La diplomacia del alcohol, que Brasil desarrolla desde hace años en varios continentes, cosecha su primer gran triunfo donde menos lo esperaba. La visita del presidente estadounidense George W Bush abre una perspectiva tan grande que provoca tanto euforia como temores.
La meta anunciada por Bush en enero, de reducir en 20 por ciento el consumo de gasolina en 10 años en su país, si es aprobada por el Congreso abrirá un mercado de 132.000 millones de litros anuales de etanol, 2,6 veces la actual producción mundial y ocho veces la brasileña.
Tarde o temprano, buena parte de ese mercado será ocupado por exportaciones de Brasil, las más competitivas del planeta.
Por ahora, una tasa de 0,54 dólares por galón (3,78 litros) limita el acceso brasileño a ese mercado, pero expertos estiman que la producción de etanol a partir del maíz en Estados Unidos difícilmente superará los 50.000 millones de litros al año.
Además es insustentable. El hecho de que Estados Unidos destine 20 por ciento del maíz cosechado para alimentar la producción de biocombustible hizo duplicar el precio de ese grano el año pasado, desequilibrando el mercado internacional, pues ese país responde por dos tercios del comercio mundial del producto.
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La caña de azúcar, materia prima usada por Brasil, es mucho más productiva y eficiente para generar energía, presentando en consecuencia costos mucho más bajos.
El proteccionismo estadounidense no impidió que en 2006 Brasil le vendiera 1.600 millones de litros de alcohol a Estados Unidos, seis veces más que en el año anterior.
Pero se debió a un desequilibrio coyuntural entre oferta y demanda, que provocó un alza de precios excepcional y no se mantendrá este año, según la Unión de la Industria Cañera de São Paulo (Unica), que reúne a los mayores productores brasileños.
Por eso el principal reclamo de Unica, y probable pedido del presidente Luiz Inácio Lula da Silva a Bush cuando se reúnan este viernes en Sao Paulo, es que Washington elimine esa protección, recién prorrogada por dos años. Cuotas de importación exentas de gravamen o reducción del mismo son las alternativas de una transición.
Es un tema que, empero, no podrá ser resuelto en la visita de trabajo de Bush este jueves y el viernes.
Pero muchos factores juegan a favor de Brasil, que cuenta con aliados importante dentro de Estados Unidos, como el propio hermano del presidente, Jeb Bush, el ex gobernador del sudoriental estado de Florida que copreside la Comisión Interamericana de Etanol, creada en diciembre por empresarios de los dos países y el Banco Interamericano de Desarrollo.
El acuerdo a ser discutido entre Bush y Lula trata de promover un mercado internacional de etanol, con reglas y normas técnicas, y establecer una cooperación para el desarrollo de tecnologías de su producción a partir de celulosa y para incrementar la producción en otros países, especialmente centroamericanos y caribeños.
Estados Unidos busca principalmente reducir su dependencia del petróleo que importa de países con que tiene pésimas relaciones, como Irán y Venezuela. Por eso una asociación alcoholera de Washington con Brasilia tendría repercusiones más amplias, geopolíticas, comerciales y agrícolas.
Mientras, la cuestión ambiental se tornó un impulsor decisivo de esas negociaciones, ante la gravedad del cuadro global reflejado en el informe del Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos, divulgado el 2 de febrero.
Para Brasil se trata de obtener los dividendos económicos de haber sido pionero en la producción y uso de alcohol carburante. Además de Estados Unidos, Japón aparece también como un mercado prometedor.
La empresa estatal brasileña Petrobrás, que se autodefinió como energética, negocia con bancos y firmas japonesas proyectos para asegurar la producción del etanol necesario para mezclar con gasolina y generar electricidad en Japón. Esa asociación ya acordó inversiones por un total de 6.500 millones de dólares.
Bautizada, en alusión a la Organización de Países Exportadores de Petróleo, como una "OPEP del etanol", esa alianza encabezada por Brasil y Estados Unidos ganó una instancia global con el Foro Internacional de Biocombustibles creado la semana pasada por China, India, Sudáfrica y la Unión Europea, además de los dos mayores países americanos.
Pero se trata de una comparación engañosa. Al contrario del petróleo, los biocombustibles favorecen la paz y podrán "contribuir a la reducción de la tensión internacional", indicó a IPS Oswaldo Oliva Neto, jefe del Núcleo de Asuntos Estratégicos (NAE) de la Presidencia de Brasil, que realizó amplios estudios sobre agro-energía en los últimos años.
La mayor parte de África, América Latina y Oceanía tienen posibilidades de producir etanol a partir de la caña de azúcar, reduciendo la concentración de la producción de combustibles en Medio Oriente, "región de elevada tensión y frecuencia de conflictos militares", arguyó.
Esa descentralización ofrece "mayor seguridad de provisión y menor dependencia", en comparación con el petróleo exportado por pocos países, acotó.
Además Brasil, ubicado en "la zona más desarmada del mundo y que no se involucra en conflictos militares desde la Segunda Guerra Mundial", puede ser el mayor productor de etanol, capaz de sustituir cinco por ciento de toda la gasolina consumida en el mundo.
Reducir la demanda de petróleo, ampliando el tiempo de explotación de las actuales reservas y atenuando así el alza de su precio, también contribuye a ablandar las tensiones, según Oliva, un coronel del Ejército.
Los biocombustibles, en su opinión, aportan "un concepto de mayor armonía respeto del ambiente y mayor contribución al desarrollo social", al ofrecer seguridad de abastecimiento, reducción de los gases invernadero, "apertura de nuevos mercados para países pobres" y posibilidad de incrementar el crecimiento económico mundial en nuevas bases.
Pero existen también temores. Ambientalistas temen que la "fiebre de los biocombustibles" fomente nuevas presiones para deforestar, especialmente en la Amazonia, ante la necesidad de expandir el área cultivada.
El Movimiento de los Sin Tierra divulgó un manifiesto condenando la expansión de la agro-energía que la alianza Brasil-Estados Unidos busca fomentar.
Se trata de abastecer automóviles "a costa de estómagos vacíos", expandir aún más los monocultivos, el monopolio de las semillas genéticamente modificadas y el "modelo colonial" de la apropiación de tierras, recursos naturales y fuerza de trabajo por unos pocos, advirtió el movimiento de trabajadores rurales.