Luego de presentarse como el campeón de las reformas democráticas y salvador de la históricamente oprimida minoría chiita en el Islam, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, parece volver a su tradicional política de respaldar a gobiernos autoritarios y de mayoría sunita.
El cambio se fue produciendo desde mediados de 2005 y se consolidó este año, después de que las elecciones celebradas en Líbano, Iraq, Palestina y Egipto demostraron la amplia y creciente popularidad de los partidos islamistas, antiestadounidenses y antiisraelíes, tanto de la rama sunita como de la chiita en el mundo musulmán.
De hecho, luego de que el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) ganó los comicios palestinos en enero, Washington lideró un boicot internacional a la ayuda al desarrollo de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), en un aparente esfuerzo coordinado con el gobierno del primer ministro de Israel, Ehud Omert, para hacer que ese nuevo gobierno colapsara.
Al mismo tiempo, Washington frenó la campaña destinada a presionar a sus aliados árabes para que adoptaran reformas democráticas, una iniciativa que había sido ensalzada antes por Bush por tratarse de un cambio histórico en 60 años de la tradicional diplomacia estadounidense en la región.
El cambio se podría acelerar ante los actuales conflictos en Gaza y en Líbano, donde Israel lanzó ofensivas contra el sunita Hamas y el movimiento chiita prosirio Hezbolá (Partido de Dios) respectivamente. Estos dos grupos cuentan con un gran apoyo popular en sus países.
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Altos funcionarios de Washington han elogiado las críticas sin precedentes hechas al Hezbolá por parte de los gobiernos de Arabia Saudita, Jordania y Egipto, liderados por sunitas, como una evidencia de un gran cambio en las actitudes árabes hacia Israel.
Un portavoz saudita, por ejemplo, acusó al movimiento chiita libanés de "exponer a las naciones árabes a un grave peligro sin haber contado con la opinión de esas naciones".
"Esto marca una nueva era, porque significa que los países árabes y los musulmanes ahora están dispuestos a responsabilizar al Hezbolá y a sus patrocinadores (Siria e Irán)", dijo el portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow.
Aunque esto se puede aplicar a los gobiernos, es menos claro en el caso de las poblaciones de esas naciones árabes, supuestos beneficiarias de los esfuerzos democratizadores de Washington en Medio Oriente.
"No creo que la declaración del gobierno saudita esté en tono con el sentimiento de la mayoría de los sauditas en relación con la situación de Líbano. La forma en que lo dijeron dañó su reputación en el mundo islámico", dijo al periódico Christian Science Monitor el abogado y activista Bassem Alim, de la occidental ciudad saudita de Jeddah.
De hecho, en los últimos días hubo espontáneas manifestaciones populares de apoyo al Hezbolá, así como al Hamas, en muchas capitales árabes, donde son considerados los únicos grupos capaces de enfrentar a Israel, apoyado por Estados Unidos.
"Me preocupo por los reclutamientos silenciosos de (la red terrorista) Al Qaeda y a otros grupos parecidos que se producirán cuando el amplio público árabe y musulmán asimile esto", señaló el analista Graham Fuller, quien trabajó como experto en Medio Oriente para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.
"Los objetivos (de los grupos terroristas) serán estos regímenes, que ahora son vistos como defensores de la posición israelí", añadió.
La disposición de algunos países árabes a criticar al Hezbolá, así como de Estados Unidos a destacarlo, parece ser parte de una estrategia general ante la preocupación de esos mismos gobiernos sobre la posible emergencia de una "Media Luna Chiita" en Medio Oriente, liderada por Irán y que amenace el histórico dominio sunita en la región.
De hecho, los mismos gobiernos se opusieron a la invasión de Iraq en 2003 por temor a que fortaleciera a la mayoría chiita del país en perjuicio del tradicional liderazgo de los sunitas.
Los neoconservadores de Washington buscaron ese resultado de forma deliberada, bajo la errónea esperanza de que ello promovería un "cambio de régimen" en Irán, además de una disminución del nacionalismo árabe en Iraq.
Tres años después, parece que los temores de los líderes sunitas estaban plenamente justificados: Irán y sus aliados, entre ellos Siria, la mayor parte del gobierno iraquí y el Hezbolá, tienen ahora más fuerza que antes.
"Los estados sunitas no parecen estar tan preocupados por el programa nuclear de Irán como por su nueva confianza, su determinación a hablar por los chiitas de todas partes", señaló el analista Gary Sick, experto en Medio Oriente de la Universidad de Columbia.
"El ataque del Hezbolá a lo largo de la frontera israelí es visto como un caso particularmente perturbador, pues fue perpetrado por un actor no estatal chiita fuera del ámbito de los consejos de poder tradicionales sunitas, y tiene efectos en toda la región", añadió.
Las críticas de líderes sunitas al Hezbolá, en particular las del gobierno de Arabia Saudita, representan "un factor totalmente nuevo" en la política regional, pues "desafía la lógica árabe convencional de que toda oposición a Israel ha de ser respaldada", indico Sick, ex consejero sobre Irán del ex presidente estadounidense Jimmy Carter (1977-1981).
"Las reglas del juego que han cambiado tienen menos que ver con los conceptos israelíes de disuasión estratégica y están mucho más relacionados con la emergencia de un eje de poder chiita que se extiende desde Teherán hasta el corazón de la Bagdad otrora sunita", explicó.