FÚTBOL-MERCOSUR: Síndrome de abstinencia

Primero Uruguay, luego Paraguay, más tarde Argentina y ahora le toca sufrir a Brasil. El Mercosur estará ausente de la final de la Copa de la FIFA pese a contar con los futbolistas más habilidosos de las ligas de mayor riqueza del mundo. Es que el dinero no es todo, pero cómo ayuda.

La brecha de poder entre el Norte rico y el Sur en desarrollo es omnipresente en cuanta competencia conduzca la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado), ya sea entre selecciones nacionales como las organizadas por los clubes en jugosos negocios con las poderosas cadenas de televisión internacionales y las mayores empresas transnacionales.

A pesar de que el fútbol sigue siendo el deporte más democrático y de que los resultados se definen en un campo de juego entre 11 futbolistas por cada equipo, el poder político y la infraestructura millonaria que lo sustentan ocupan un papel central a la hora de medir fuerzas en torneos de selecciones y de clubes.

Un ejemplo de ese poder son los 8.000 millones de dólares invertidos por Alemania en infraestructura para montar el campeonato mundial mejor organizado de la historia, parte de ellos para construir o readecuar los 12 estadios utilizados. La distancia es sideral desde las pocas monedas que necesitó Uruguay para echar a andar el primer torneo de FIFA en 1930, si bien tuvo que hacerse cargo de todos los gastos.

Pero las arcas alemanas han recibido, según datos preliminares, más de 1.000 millones de dólares de ganancias, gracias al millón de extranjeros que llegaron a ese país y que prácticamente colmaron los estadios en más de 60 partidos disputados por las 32 selecciones nacionales participantes.
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Sólo Brasil, con cinco copas en su haber, y en menor medida Argentina, con dos trofeos, han podido pelear hasta ahora sus lugares en la elite mundial del fútbol, pero siempre contando con la gran mayoría de jugadores que militan en los millonarios clubes-empresas de Europa y que emigran en muchos casos antes de dejar la adolescencia.

Brasileños y argentinos, con casi 100 por ciento de sus plantillas en el exterior y desde hace años, fueron los últimos en quedar fuera de la Copa FIFA 2006 que finalizará este domingo en Berlín. Paraguay no superó la ronda inicial, y Uruguay ni siquiera logró clasificar, al ser superado por la selección de Australia, país con un apetecible mercado a conquistar por este deporte-negocio.

Los futbolistas son los emigrantes aventajados de la diáspora del Sur en desarrollo hacia la meca, en este caso de Europa, al punto de que en el juego final estarán presentes un latinoamericano adoptado por Italia, el argentino Mauro Camoranesi, y una pléyade de jugadores de origen africano en Francia.

Esa particularidad motivó comentarios racistas como el del líder ultraderechista francés Jean-Marie Le Pen, condenado expresamente por autoridades, aficionados y hasta por el propio excelso desempeño de jugadores como Zinedine Zidane, hijo de argelinos y lanzado al fútbol por la admiración que le despertó el uruguayo Enzo Francescoli cuando jugaba en su país.

Si bien es originario de Europa, el fútbol se desarrolló en la primera parte de su "era moderna" especialmente en el Río de la Plata, con la inyección de arte y malabarismo al rústico deporte traído por ingleses en su invasión industrial de fines del siglo XIX. En tanto, Brasil lo elevó a la categoría de juego bonito.

No es casualidad que el torneo de selecciones nacionales más añejo sea la Copa América, nacida como Campeonato Sudamericano en 1916, ni que los clubes más destacados internacionalmente fueran, hasta fines de los años 60, Peñarol de Montevideo, el brasileño Santos -con Pelé como estandarte— y los argentinos Independiente y Estudiantes.

Esos cuatro clubes en particular se alzaron en aquellos años con trofeos intercontinentales en la propia Europa frente a equipos ingleses, portugueses y al español Real Madrid, abanderado entonces de la dictadura de Francisco Franco (1939-1975).

Tampoco es fortuito que el primer campeón mundial de FIFA haya sido Uruguay, que organizó la competencia en 1930 porque entre sus méritos tenía haber ganado en fútbol los dos últimos Juegos Olímpicos en los que intervinieron selecciones sin restricciones de edad de sus jugadores.

Esos dos torneos, considerados precursores de la Copa Mundial, se disputaron en Europa, en 1924 en París, y en 1928 en Ámsterdam.

En los anales de la FIFA figura la final de 1950 ganada por Uruguay a Brasil en Río de Janeiro como la más importante y emocionante de las jugadas hasta este domingo.

Pero el fútbol romántico pasó y el ideal olímpico quedó sepultado a mediados de los años 70 por el gran negocio con la irrupción de la televisión y de la mayor empresa monopólica transnacional: la FIFA comandada primero por el brasileño Joao Havelange y luego por su heredero, el suizo Joseph Blatter.

El mundo del fútbol ha sido pionero en globalización económica y política, con la aparición de las sociedades anónimas desplazando a los clubes deportivos sin fines de lucro.

Casi todos los clubes europeos que forman el llamado Grupo de los 14 (G-14), los más poderosos de Europa y del mundo, cotizan hoy en bolsa. Sus estructuras empresariales nada tienen que ver con la masa de hinchas que los siguen, como el Real Madrid, el más rico con una facturación anual superior a los 300 millones de dólares.

Lo mismo ocurre con equipos italianos propiedad de firmas transnacionales, como la FIAT con el Juventus FC, y el consorcio del ex primer ministro Silvio Berlusconi con el AC Milan, o los fenómenos más recientes de los ingleses Chelsea, adquirido en 2003 por el multimillonario ruso Roman Abramovich, y el Manchester United, comprado por el estadounidense Malcolm Glazer.

Los 20 clubes europeos más poderosos suman ingresos superiores a los 3.500 millones de dólares al año, según el último informe de la consultora Deloitte publicado por el diario argentino Clarín. Los presupuestos más abultados en Argentina, de los clubes Boca Juniors y River Plate, rondan apenas los 40 millones de dólares anuales.

El poder de estas empresas deportivas tiene preocupada a la FIFA, a la cual ya le han reclamado 243 millones de dólares por ceder a sus jugadores para el mundial de Alemania, como informó el viernes el ex jugador internacional Karl-Heinz Rummenigge, presidente del Bayern Munich, miembro del G-14.

Una lucha que se dirime en el primer mundo del fútbol, en el que la FIFA es rectora. En este mundial, se ha alzado con ingresos superiores a los 2.200 millones de dólares, y sus ganancias netas rondarán los 1.400 millones, según estimaciones. La copa alemana es así la más rentable de las 18 disputadas.

Sólo por concepto de derechos de emisión de imágenes para una audiencia estimada en 30.000 millones de televidentes sumados a lo largo de un mes, esta multinacional recaudó 1.220 millones de dólares ya antes de iniciarse la competencia. Se presume que este domingo se ubicarán frente al televisor en cualquier rincón del mundo unas 1.300 millones de personas para presenciar la final.

De todos estos ingresos, cada asociación nacional afiliada recibirá apenas 10 millones de dólares y las selecciones participantes unos 800.000 dólares, mientras que el ganador, Francia o Italia, se alzará con 21 millones.

La FIFA tiene socios privilegiados en sus andanzas, como las corporaciones Adidas, Budweiser, Avaya, Coca-Cola, Continental, Deutsche Telekom, Emirates, Fujifilm, Gillette, Hyundai, MasterCard, McDonald's, Philips, Toshiba y Yahoo, entre otras.

Los jugadores, protagonistas del espectáculo, se llevan jugosos ingresos en la alta competencia. Pero quedan fuera de las decisiones.

Cosas de esta empresa verticalista que no pudo romper ni el argentino Diego Maradona en pleno reinado futbolístico, cuando intentó infructuosamente formar un sindicato internacional con sus colegas Eric Cantona, de Francia, y Hristo Stoichkov, de Bulgaria.

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