Cientos de miles de personas festejaron este martes en la capital de Nepal la próxima restauración democrática, prometida por el debilitado rey Gyanendra. Pero la insurgencia maoísta rechaza el acuerdo entre los partidos políticos y el monarca.
Katmandú pasó este martes por otro día de manifestaciones multitudinarias contra el régimen de Gyanendra, aunque sin represión y en un marco de alegría. Cientos de miles de personas marcharon, cantaron y bailaron en las calles.
El alivio y cierto aire de normalidad se impusieron en Katmandú horas después de que Gyanendra se comprometió a aceptar el "poder popular" para no afrontar una enorme manifestación en las puertas mismas del Palacio Real.
Los siete partidos políticos opositores aceptaron la oferta formulada por el monarca en la noche del lunes: restablecer el parlamento, cuya cámara baja había sido disuelta en 2002.
Dos días antes, se habían negado a nombrar un primer ministro, como había propuesto el rey, a condición de frenar la huelga general y la movilización callejera.
[related_articles]
Los líderes de la alianza opositora designaron el martes como primer ministro al líder del Partido del Congreso, G. P. Koirala, y comenzaron a prepararse para la restauración de la vida parlamentaria, prevista para este viernes.
Cientos de miles de personas se preparaban hasta entonces para otra jornada de protestas, incluida una "cadena humana" alrededor de Katmandú, pero el anuncio de los partidos fue interpretado por las masas como la convocatoria a un festejo popular en las calles.
Los manifestantes que un día antes habían desafiado a las fuerzas de seguridad que disparaban a quemarropa para imponer el toque de queda salieron a festejar con los rostros pintados de rojo, el color de la bandera de Nepal.
En seis puntos del Anillo Carretero, la ruta que rodea la capital, estallaron festejos espontáneos, con danzas tradicionales nepalíes y miles de personas entonando la palabra "democracia".
"Estoy feliz porque viene la democracia y estamos echando al rey", dijo un hombre, que tomó al reportero del brazo para introducirlo jubiloso en la multitud que bailaba.
El olor de neumáticos quemados estaba aún en el aire, así como los restos de caucho encendido en las calles en las jornadas anteriores por los manifestantes que trataban así de evitar la violenta represión que sufrieron durante 18 días.
Quince personas fueron muertas por las fuerzas de seguridad durante la huelga, que logró gran adhesión en todo el territorio del país. Más de 5.000 personas sufrieron heridas de variada gravedad, y 1.000 fueron detenidos, según el Partido del Congreso.
Al comienzo, las multitudes fueron notorias en ciudades pequeñas como la occidental de Pokhara y la meridional de Bharapur. Muchos observadores consideraron entonces que la apatía de la clase media de Katmandú obstaculizaría la convocatoria opositora.
Pero la apatía se convirtió en entusiasmo el viernes. El líder del Partido Comunista, Madhav Kumar Nepal, señalaba ese día a la multitud desde una ventana de su casa, frente al Anillo Carretero, y exclamaba ante periodistas y funcionarios extranjeros: "Éste es nuestro tsunami humano."
"Esto se pone bueno. La gente estaba muriendo, sin comida, sin trabajo", dijo un joven taxista en la capital este martes.
Los líderes políticos opositores pronosticaban que ese día se habría registrado la mayor manifestación, tal vez con medio millón de personas.
"La multitud hubiera ido al palacio", dijo a IPS un informante vinculado con asesores religiosos de la familia real, para quien la oferta de Gyanendra, aunque tardía, impidió una masacre. "El ejército habría disparado."
El fin de la huelga general implica la reanudación del tránsito de carga en las carreteras y, por consiguiente, del suministro de combustible y alimento al valle de Katmandú.
Pero la insurgencia maoísta rechazó el acuerdo entre el rey y los siete partidos opositores y anunció que mantendrá el bloqueo de las carreteras, incluida la única que conduce a la capital.
En una declaración emitida el martes, los líderes insurgentes advirtieron a los políticos que se sentían traicionados.
En el undécimo año de levantamiento para poner fin a la monarquía y acabar con la discriminación contra mujeres, indígenas y dalits (los miembros del escalón más bajo del rígido régimen de castas hindú), los maoístas cuentan con 7.000 combatientes de tiempo completo y 25.000 milicianos que controlan buena parte del interior de Nepal.
Los partidos políticos opositores y el proscripto Partido Comunista de Nepal-Maoísta —que encabeza la guerrilla— habían superado en noviembre sus tradicionales diferencias al alcanzar un acuerdo contra el régimen de Gyanendra que incluía la convocatoria a una asamblea constituyente que analizaría el fin de la monarquía.
Los maoístas pretenden mantener el bloqueo hasta que los partidos opositores logren que el monarca acceda a convocar una asamblea constituyente. Pero los partidos aseguraron este martes que el propio parlamento se encargaría de la convocatoria.
"El anuncio de elecciones para la creación de la constituyente será la principal medida del parlamento restaurado", dijo el secretario general del Partido del Congreso, Ram Chanra Paudel, al sitio noticioso de Internet Ekantipur.com.
Los líderes partidarios también anunciaron la realización de una reunión al aire libre, con presencia de público, para anunciar su agenda, en lo que representa un enorme cambio de sus prácticas políticas tradicionales.
Muchos ciudadanos están desilusionados con los partidos políticos y con la democracia en general, años después de la revolución democrática que puso fin a la monarquía absolutista. El entonces rey Birendra se despojó en 1990 de sus facultades discrecionales e instauró una monarquía constitucional y parlamentaria.
En este periodo, la corrupción campeó y los dirigentes políticos parecieron olvidar el desarrollo de este país desesperadamente pobre de Asia meridional.
Por esa razón, muchos parecían dispuestos a abrirle una carta de crédito al rey Gyanendra el 1 de febrero de 2005, cuando dio un golpe de Estado por el que destituyó a su primer ministro y a su gabinete y se arrogó todo el poder político.
Entre los motivos que alegó figuraron el fracaso de los partidos en frenar la corrupción y las luchas internas que dominaron al país desde la revolución popular de 1990.
Pero el principal argumento fue la falta de avances del gobierno civil para terminar con la insurgencia maoísta. El conflicto armado se ha cobrado más de 13.000 vidas en 10 años.
Sin embargo, el monarca aún no ha dado muestras de acabar con la insurgencia, y su estrategia de mano dura originó quejas de Estados Unidos, Gran Bretaña e India, lo que le privó de la vital asistencia militar.
Después de dar el golpe de Estado, el monarca se rodeó de políticos experimentados —muchos de ellos del sistema "panchayat", previo a la democracia— y rechazó todos los llamados a negociar con los maoístas y los partidos, a los que amenazó con declararlos "terroristas" si mantenían su pacto con los rebeldes.
Cuando iba por la mitad del camino de la "hoja de ruta" hacia la paz formulada por Gyanendra, de tres años, no había señales de solución para la guerra civil. La campaña contra su régimen se aceleró antes de las elecciones locales de febrero, boicoteadas por la oposición.
Pocas semanas después, la oposición despegó. Organizaciones de profesionales, amas de casa y funcionarios del Estado se lanzaron a las calles de la capital y de otras ciudades para manifestar su oposición a la dictadura. (