«La ciudad de las mujeres», en el municipio colombiano de Turbaco y a 11 kilómetros de esta turística urbe amurallada, no se parece a la «Città delle donne» concebida por Federico Fellini hace casi 30 años. Tampoco a la de Puerto Madero, el barrio de Buenos Aires donde casi todas las calles y lugares públicos llevan nombres de mujeres célebres.
Estas mujeres no son como las locas, histéricas o sádicas retratadas por Fellini en su película. Tampoco bautizaron las calles de su ciudad con nombres de congéneres famosas porque ellas mismas son protagonistas de la historia de Colombia: son desplazadas por la violencia de la guerra y sobrevivientes de masacres y crímenes. Unas fueron víctimas de los paramilitares, otras de la guerrilla o de las fuerzas del Estado.
Colombia, después de Sudán, es el país del mundo con mayor desplazamiento interno de población, y las mujeres representan 49 por ciento de por lo menos 2,5 millones de colombianos afectados, según cifras del gobierno.
Algunas de esas mujeres trabajaron duro hasta construir esta ciudad. Primero, ocho fundaron la Liga de Mujeres Desplazadas, en 1998, para demostrar que el desplazamiento forzado es un crimen de guerra, buscar ayuda humanitaria para mejorar sus paupérrimas condiciones de salud y nutrición y conseguir la restitución de sus derechos y los de sus familias.
"Era insoportable ver tanta miseria por las calles", recuerda Patricia Guerrero, una abogada desplazada por amenazas en 1997, madre de tres hijas y fundadora y principal ideóloga de la Liga de Mujeres y de esta sui generis ciudad.
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A su lado, casi 100 mujeres comenzaron la construcción en 2003. Levantaron ladrillo por ladrillo. Fabricaron los 120.000 bloques que emplearon en las 97 casas, de 78 metros cada una, donde hoy residen las 500 personas que dan vida a las cinco manzanas de la urbanización, bautizada por ellas "Ciudad de las mujeres".
El proyecto, que incluyó el costo de la tierra y la construcción de las 97 viviendas, fue negociado con el propietario durante más de año y medio y, para comenzar la obra, se utilizaron 500.000 dólares obtenidos por Patricia del Congreso legislativo de Estados Unidos. Apenas se consolide y se obtengan más recursos, se planea proseguir con la construcción de casas, según Héctor Useche, subdirector administrativo y coordinador de proyectos de la Liga.
"Fue duro aprender a fabricar ladrillos, pero demostré que las mujeres podemos conseguirlo", afirma Niris Romero, madre de cinco niños y una de las 30 que se capacitaron para la tarea. "También trabajé en las vigas de mi casa, ayudé a fundir cada columna y a hacer la mezcla para pegar los bloques. Estoy feliz, tengo un techo y una profesión".
Otras de sus compañeras se capacitaron como albañiles o técnicas agrícolas, y todas recibieron algún entrenamiento. Las restantes 200 afiliadas a la Liga, que no salieron favorecidas con subsidios de vivienda otorgados por el Estado, participaron en capacitaciones, proyectos productivos y otras actividades durante la construcción. Todas continúan formándose, sobre todo en desarrollo humano.
"Fue durísimo sacar adelante este proyecto", dice Patricia, que consiguió los fondos iniciales para ponerlo en marcha y después lo negoció.
"Luego, comenzaron a atacarnos: me acusaron de querer beneficiarme y pronosticaron mi fracaso. Durante la construcción, nos amenazaron, mataron y desaparecieron gente y, para intimidarnos, nos arrojaron cadáveres en los terrenos aledaños. Querían sacarnos como fuera", relata.
Pero ellas resistieron y salieron adelante. Fueron nominadas para el Premio Nacional de Paz, que se otorga a personas o entidades que contribuyen a la solución del conflicto colombiano. Por el éxito obtenido, su ciudad es considerada modelo a ser reproducido en otras regiones de Colombia.
Las familias de estas desplazadas también se capacitan: Patricia explica que hay una liga de jóvenes y se trabaja masculinidad con los maridos. "No queremos esposos que maltraten, ni hijos que sean captados para la guerra o la prostitución. Nos fundamentamos en valores éticos y los capacitamos en sus derechos ciudadanos".
Las mujeres construyeron además el acueducto, una guardería y una cooperativa, Mujercoop, de la que hacen parte la fábrica de ladrillos, un restaurante comunitario y un fondo de crédito para financiar nuevas microempresas y subsidiar más educación. En julio, se habían aprobado créditos para 11 nuevos negocios y para una capacitación en fabricación de calzado, según Roselí Cardona, la gerente.
Antes de llegar a Turbaco, las desplazadas lo habían perdido todo y, aunque cargaban el peso de familiares muertos y violaciones y tenían el orgullo y la dignidad hechos pedazos, hoy parecen más protagonistas de la versión criolla de "La vida es bella", de Roberto Benigni, porque para renacer, muchas de ellas, como en la película, casi se convencieron de que su drama había sido una mala pasada del destino.
"No me gusta recordar lo que pasó. Hoy tenemos paz, un techo y un futuro", dice Adelaida Amador, madre de cinco hijos, una de las primeras en pasarse a la ciudad y dueña de una de las dos tiendas de abarrotes que funcionan de momento.
Por lo anterior, las mujeres de esta historia son seres recién nacidos de las cenizas de sus propias vidas, pero, como el Fénix, parecen ahora aves de plumajes fabulosos.
"Estamos orgullosas por lo que hemos hecho", dice Marlenys Hurtado, madre de tres hijos y miembro de la Liga. "Por nosotras pasan todos los caminos y heridas de esta guerra, pero aprendimos a mirar hacia adelante, con mucha dignidad".
Pero esto "es apenas el comienzo. Necesitamos que la ciudad sea sostenible, que progresen los proyectos productivos, que se cree una economía solidaria, que haya conciliación en los conflictos que, sin duda, se van a presentar, que se consolide la ciudad dentro de la perspectiva de los derechos, la equidad, contra la guerra, la violencia y muchas otras cosas", dice Patricia.
Muerte y vida
Después de oírlas y ver lo que hicieron, cuesta entender de dónde sacaron tantas fuerzas.
No es fácil ver asesinar a hijos, esposos, hermanos o encontrar el cadáver de algún otro familiar y, después huir para salvar la propia vida. Tampoco superar el terror, soportar el hambre, la exclusión social, y luego levantarse.
A Isabelina Tapias, de 71 años, a Doris Berrío, su esposo y sus dos hijos y a Ana Luz Ortega, su marido y siete hijos, por ejemplo, los desplazaron los paramilitares.
A Isabelina le mataron a su hija Olinda, de 18 años, a Doris y a su familia no los asesinaron de milagro, y a Ana y los suyos los sacaron corriendo primero las masacres diarias y después las amenazas de violación contra una hija de 12 años.
"A nosotros nos desplazó la mortandad de la guerrilla. Lo abandonamos todo y salimos", dice Nerlides Almansa, de 48 años, madre de seis hijos y actual coordinadora de proyectos productivos de la Liga y de la "Ciudad de las mujeres".
Nerlides sólo se preocupa ahora por la siembra de maíz, frijol y hortalizas y la búsqueda de recursos para mejorarla en beneficio de su comunidad. ¿De dónde saca tantas fuerzas?, preguntamos. "De la calidad de las personas que impulsaron el proyecto, de quienes lo apoyaron y de mí. Era el único sueño que tenía".
La iniciativa contó con colaboración del Congreso estadounidense, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el Programa Mundial de Alimentos, la cooperación española, la Fundación Ford y otras entidades, privadas y oficiales.
Tal vez por eso, y especialmente por sus actitudes, estas mujeres no evocan a "Madre Coraje", el personaje del drama de Bertolt Brecht. Ninguna necesitó de la guerra para sobrevivir como esa mercadera que negociaba en medio de la Guerra de los Treinta Años, una de las más devastadoras de la Europa del siglo XVII.
Antes de llegar aquí, muchas de estas colombianas, solas, con sus hijos o al lado de sus maridos vivos, trabajaron en los campos, como empleadas domésticas o en oficios más humildes.
Por eso esta ciudad y sus mujeres saben y huelen muy distinto a otras conocidas.
A Simona Velásquez, de 46 años, madre de seis hijos y tres veces desplazada por la guerra, por ejemplo, le mataron a su esposo a machetazos durante la construcción de la ciudad, cuando vigilaba los materiales. "No se los robaron, pero su asesinato causó una estampida. Muchas mujeres quisieron desistir", cuenta Patricia.
Pero no lo hicieron, "porque era como aniquilar nuestra única esperanza. Por eso nos quedamos", dice Nerlides, la coordinadora de proyectos productivos.
El paisaje vino tinto, verde y amarillo que producen a lo lejos las modestas casas y la vegetación tropical que las rodean, hace mucho ruido. Es un poderoso grito y "ante todo, una estrategia de resistencia pacífica contra la impunidad, los violentos y los asesinos de mujeres y de niños", dice Patricia.
"También de resistencia contra los que desaparecen las personas, roban sus tierras o, por décadas, han sembrado el dolor y el hambre en estas tierras".