BOLIVIA: El drama de vivir detrás del muro

En la oriental ciudad boliviana de Trinidad, el anillo de contención de las inundaciones es un muro que separa familias con ingresos medios y modestos de los excluidos que han perdido casi todo en una de las mayores inundaciones de la historia de este país.

El muro de contención de las aguas de ríos que corren desde las cordilleras occidentales de más de 6.000 metros de altura hasta los valles, es una carretera de circunvalación de 10 kilómetros convertida desde 1993 en la única protección para la capital del nororiental departamento de Beni, edificada sobre una llanura a 155 metros sobre el nivel del mar y habitada por 89.163 personas.

Desde el inicio de la habitual época de las lluvias, a fines de 2006, 51 personas han fallecido y 79.386 familias quedaron damnificadas en toda la república, según el último reporte proporcionado a IPS por el director nacional de Defensa Civil, Gonzalo Lora.

Las lluvias y riadas excepcionales se deben al efecto del fenómeno climático de El Niño, sobre el océano Pacífico, más grave esta vez para Bolivia.

Nunca como ahora, el anillo de protección es la línea divisoria entre los damnificados sumergidos en una inmensa laguna y los habitantes protegidos en una ciudad sin grandes comodidades y afectada por apagones y deficientes servicios públicos.
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En uno de los países con los ingresos más bajos de América del Sur en el que 67 por ciento de sus 9,6 millones de habitantes son pobres, Trinidad es un ejemplo de exclusión social.

En una jornada de pausa entre los tormentosos días, varias familias van y vienen desde la carretera-circunvalación en la penosa faena de rescatar los pocos bienes alojados en casas y chozas inundadas.

El único medio de acceso hasta sus viviendas es una canoa conducida por cuatro adolescentes que por momentos reman o se sumergen para arrastrarla en medio de los matorrales.

Mientras el bote improvisado se aproxima a tierra firme con su carga de colchonetas forradas de plástico azul, su propietaria, maestra de oficio, cae al agua contaminada y es auxiliada por los adolescentes para llegar hasta la orilla.

Es un día soleado, y a pesar de la tristeza colectiva, no se oyen lamentos y la gente disfruta del lago creado en más de un mes de lluvia intensa.

"Si no ha visto lo que ha pasado con nuestras casas, suba a la canoa, es muy segura y no se va a caer. Vaya y visite el barrio", dice una vecina a manera de reto y los cuatro adolescentes invitan al periodista de IPS a abordarla y emprender la recorrida.

Un colorido letrero de madera plantado al borde del camino anuncia la Zona 6 de Agosto, la fecha de fundación de la república en 1825.

La canoa se mece y el borde está apenas a unos 10 centímetros del nivel del lago. Un chorro de agua penetra en el fondo por una fina perforación dejada por un clavo.

La acumulación peligrosa de agua es combatida por Rodolfo Vaca, que extrae el líquido con un trozo de plástico a modo de balde, pero al cabo de media hora el agotamiento hace presa del joven de 17 años.

Sus compañeros, todos de la misma edad, cumplen otras tareas. Grover Moreno dirige al grupo, conformado además por Alexander Morasima y Jesús Vaca, encargados de los remos y el timón para atravesar las vías fluviales que 15 días atrás eran calles de tierra rodeadas de maleza y altos árboles.

La forma cúbica del bote llama la atención y Moreno explica: "Esta canoita la hemos construido con las tablas que sobraron de varias construcciones, pero nos faltó la brea y por eso los huecos se han cubierto con trapos para que no entre el agua".

Apenas termina de ofrecer esa explicación, pasa junto a nosotros una joven y su perro flotando sobre unas frágiles maderas a las cuales se añadieron envases plásticos de gaseosas cerrados, transformados en precarios balones de aire salvavidas. Entonces no hay por qué dudar de la solidez de nuestra embarcación.

"Ayudamos a recoger algunas cosas desde las casas inundadas porque no lo podemos hacer en hombros ya que el agua nos llega hasta el coto (cabeza) y si intento caminar sobre el fondo resbaloso, puedo caer. También ayudamos a los vecinos a rescatar sus cositas", explica Moreno.

La canoa pasa cerca de casas de barro y ramas que se derrumban lentamente y algunos automóviles que sus propietarios no pudieron salvar de la crecida.

"No ha llegado la ayuda de la gente de rescate. Ellos fueron sólo a los barrios más organizados", se queja Moreno.

Él ha perdido "la ropa, los zapatos y los alimentos. También se quedaron mis libros en la vitrina que hemos dejado: el libro de álgebra, de cuarto de secundaria y otros que me hacen falta. Tengo que volver a trabajar para volver a comprarlos", dice.

Sus amigos han perdido cerdos, gallinas y pollitos criados en los "canchones" (patios) de sus casas y "que vendían para tener su platita", relatan.

La nostalgia es evidente en los ojos de los cuatro adolescentes mientras ven pasar casas de ladrillos resistiendo la humedad y chozas de palmeras debilitadas, o ventanales en cuyos rellanos quedaron abandonados hasta ositos de peluche perfectamente alineados.

El mejor recuerdo previo a la inundación fue "un guiso de pollo con los amigos el día domingo, antes de la inundación. Estaba lloviznando y habíamos ganado un campeonato de fútbol, y al día siguiente se inundó", cuenta Moreno.

La peor comida desde que es un desplazado habitante de una tienda "fueron unas galletas con refresco (gaseosa) porque no se podía cocinar en el piso húmedo. La mejor, un 'locrito carretero', con huesitos peladitos, arroz y plátano".

La Zona 6 de Agosto era un barrio de pintoresca combinación de calles y corrales donde "las gallinitas cruzaban la vía, había perritos y chanchos. Era algo hermoso y daba ganas de venir al barrio porque despejaba la mente". Hoy todo está bajo el agua.

Los jóvenes no ocultan su exclusión por estar fuera del anillo de protección. "Los que viven dentro son los que tienen plata (dinero) y tienen el poder. Pueden comprar una casa mejor que no se va a inundar".

En la Zona 6 de Agosto, "la junta de vecinos reparte los terrenos y pagamos una mensualidad de 120 bolivianos (unos 15 dólares). Los terrenos cuestan unos 1.500 dólares (dentro del anillo, cuestan 10.000 dólares), pero la madera es cara para los pobres porque nos miran con cara de 'opita' (tonto)".

La vivienda de Moreno era de madera, "cercada de tablitas a los costados, de tejitas arriba, lo más sencilla. Había que hacer esfuerzo para que dure", recuerda.

"Mi cuarto no era grande ni chico. Entraba (cabía) una camita de plaza y media, otra de mi hermano, mi mesa y un espacio para estudiar. Mi camita no tenía sábanas ni colchón nuevo. Sólo colchón de paja, que es muy económico", afirma.

El joven Moreno recuerda lo mejor de ese lugar: "Mis libros, mis diplomas, certificados de la Unidad Educativa San Vicente por ser el mejor alumno. Eran certificados por mi buen comportamiento y por organizar grupos de amigos para hacer las tareas, ayudar a los jóvenes y organizar campeonatos deportivos".

En el futuro, "yo viviré en mi barrio con mis amigos y vecinos, fuera del anillo, y tengo esperanza de que construyan otro anillo", concluye.

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