La expansión de la economía mundial de los últimos años se ha desentendido de las mujeres, por lo menos en el plano del empleo, según una investigación preparada por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT).
El estudio de las Tendencias Mundiales del Empleo de las Mujeres encontró sesgos positivos, como por ejemplo la disminución de las disparidades salariales entre los géneros observadas en ciertas ocupaciones y en algunos países, mencionó a IPS la autora del trabajo, la economista Dorothea Schmidt.
Pero en contraste, una tendencia muy negativa se evidencia en la ausencia total de progresos en las regiones más pobres del mundo, aceptó Schmidt, funcionaria del departamento de empleo de la OIT.
En esas áreas, ubicadas principalmente en el sur de Asia y en África subsahariana, "todavía percibimos que el porcentaje más alto de mujeres se desempeñan como trabajadoras por cuenta propia o como trabajadoras familiares auxiliares, lo cual las priva de poder económico y social", apuntó.
Sin embargo, en el saldo positivo se anota también una propensión al aumento del número de mujeres que reciben instrucción, lo cual constituye un punto de partida importante, reflexionó.
Otro rasgo resaltado por Schmidt es el progreso alcanzado en Medio Oriente y en el norte de África en lo que respecta a la participación de las mujeres en los mercados laborales, aunque con la salvedad de que "ellas empezaron desde un nivel extremadamente bajo".
En esas condiciones, el mantenimiento de la brecha de género favorece la "feminización" de la pobreza entre los trabajadores, resumió el estudio divulgado en coincidencia con la celebración, este jueves del Día Internacional de la Mujer.
La investigación consigna que la evidencia estadística y anecdótica existente hace que haya cada vez una percepción más fuerte sobre una situación de feminización de la pobreza.
En esa trama, las mujeres representan una proporción cada vez más grande tanto de los pobres del mundo como de los trabajadores en esa situación.
La OIT recuerda que la pobreza se mide en general por la porción de la población de un país que vive con menos de un dólar o de dos dólares por día.
La autora del informe observó que no se ha cumplido la suposición de que el proceso de desarrollo socioeconómico permitiría un mayor acceso de las mujeres al sector moderno, con trabajo asalariado, permanente y a tiempo completo.
El propio director general de la OIT, Juan Somavía, ha repetido que los efectos de la globalización y las altas tasas de crecimiento económico internacional de los últimos años no se han reflejado en el empleo y en la situación de los trabajadores y trabajadoras.
Somavía dedujo ahora que, pese a los progresos, aún hay demasiadas mujeres atrapadas en trabajos mal retribuidos, con frecuencia en la economía informal, sin amparo legal suficiente, con poca o ninguna protección social y con un alto grado de inseguridad.
El funcionario propone como salida la promoción del trabajo decente, una herramienta fundamental para responder a la demanda mundial de igualdad de género que permitirá avanzar hacia la mejora de los ingresos y de las oportunidades de las mujeres y, al mismo tiempo, ayudar a las familias a salir de la pobreza, dijo.
Los datos presentados en el estudio de la OIT demuestran que la participación femenina en el empleo total se ha mantenido casi sin alteraciones. En 2006 llegó a 40 por ciento, comparado con 39,7 por ciento una década atrás.
A su vez, la tasa de desempleo de las mujeres asciende a 6,6 por ciento de la activas, superior a la de los hombres, que llega a 6,1 por ciento.
Otra característica es que las mujeres tienen más probabilidades de desempeñar tareas de baja productividad en la agricultura y en los servicios.
La participación de la mujer en el trabajo industrial es mucho menor que la de los hombres y muestra una tendencia a la disminución en los últimos 10 años.
La proporción de mujeres en trabajo remunerado y asalariado aumentó de 42,9 por ciento en 1996 a 47,9 por ciento en 2006, aunque igualmente sigue siendo menor que para los hombres, particularmente en las áreas más pobres del mundo.
El estudio comprueba que ahora hay más probabilidades de que las jóvenes sepan leer y escribir que 10 años atrás. Sin embargo, existe una brecha en el nivel educacional de mujeres y hombres. Y hay grandes dudas de la posibilidad que durante su vida laboral ellas tengan las mismas oportunidades de desarrollo de sus capacidades que los varones.
Schmidt insistió en que, a pesar de los avances, no hay motivos para ser complacientes, pues las mujeres tienen todavía un largo camino por recorrer.
En cuanto a las mejorías que se aprecian en los planos regionales, el aumento de la actividad económica de las mujeres fue especialmente elevado en América Latina, Medio Oriente y el norte de África, así como también en la Unión Europea. En todos esos casos, el fenómeno derivó en una reducción de la brecha de participación de la fuerza de trabajo entre hombres y mujeres.
En cambio, en otras regiones esa diferencia creció. En África subsahariana presentó en 2003 una brecha de 0,3 puntos porcentuales más alta que 10 años antes. A su vez, en Asia oriental subió casi un punto porcentual.
Para evaluar esos datos conviene tener en cuenta que también hay diferencias en la actividad económica de mujeres y hombres en todo el mundo. En las economías industrializadas, en la totalidad de Europa, en los países que conformaron la desaparecida Unión Soviética y en Asia oriental, 80 mujeres por cada 100 hombres son económicamente activas.
En África subsahariana, la relación es de 75 mujeres por cada 100 hombres, en Asia sudoriental es de 73 por cada 100 y en América Latina y el Caribe es de 69 por cada 100. Las diferencias se acentúan en el sur de Asia, con 42 cada 100, y en Medio Oriente y en el norte de África, con 37 mujeres cada 100 hombres ocupados.
El estudio de la OIT recomienda que los desafíos enfrentados por las mujeres en el mundo del trabajo sean abordados con medidas diseñadas especialmente.
Las mujeres deben tener la oportunidad de superar la pobreza a través de la generación de trabajo decente. En caso contrario, persistirá el proceso de feminización de la pobreza y será heredado por la siguiente generación, previene la investigación.