Este lunes se cumplió un año de la segunda victoria electoral de Óscar Arias en Costa Rica, con el Partido de Liberación Nacional. En su primer mandato, que transcurrió entre 1986 y 1990, se lo conoció como el presidente de la paz. Hoy, la izquierda lo critica por promover el libre comercio con Estados Unidos.
Arias obtuvo en 1987 el premio Nobel de la Paz por su contribución a la pacificación de América Central que se plasmó en el Acuerdo de Esquipulas, firmado en agosto de aquel año por los presidentes de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
Por entonces, se habían frenado los avances del llamado Grupo de Contadora, establecido por los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela para hallar una solución pacífica a las guerras internas centroamericanas.
—Usted fue protagonista de las negociaciones que pusieron fin a las guerras en América Central. ¿Cómo valora lo ocurrido en la región desde aquel momento?
—Contadora fracasó y yo presenté el plan de paz, apelando a la responsabilidad y al valor que deberíamos tener los presidentes para silenciar las armas, cosa que se logró. Ya no nos matamos entre nosotros, los problemas son otros: consolidación de la democracia, poner a nuestras economías a crecer más aceleradamente para poder salir de la pobreza, educar a nuestra gente, ofrecerles salud a nuestras poblaciones, construir infraestructuras que nos permitan ser más competitivos.
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—Si abre el periódico de ayer, viendo los resultados que ha dado, ¿qué cambiaría de esos procesos de paz?
—Poca cosa. El leit motiv de mi plan de paz era que la democracia era una condición para la paz, y creo que hemos avanzado bastante en la democratización de estos países. Son democracias frágiles, imperfectas, pero no creo que vuelvan los sistemas políticos autoritarios y dictatoriales del pasado.
—En aquel momento se decía que se abriría el camino a la prosperidad y se acabaría con la violencia, que hoy es un problema grave en muchos de estos países.
—Esa es una de las lacras de la Centroamérica de hoy, una gran violencia en los países que estuvieron en guerra, y las armas quedaron en manos de muchos jóvenes. El mejor antídoto para eso es más educación para nuestra juventud, más oportunidades laborales, salarios de mayor calidad de lo que hoy ofrecemos.
—Precisamente en aquellos acuerdos había compromisos sobre educación y salud, y también sobre acceso a tierras y recursos. Eran unos propósitos claros sobre desarrollo.
—Es difícil definir cuáles son las principales prioridades de los países centroamericanos porque nos hacen falta muchas cosas. No tenemos la infraestructura, no somos competitivos en este mundo globalizado, no gastamos lo suficiente en educación, la gente no paga los impuestos que debe pagar. Y mi sueño, que era de hacer de Centroamérica la primera zona desmilitarizada del continente, no fue posible. Estados Unidos nos eliminó la ayuda porque se acabó la amenaza comunista. Hace 20 años El Salvador, después de Israel, era el país que más ayudas norteamericanas (estadounidenses) recibía en el mundo, per cápita. Todo eso se ha ido desvaneciendo en el tiempo.
—Hablando de Estados Unidos, en el pasado tuvo una injerencia muy importante en América Central. ¿Cómo ve su papel hoy?
—Estados Unidos tuvo una injerencia muy fuerte porque también la tenían Cuba y la Unión Soviética. Una guerra que peleaban las superpotencias, ellas ponían las armas y los centroamericanos poníamos los muertos. Hoy, la preocupación de Estados Unidos es el Medio Oriente. Su preocupación está muy lejos de Centroamérica.
—¿Cómo ve el giro hacia la izquierda en América Latina?
—Lo que nos diferencia fundamentalmente a muchos líderes y regímenes en América Latina es que hay mucha gente, entre la que me incluyo, que creemos que tenemos que adaptarnos a la economía internacional, y que el motor del crecimiento para economías pequeñas como las nuestras es el comercio exterior. La otra visión es que no, que se puede seguir siendo proteccionista, y que la liberalización del comercio sólo nos trae perjuicios, porque estamos negociando tratados con economías muy avanzadas. Yo no pienso así. Estamos obligados a estar insertos en la economía internacional, mientras la Ronda de Doha (de la Organización Mundial del Comercio) no camine, en parte debido al egoísmo, a la falta de visión, a la hipocresía de los países ricos, que mantienen su proteccionismo y subsidios para sus agricultores.
—¿Cree que el RD-Cafta (Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos con América Central y República Dominicana) es la solución al subdesarrollo regional?
—No, no creo que sea la solución, creo que es una oportunidad, que es algo que hay que hacer, pero el día que entre en vigencia el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, automáticamente no nos hacemos ricos. Tenemos que aprovechar esa oportunidad de tener acceso a un mercado de 300 millones de habitantes altamente consumidor. Pero si no hacemos todo lo demás —si no educamos a nuestra población, si no aumentamos la competitividad de nuestras economías, si no aumentamos el salario real, si no pagamos los impuestos que debemos pagar para darle más beneficios a la gente que los necesita—, pues ciertamente la agenda social no tiene nada que ver con el Cafta.
—¿Cómo juzga el clima de crispación político y social costarricense ante la posible aprobación del Cafta o TLC?
—Aquí hay líderes sindicales y políticos que están muy en contra, buena parte de la sociedad civil está en contra. No sólo lo reconozco, sino que me parece que están en su derecho de oponerse por distintas razones. Lo único que le pido a nuestro parlamento es que se vote, ya sea para aprobarlo o para rechazarlo. Ahora, he convencido a una buena parte del país de que son más los beneficios que los inconvenientes, y hoy hay más costarricenses apoyando el TLC con Estados Unidos que hace un año.
—Hay sectores sociales y políticos que reclaman un referéndum. ¿Ha considerado esta posibilidad?
—Esa posibilidad nadie la ha planteado con seriedad. Primero porque ya saben que si se planteara y se hace, lo pierden los que están en contra. Segundo, porque acabamos de pasar una elección de presidente y diputados, y una más reciente de alcaldes. Y tercero, porque el TLC con Estados Unidos debe estar aprobado antes de marzo de 2008. De tal manera que todos los que hablan de eso es como un obstáculo más, un valladar más para posponer la votación sobre el Cafta y que no se lleve a cabo.
—Antes decía que las políticas fiscales en América Latina son muy laxas. De entrar en vigor la reforma fiscal, ¿se verá un avance en este país?
—La agenda más importante de este país es en el campo social. Hay 46.000 familias viviendo en tugurios, quiero erradicar la mitad de ellos. Queremos universalizar la enseñanza media para 2010. Comencé por duplicar las pensiones más bajas. Este año vamos a subirlas de nuevo. La desocupación es del 6 por ciento, bajamos la inflación al 9,4 por ciento. No hay mejor política social que bajar la inflación. Y luego están las infraestructuras.
—¿Cree que el sistema judicial está desprestigiado a los ojos del ciudadano?
—Todo es relativo. Tiene mucho prestigio en comparación con los sistemas judiciales de otros países latinoamericanos, pero siempre la gente cree que nuestra justicia no es pronta ni cumplida.
—El hecho de que dos ex presidentes del país (Rafael Calderón y Miguel Ángel Rodríguez) hayan estado en la cárcel, ¿ha beneficiado o ha perjudicado la imagen de Costa Rica?
—La ha perjudicado mucho, aunque al menos el intento de limpieza existe. Lo que pasa es que el hecho de que todavía no hayan sido acusados preocupa a alguna gente y crea una gran incertidumbre. Sí le puedo garantizar que este es un país donde no hay impunidad.
—¿Qué es lo que más le ha sorprendido en estos nueve meses de gobierno?
—La dificultad en devolver la confianza a los costarricenses, en hacerles ver que hay un gobierno que camina, que toma decisiones. Y la dificultad para aprobar leyes importantes en el parlamento. Por lo que a mí me corresponde, no voy a posponer una decisión.
—¿En qué ha fallado su gobierno en lo que llevamos de mandato?
—Las expectativas de los costarricenses son muchas, y posiblemente en infraestructuras es poco lo que hemos avanzado y lo que tengo son promesas. Se está haciendo un esfuerzo muy grande por mejorar nuestra red vial, pero no con la celeridad que deberíamos hacerlo.
—Suele estar muy bien considerado por la izquierda europea, no así por la más cercana. ¿Por qué cree que ocurre esto?
—Bueno, porque la izquierda fue la que me hizo presidente en la anterior etapa por oponerme a (al ex presidente estadounidense Ronald) Reagan, a su política exterior en Centroamérica, fundamentalmente intervencionista. Pero hoy (la izquierda) no me apoya porque no está de acuerdo con el TLC. Yo no he cambiado de opinión. Hace 20 años pensaba lo mismo, sólo que no pude hacer todo lo que quería hacer. Gobernar es escoger, definir prioridades, y en aquel momento la paz de Centroamérica era lo más importante. Hago las cosas por principio, por convicción. En la vida hay que adaptar el pensamiento a la realidad, uno no puede ser esclavo de las ideas.