Los zimbabwenses que emigran a Sudáfrica logran a veces mejorar su condición económica, pero continúan sufriendo las rivalidades étnicas y geográficas que no abandonan al cruzar la frontera.
"Tau fue asesinada. No puedo decirte quién lo hizo. Memo descubrió el cadáver", dijo el empleado de un lúgubre hotel de Jozi (el apócope con que los zimbabwenses aluden a Johannesburgo) frecuentado por prostitutas, como lo era la fallecida.
A Tau la encontraron en su habitación, apenas cubierta por una manta, con un cable de teléfono enrollado alrededor del cuello. Parecía haber sido apuñalada varias veces, pues su blusa tenía manchas de sangre fresca. Había señales de lucha.
Cinco mujeres vestidas en jeans ajustados y desteñidos ingresaron poco después al hotel. "¿Quién la mató?", inquirió una. "Queremos saber si es una de las nuestras."
Cuando quedó claro que no era el caso, las mujeres parecieron aliviadas. Hablaban en ndebele, uno de los idiomas de Zimbabwe. "Chicas, no es una de nosotras. No es de Bulawayo", dijo una. Bulawayo es la segunda ciudad del Zimbabwe.
El episodio es un ejemplo no sólo de la violencia que cunde en algunas áreas de Johannesburgo, sino también de los prejuicios que los cerca de 2,5 millones de inmigrantes zimbabwenses traen en su equipaje al hacer de Sudáfrica su hogar.
Una prostituta zimbabwense entrevistada por IPS dijo que ciertos inmigrantes de la etnia ndebele acusaban a los de la etnia shona de arruinar Zimbabwe, al apoyar en las urnas desde 1980 al presidente Robert Mugabe y su gobernante Unión Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF).
Un ndebele que vive en el marginal suburbio de Hillbrow, donde está el hotel donde se cometió el asesinato, deja bien claros sus sentimientos: "Odio a los shonas. No podemos trabajar juntos, ¡en absoluto!", exclamó.
Ciertos ndebeles recuerdan demasiado bien el "gukurahundi". Este término shona significa "la lluvia temprana que se lleva la paja antes de las lluvias primaverales".
Pero también es un eufemismo para referirse a la matanza indiscriminada, en los años 80, de miles de personas a manos de la quinta brigada del presidente Mugabe y otras fuerzas militares en las provincias ndebeles de Matabeleland y Midlands.
Muchos ndebeles abandonaron entonces Zimbabwe rumbo a Sudáfrica. Y luego lo hicieron muchos más, empujados por la persecución política y la decadencia económica..
Sin embargo, las autoridades sudafricanas recibieron hasta ahora apenas 8.000 pedidos de asilo político, según el gubernamental Departamento de Asuntos Internos. De todos modos, apenas 90 tuvieron una respuesta afirmativa a la solicitud.
El funcionario de Asuntos Internos Richard Sikakane informó a IPS que está en proceso una enmienda a la Ley de Refugiados para acelerar las peticiones.
A menudo, los zimbabwenses encontraron a su nuevo hogar algo más hospitalario que el anterior. El ministro de Asuntos Internos, Nosiviwe Mapisa-Nqakula, admitió que los refugiados y solicitantes de asilo son maltratados por la policía con frecuencia. El elevado desempleo también abrió paso a la xenofobia.
Algunos inmigrantes aseguran haber pagado sobornos para evitar ser conducidos al Centro de Repatriación Lindela. Según el empleado de inmigración Mantshele Tau, unos 300.000 zimbabwenses fueron deportados en los últimos años.
"Estamos en medio de un dilema: afrontar el hambre en Zimbabwe o afrontar el abuso policial", explicó a IPS Julie Ncube (*) mientras se cruzaba de piernas y encendía uno de muchos cigarros.
Ncube dijo que muchas de sus amigas en Johannesburgo se convirtieron en "esposas no oficiales" de policías. El portavoz policial Ronnie Naidoo no confirmó la acusación.
"Al final, o uno les paga o se somete sexualmente o ambas cosas. La vida en Jozi es el infierno en la tierra. No es tan color de rosa como creíamos".
Sin embargo, según Ncube, quienes se quedan en Zimbabwe tienen altas expectativas respecto de los emigrantes, muchos de los cuales se marcharon para mantener a sus familias.
"Ayudaría si los que se quedaron en Zimbabwe apreciaran las dificultades que tenemos que soportar aquí", agregó. "Para cualquiera, enviar cada mes a casa 500 rand (unos 77 dólares), por ejemplo, es un esfuerzo muy grande".
En otros casos, la experiencia sudafricana fue más positiva.
La posición económica de Jeremiah Gwaze es mucho mejor que la de muchos de sus pares. A diferencia de los que continúan ganándose la vida en las calles de Jozi, Gwaze —graduado en el Politécnico de Harare— trabaja para una empresa de electricidad en la septentrional provincia de Gauteng.
Este hombre alto y vivaz se sienta en la decorada sala de su apartamento de Yeoville, sonriendo a medida que recuerda los años horrendos en que comenzó su nueva vida en Johannesburgo.
"Cuando llegué aquí no tenía dinero. Solía dormir en las calles y la mayoría de los domingos me sentaba a mendigar a la entrada de las iglesias", relató a IPS.
Actualmente, Zimbabwe atraviesa su sexto año de recesión económica, durante la cual escasearon el combustible, los alimentos, la electricidad, las medicinas y otros elementos básicos a causa de la falta de divisas extranjera para pagar a proveedores del exterior.
Los críticos culpan de la crisis económica a la mala administración y a la represión ejercida por Mugabe.
Pero el anciano jefe de Estado atribuye las desgracias de Zimbabwe a un supuesto sabotaje de Gran Bretaña y sus aliados occidentales, en represalia por la reforma agraria que implicó la confiscación de tierras de hacendados blancos para distribuirlas entre agricultores de la mayoría negra.
(*) Algunos nombres fueron cambiados para proteger la privacidad de los involucrados (