Con una niña pequeña en su regazo, Sudhani Chaudhary, de 30 años, manipula con cuidado granos recién cosechados. Se encuentra en una choza de barro en el valle de Deukhuri, en el sudoccidental distrito nepalés de Dang.
Otra de sus cuatros hijas, de 10 años, fue vendida como empleada doméstica. La llevaron a un pueblo lejano. "Me dijeron que va a la escuela", dijo la madre.
En la misma choza vive la familia de su cuñado, que vendió a cinco de sus hijas, enviadas a ciudades lejanas como Surkhet, Pokhara e incluso Katmandú. Algunas trabajan en restaurantes. Ellos creen que van a la escuela.
"Todas se volvieron 'kamlaris'", señaló Sudhani. Así se denomina en Nepal a las niñas vendidas como aprendices en régimen de servidumbre, rayano en la esclavitud, trasladadas a localidades lejanas a las de sus familias.
"¿A quién le gusta mandar lejos a los hijos? Pero aquí no hay suficiente alimento. Para ellas es mejor irse. Al menos les dan comida, e incluso pueden ir a la escuela."
La venta de kamlaris está muy difundida en la comunidad tharu, radicada en los distritos de Dang, Kailali, Kanchanpur, Banke y Bardiya, en el este de Nepal.
Muy a menudo se atribuye este fenómeno a la pobreza. Pero también se trata de una tradición iniciada cuando los tharus comenzaron a perder la propiedad de sus tierras, ocupadas a la fuerza por comunidades que bajaron de las montañas a las llanuras fértiles en los años 50.
Las ocupaciones cambiaron la relación de poder en la región tan drásticamente que hundió económica y socialmente a los tharus, la comunidad más pobre del pobrísimo Nepal.
Pertenecen a esta comunidad siete por ciento de los 26 millones de habitantes de este país, signado por un complejo régimen de castas y gran diversidad étnica.
Los tharus alegan que se vieron obligados a cultivar las mismas tierras que antes poseían, ahora en carácter de "kamaiyas" (agricultores siervos).
Aun así, muchos debieron negociar con los hacendados acuerdos de aparcería, incluso ofreciendo a sus hijas como empleadas domésticas.
"El sistema kamlari excedió esta práctica", explicó Dhaniram Chaudhary, hijo de un ex kamaiya y hoy vicepresidente de la organización tharu Sociedad de Bienestar Acción Nepal (SBAN), dedicada a la erradicación de esta práctica en el valle del Dang.
"Es servidumbre y explotación. Pero no se limita a la pobreza: también familias tharus prósperas convierten a sus hijas en kamlaris", explicó.
No se sabe con precisión cuántas niñas son víctimas de esta práctica. Algunos estudios informales señalan que cerca de 3.000 niñas tharu salen por año como kamlaris sólo del distrito de Dang.
La cifra podría elevarse a entre 20.000 y 25.000 si se suman los cinco distritos tharu del occidente de Nepal, según el director local de la organización Amigos de los Niños Necesitados (FNC), Som Paneru, dedicada a rescatar y rehabilitar a niñas kamlari.
La organización Global Charity, plataforma de Internet dedicada a canalizar el financiamiento de varios proyectos en favor de la infancia en todo el mundo, calculó que unas 40.000 niñas, muchas de ellas de apenas siete años, trabajan en régimen de servidumbre en Nepal.
El sistema kamlari se institucionalizó cuando entraron en juego los intermediarios. Las niñas entregadas a señores de la tierra locales pronto fueron enviadas a ciudades y pueblos lejanos como un favor al gobierno y a funcionarios policiales.
"A medida que la práctica se asentó, los intermediarios vieron oportunidades económicas y la institucionalizaron, convenciendo a los padres de que mandaran lejos a sus hijas por tan sólo 54 dólares", explicó el líder de la comunidad local Shram Lal Chaudhary.
El sistema kamlari se inicia cuando los padres venden a su hija, a través de un intermediario, a familias y empresas de sitios remotos. El pago inicial, tras un acuerdo de palabra, asciende a entre 54 y 81 dólares.
El contrato, por lo general, es por un año, pero se perpetúa porque los padres siguen recibiendo anualmente los pagos de los intermediarios, que a menudo son los únicos que saben dónde está la niña.
Las kamlaris, mientras, no reciben por su trabajo retribución alguna, más allá de alimento, ropa y, en algunos casos, educación.
Srijana Chaudhary tiene 11 años. Trabaja como ayudante en una pequeña tienda de té en Ghorani, un pueblo del norte de Dang.
Srijana fue comprada el invierno pasado por 54 dólares y llevada de su casa en el valle de Dang a Ghorahi. Es una niña tímida y triste. Está asustada. Recibió clases informales durante dos horas diarias hasta hace poco.
"Mi nombre fue retirado de la lista de la escuela", dijo. Asegura que no quiere volver a clases.
"Casi todos los hogares de Ghorahi tienen un kamlari", indicó Sadhna DC, activista dedicado a rescatar a las niñas siervas. "Funcionarios, empresarios, comerciantes, casi todos tienen kamlaris. La práctica está arraigada aquí".
Muchos padres atribuyen su decisión a la promesa del comprador de mandar a las niñas a la escuela.
Pero SBAN y FNC alegan que casi 90 por ciento de las niñas vendidas no asisten nunca a clases. "Son falsas promesas. Muy pocas niñas reciben un buen trato y van, de hecho, a la escuela", señaló Man Bahadur Chhettri de FNC.
Ambas organizaciones obtuvieron grandes logros en la erradicación de esta práctica servil en Dang.
En la aldea de Gobardiya, por ejemplo, SBAN y FNC lograron devolver a sus hogares y rehabilitar a muchas niñas que habían sido kamlaris. La mayoría asisten a escuelas locales o van a clases de formación profesional.
Pero el éxito también desató polémicas, rencor y amenazas.
La insurgencia maoístas, que al principio apoyaban la erradicación del sistema kamlari, comenzaron a sospechar de las organizaciones a cargo de la tarea y el año pasado las obligaron a retirar sus proyectos.
Pero la interrupción sólo duró cinco meses, debido a la presión de familias tharu sobre los líderes rebeldes locales.
El 3 de este mes, una asociación de hoteleros y dueños de restaurantes de Lamahi anunció en conferencia de prensa que prohibiría la entrada en sus locales de integrantes de FNC y SBAN, a quienes atribuyeron "acusaciones infundadas de explotación infantil".
Los propietarios arguyeron que, en realidad, les daban trabajo a las niñas.
"Por más que pretendamos la desaparición de esta práctica, todavía hay resistencias", admitió Dhaniram. "Pero al menos las niñas y sus familias tomaron consciencia del problema. Es una esperanza."
Parte del optimismo se debe a la prohibición del sistema kamlari, resuelta este mes por la Corte Suprema de Justicia.
El tribunal también ordenó al gobierno la creación de un fondo para la rehabilitación de las niñas víctimas del sistema y la de sus familias. El fallo respondió a la demanda presentada hace dos años por FNC.