y la guayaba (Psidium guajava L.).
"Esta finca es integral porque también incluye el cuidado de un pequeño rebaño de ovinos", explica. Hace unos cinco o seis años, este sector estaba cubierto de un pastizal amarillento y reseco. Hoy, el verde de la joven arboleda comienza a cambiar el agreste paisaje.
"Se trabaja mucho, pero vale la pena", asegura Hinojosa, ex empleado de un ingenio azucarero. Su hogar se alumbra con energía fotovoltaica, que hasta ahora beneficia a unos 28.000 guantanameros.
También en San Antonio, en la comunidad de Baitiquirí, la plantación de árboles de nim tiene ahora tres años y se riega cada dos o tres meses. Esta especie maderable tiene hojas y semillas con propiedades repelentes.
"Hasta los niños ayudan", afirma Teodosio Hernández, técnico que dirige este proyecto de forestación que prevé la fabricación futura de un bioinsecticida, con financiación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y del Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Salvo en algunas áreas fértiles como oasis en un desierto, sacar fruto a esta tierra requiere de un paciente trabajo en que científicos y campesinos van de la mano en un programa de lucha contra la desertificación y la sequía.
Los métodos incluyen siembra de especies forestales resistentes a la falta de agua y que contribuyan con su hojarasca a la rehabilitación y conservación de los suelos, rotación de cultivos, aplicación de fertilizantes orgánicos y de bioestimuladores como el fitomas, elaborado a partir de la caña de azúcar para incrementar los rendimientos y la calidad de los cultivos.
La desertificación se frenó en unas 67.990 hectáreas, aseguró a Tierramérica Nicomedes Cobas, responsable en Baitiquirí del gubernamental Centro de Aplicaciones Tecnológicas para el Desarrollo Sostenible. Esto equivale a 39 por ciento de la región semiárida.
* La autora es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 12 de mayo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.