ENERGÍA-ARGENTINA: Apuesta nuclear cargada de interrogantes

Argentina llama a ingenieros, químicos, físicos, técnicos y expertos en comunicación y en cuidado ambiental para ocupar puestos vacantes en la industria nuclear, paralizada desde los años 90. Ante este entusiasmo, activistas se preguntan si esta vez habrá mejor seguridad y mayor transparencia.

A pesar de que uno de los argumentos para impulsar el renacimiento de la energía nuclear en el país es la necesidad de atenuar el cambio climático provocado por los combustibles de origen fósil, la mayoría de los ambientalistas consideran que esta fuente es potencialmente riesgosa y que produce una amenaza latente de larga duración como son los residuos radiactivos.

Pero si se consulta a los expertos en la actividad, éstos no dudan en afirmar que la energía atómica es la más limpia y segura del mundo. El gobierno argentino de Néstor Kichner optó por escuchar a este último grupo y anunció en agosto un plan para la reactivación de centrales nucleares y la puesta en marcha de la producción de sus insumos: agua pesada y uranio enriquecido.

Argentina es pionera en la producción de energía nuclear en América Latina. A mitad del siglo XX, el Estado comenzó a invertir en investigación y desarrollo y para 1974 se inauguró la primera central atómica de la región, Atucha I, que produce 357 megavatios y está ubicada en la oriental provincia de Buenos Aires.

En 1984 se inauguró la segunda central, Embalse, en la central provincia de Córdoba, con un aporte de 648 megavatios.
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Ya en 1981 se había comenzado a construir también Atucha II, en el mismo parque que Atucha I, pero quedó inconclusa en 1994 por falta de fondos y voluntad política del entonces gobierno derechista de Carlos Menem (1989-1999).

El proyecto original de Argentina contemplaba levantar seis reactores en total. Pero el plan quedó trunco. En los años 80, la razón del desinterés fue la abundante oferta de gas natural, y en los 90 fue la decisión del Estado de retirarse de una actividad que requería grandes inversiones.

Menem sacó las centrales nucleares de la órbita de su organismo madre, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), en 1994, con el objeto de subastarlas. La oferta fracasó y la operativa de ellas quedó bajo responsabilidad de Nucleoeléctrica SA, financiada por el Estado.

Esta parálisis se siente en la oferta energética. El aporte de energía nuclear a la matriz eléctrica de Argentina bajó de 15 por ciento en los años 80 a ocho por ciento en la actualidad.

Ahora el gobierno centroizquierdista de Kirchner se propone finalizar la obra de Atucha II para 2010, que aportará 745 megavatios, prolongar la vida útil tanto de Atucha I como de Embalse, y analizar la factibilidad de construir una cuarta central. También se anunció la puesta en marcha de una productora de agua pesada y la reanudación de la generación de uranio enriquecido.

En diálogo con IPS, el ingeniero Darío Jinchuk, portavoz de la CNEA, admitió que el plan es un fuerte respaldo para la actividad. "En los años 90 se congelaron las vacantes en la CNEA y hoy el promedio de edad del personal es de 54 años. De las 5.000 personas que trabajábamos en el pico de la actividad quedamos apenas 1.900", precisó.

Muchos de los recursos humanos formados aquí con becas estatales se fueron al extranjero o cambiaron de rubro.

El llamado a cubrir unos 60 puestos vacantes y la oferta de 68 becas tiene movilizado al sector. Se requieren ingenieros nucleares, pero también especializados en ingeniería civil, química, industrial, ambiental, electrónica y mecánica.

Licenciados en física, química, contadores, expertos en seguridad ambiental, al igual que técnicos para operar centrales, estudiantes avanzados en esas áreas y abogados especializados en la temática, así como relacionistas públicos.

Para Jinchuk, el relanzamiento de la actividad sigue la línea internacional y necesidades locales. Entre las primeras mencionó el horizonte de corto plazo para las reservas de hidrocarburos, su precio cada vez más alto, la inestabilidad de las regiones donde se concentran esos recursos, y sus efectos sobre el ambiente.

En Argentina, además de esos factores hay otros que suman a favor de reimpulsar esta industria. "El país crece a un ritmo de ocho por ciento anual y la demanda energética aumenta entre cuatro y cinco por ciento en el mismo lapso", explicó el portavoz de la CNEA. "Los (empresarios) privados no invierten casi y, por ello, el Estado decidió hacerlo", acotó.

Y no sólo a través de las centrales nucleares tradicionales. Jinchuk confió que por fin habrá presupuesto para el prototipo de un reactor pequeño que produzca electricidad.

Argentina fabrica y exporta reactores para producir radioisótopos, pero la CNEA diseñó uno para la producción de electricidad que aún está en los planos.

Respecto de la seguridad, aseguró que "la tecnología mejoró mucho" desde los años 80.

"Los sistemas de seguridad son redundantes y con múltiples barreras de contención. Hay sistemas pasivos que no necesitan que se los accione", enumeró.

Sobre los temores de los activistas que critican al gobierno por la falta de estudios de impacto ambiental a la hora de prolongar la vida de las centrales que están prontas para salir del circuito, el ingeniero Jinchuk consideró que se trata de una práctica habitual.

"En Estados Unidos hay 102 centrales y la mitad va a prolongar su vida útil", afirmó.

Pero hay otras dudas aún sin respuesta. Las centrales nucleares parecen haber nacido con un rechazo congénito al control ciudadano, un factor que las hace más temibles. IPS intentó durante una semana hablar con un miembro del directorio de Nucleoeléctrica SA (NA-SA), pero no logró pasar del encargado de relaciones públicas.

El sitio en Internet de la firma, en construcción, tampoco brinda datos en profundidad. "Hace 12 años que NA-SA está generando energía limpia y segura", sostiene el eslogan que da la bienvenida al espacio virtual con una tranquilizadora música de fondo.

Jinchuk admitió que el gran fantasma que persigue a la actividad es el accidente de 1986 en la planta de Chernobyl, en Ucrania, aún bajo el dominio central de la hoy desaparecida Unión Soviética.

"No hubo otro así de grave (desde entonces), con pérdida de radiación, y el reactor no contaba con la seguridad requerida", aseguró.

La prueba de solidez de la industria, dijo, es que en el mundo funcionan 443 centrales nucleares y hay otras 33 en construcción, sin un accidente. "Toda actividad humana tiene impacto ambiental, ese impacto será mayor o menor según como el Estado la controle", admitió.

"El Estado debe velar porque la actividad se haga dentro de las normas de seguridad adecuadas", remarcó. En Argentina, la responsabilidad de fiscalizar la operación de la actividad nuclear es la Autoridad Regulatoria Nuclear, creada en 1996.

Lo cierto es que con la futura puesta en marcha de Atucha II, el aporte nuclear a la matriz eléctrica podría pasar de ocho a 12 por ciento, siempre y cuando la energía de otros orígenes no creciera, una alternativa descartada. El gobierno llamó a privados a la construcción de nuevas centrales térmicas y está invirtiendo en hidroeléctrica.

"El interés de quienes trabajamos en la industria nuclear es llegar a 17 por ciento, que es el promedio mundial de energía de ese origen, y lo ideal sería 35 por ciento, que es el promedio europeo", estimó. En Francia, casi 80 por ciento de la energía se produce en centrales atómicas.

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