El caserío termina abruptamente para dar paso a la altiplanicie enmarcada por un cinturón de cerros en tonos ocre. En ese límite entre esta localidad argentina y el desierto helado trabajan las «mujeres perseverantes» para sembrar el desarrollo sin perder identidad.
Para llegar a la Fundación Warmi Sayajsunqo (mujeres perseverantes, en lengua quechua), el viajero que viene del sur debe atravesar Abra Pampa, considerada la capital de la Puna, en el norte de la noroccidental provincia de Jujuy. Atrás quedan casas de adobe, calles polvorientas y vías semienterradas de un tren que no pasa hace 15 años.
Un decenio atrás, sólo un puñado de mujeres kollas integraban la Fundación. Ahora son unas 3.600 repartidas en Abra Pampa y en 79 comunidades en el resto de la Puna. Los médicos locales las miran con recelo porque su labor sanitaria y su acceso a recursos financieros del exterior dejan en falta al único hospital zonal.
«Nos dicen que somos una institución paralela, que para qué están ellos entonces, pero nosotras les decimos que aquí no hay ginecólogo y entonces, ¿por qué vamos a impedir que lleguen desde otros países si quieren ayudarnos?», se pregunta Rosario Andrada, fundadora de la organización.
Las mujeres de más de 50 años siguen usando la típica vestimenta kolla: polleras amplias, ponchos coloridos, alpargatas, trenzas y sombreros de felpa de ala ancha. Pero las más jóvenes ya adoptaron atuendos modernos, aunque conservan el hábito del sombrero y de llevar a sus hijos en el «quepi», especie de mochila atada a la espalda.
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La Puna, parte del altiplano andino, abarca 60 por ciento del territorio de Jujuy y su altura promedio es de 3.500 metros sobre el nivel del mar. Se trata del área más extensa y menos poblada del distrito. En los cinco departamentos en que se divide este territorio de unos 35.500 kilómetros cuadrados se reparten apenas 40.000 habitantes, seis por ciento de la población provincial.
«La Warmi», como se conoce aquí a la organización no gubernamental de mujeres de la Puna, procura atenderlos a todos. El grupo se formó en los años 80, cuando cerraron diversos yacimientos mineros de la zona y los hombres se quedaron sin empleo. Entonces se reunían seis o siete de ellas a tejer y a hacer artesanías.
Pero en la década del 90 la labor comenzó a tornarse vital, explica a IPS Andrada, esta mujer de la etnia kolla, nacida en la Puna y a quien la escuela debió esperar, porque de niña se ocupaba en pastorear ovejas. Luego se casó con un minero, tuvo siete hijos y adoptó tres más cuando su tía murió a causa de un cáncer de cuello de útero.
Esa pérdida la marcó a fuego. Abra Pampa tiene unos 13.000 habitantes, la mayoría mujeres, pero no hay ginecólogo, así como tampoco hay otros especialistas entre los médicos del hospital.
La incidencia del cáncer de útero en el noroeste y noreste argentino es mayor al del resto del país, según explica la jefa del Programa de Cáncer de Jujuy, Alicia Campanera. En algunas provincias, el indicador duplica el promedio nacional y triplica el dato proveniente de regiones del sur o del centro.
En 1998, Jujuy era la segunda provincia con más casos de este tipo de cáncer entre los 24 distritos del país, después de Formosa. En 2003, sus vecinas Chaco y Salta pasaron a ocupar el segundo y tercer lugar y Jujuy cayó al cuarto. De todos modos, la incidencia sigue siendo varias veces mayor que en otras provincias.
En 1993, Andrada aprovechó la visita casual de un ginecólogo proveniente de la capital y le propuso venir una vez por semana «a revisar a las mujercitas».
Jorge Gronda accedió, y cada sábado durante dos años controló gratuitamente a decenas de mujeres, que hacían largas filas para esperarlo. La mayoría desconocía el papanicolau (pap, examen para detectar precozmente el cáncer de cuello uterino. Muchas llegaban de las comunidades rurales, más allá del desierto amarillo.
Además de hacer prevención, el médico detectó embarazos ectópicos (fuera de útero), fibromas y tumores avanzados de útero y cuello de útero. Las muestras de pap se enviaban a un laboratorio de San Salvador de Jujuy, la capital provincial ubicada 220 kilómetros al sur, y los resultados demoraban un año.
En una ocasión, Gronda detectó un caso ya avanzado en una joven de 24 años, lo cual llevó a que las mujeres del lugar organizaran actividades para recaudar fondos con el fin de trasladarla a la capital para ser operada.
[pullquote]1[/pullquote]Andrada ya ejercía liderazgo en su comunidad, que mereció el reconocimiento del gobierno nacional. Entonces se creó la Fundación, y comenzaron a fluir fondos para atención sanitaria, recursos que permitieron levantar consultorios equipados para intervenciones quirúrgicas ginecológicas.
También se capacitaron 30 promotoras de salud entre las socias y se adquirieron equipos y materiales descartables para la atención sanitaria.
«La Warni» consiguió luego que llegaran a Abra Pampa médicos de Estados Unidos, de Cuba y de Buenos Aires, siempre en forma temporaria. Algunos lo hicieron con equipos para detectar problemas de la vista y allí mismo entregaban los lentes. También traían medicamentos y anticonceptivos.
«¿Se imagina lo que era para nosotras, que en el mismo momento en que detectaban problemas en la visión nos dieran los anteojos?», interroga Andrada. Sin embargo, la burocracia médica, a través de cuerpos colegiados, trabó fuertemente el ingreso de médicos extranjeros.
Por eso la activista debió apelar directamente al gobernador provincial para que mediara. «Aproveché cuando vino a un acto político aquí. Me hice la kolla ignorante y le dije que no sabía qué pasaba que los médicos no llegaban. Entonces me prometió que daría la orden de inmediato para resolver el asunto», narra risueña.
El gran salto fue en 2003, cuando la Fundación Warmi Sayajsunqo obtuvo recursos para solventar el proyecto denominado «Mejoramiento del Acceso a la Salud de la Mujer y del Niño en la Puna Jujeña». El plan fue financiado por la Unión Europea, la organización internacional Médicos del Mundo y el gobierno de Jujuy. En total se reunieron 420.000 euros (casi 540.000 dólares).
El objetivo fue «mejorar el acceso a la salud de la población rural de la Puna a través del fortalecimiento de vínculos entre instituciones sanitarias locales y la comunidad, prevención y promoción de la salud materno infantil, de la salud sexual, reproductiva y planificación familiar, y la detección precoz del cáncer génito-mamario en mujeres en edad fértil».
«Costó muchísimo, era un plan de tres años y recién en el último conseguimos trabajar bien», comenta Mirta Andrada, hermana de Rosario. No obstante, les dejó un saldo fructífero. «Al final, las mujeres venían solitas a controlarse, y muchas se iban con un método anticonceptivo», recordó.
Las promotoras de salud tuvieron que hacer un largo trabajo para convencer a las mujeres de la necesidad de espaciar el nacimiento de los hijos, pero más aún debieron vencer la resistencia de los hombres.
«Ellos les dicen que si se colocan un DIU (dispositivo intrauterino) les va a cambiar el carácter y se van a volver malas», cuenta Mirta Andrada. También avanzaron sobre los temores por el pap. «Algunas creían que si el médico las revisaba les desataría el cáncer», recuerda.
En una oportunidad, cuando a una de ellas le detectaron cáncer de cuello uterino, su esposo le dijo: «Ahora que te lo cure ‘la Rosario'», como si la presidenta de la Fundación fuera responsable del mal.
[pullquote]2[/pullquote]Mediante el proyecto, «La Warmi» consiguió una maternidad y centro de atención a los recién nacidos que se está construyendo junto al único hospital de Abra Pampa. Allí se atenderán patologías ginecológicas y habrá un ecógrafo.
La Fundación también gestionó para obtener una ambulancia y construyó un hogar para las mujeres embarazadas de la Puna que bajan 15 días antes de la fecha prevista para el parto a dar a luz en el hospital.
«En el hospital les dicen que vayan a casa de algún pariente, pero nosotros las recibimos aquí y les damos de comer», explicó a IPS Florinda Condorí, otra de las socias, señalando la «Casa de la Madre y el Niño», ubicada junto a la sede de la Fundación.
El programa también hizo posible formar «screeners», como se llama a los técnicos encargados de realizar una primera lectura de los pap. Estos expertos, capacitados en la cercana Universidad de Tucumán, deciden cuándo la muestra amerita un estudio más profundo en laboratorio.
«Si el screener ve que está todo está bien, la mujer puede volver en un año», explica Rosario. Si no, habrá que mandar la muestra al laboratorio de la Universidad, con la cual se firmó un convenio para que los resultados estén en 15 días como máximo.
Los nuevos técnicos se incorporaron al hospital y salen por la campaña con los médicos para tomar muestras celulares, que luego leen en el nuevo laboratorio citológico del nosocomio, también conseguido por la Fundación.
El cáncer de útero se desarrolla principalmente a partir de un virus (HPV) que se contagia por transmisión sexual. Si se detecta precozmente tiene altas probabilidades de curación. Para contar con esa información temprana se requiere un examen periódico de tejido del cuello uterino.
«El cáncer de cuello se relaciona con múltiples factores sociales como el inicio temprano de las relaciones sexuales, la falta de hábito en el uso de preservativo, el mayor número de parejas, la maternidad temprana», explica la doctora Campanera.
La especialista consideró que «La Warmi» hace mucho por la educación de las mujeres en la prevención de este mal, pero además de esa labor se requiere la atención sostenida de parte del hospital que debe encargarse de tomar las muestras y hacer detección precoz de la enfermedad.
«Sólo la tarea conjunta de ambos consigue resultados. Los médicos no pueden solos, y las mujeres tampoco», dijo Campanera, aunque para ello haya que vencer aún muchos prejuicios y brechas culturales que por ahora marginan a «La Warmi» a la periferia de Abra Pampa, allí donde comienza el desierto helado.