Más de 13.500 niños y adolescentes trabajan en la minería artesanal en Bolivia, expuestos a peligrosos gases tóxicos y accidentes por explosiones. Su expectativa de vida es de 45 años.
Parece de 60 años, pero apenas cumplió 35. Valentín Condori tenía sólo 15 cuando el gobierno de Bolivia clausuró las minas estatales de estaño, en 1985, y lo despidió junto a otros 30 mil mineros.
Condori asumió con 10 años la jefatura de su hogar ante la muerte prematura de su padre, también minero. Ahora es albañil en la sureña ciudad de Tarija, con la salud resquebrajada por la silicosis (enfermedad por exposición al polvo de sílice) y con los "viejos recuerdos a cuestas".
"Tenía ocho años cuando he empezado a apoyar a mi padre enfermo trabajando en la superficie de la mina en Chorolque. Cuando murió, sus compañeros me permitieron ingresar a los socavones como ayudante para cargar mineral, luego he estado agujereando roca, preparando dinamitas y también las hice explotar. A Dios gracias, nunca tuve un accidente", relató a Tierramérica.
"Empezamos en la madrugada. 'Pijchamos' (mascamos) coca, fumamos cigarrillos, tomamos un poco de alcohol, y así nos armamos de valor para entrar a la mina", recordó.
Condori fue un niño minero privilegiado si se lo compara con los menores que trabajan actualmente en las minas. Ya no existen jornales estables ni seguridad social, y el Estado ya no es el patrón. "Hasta me jubilé a los 15 años", comentó en referencia a los despidos masivos de 1985.
Según el Centro de Promoción Minera, contraparte boliviana de la organización no gubernamental estadounidense CARE, más de 13.500 niños y adolescentes trabajan en la minería tradicional (extracción de estaño, plata y zinc), principalmente en los sudoccidentales departamentos de Oruro y Potosí, y en la explotación aurífera, en la zona subtropical de La Paz.
Según un informe de 2004 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la salud de los niños que laboran en la minería tradicional es la más vulnerable.
Están expuestos a accidentes pues manipulan dinamita e inhalan gases tóxicos, polvo y partículas minerales. Pierden audición por el ruido de las explosiones, de perforadoras y de otras máquinas, y deben permanecer muchas horas en posiciones incómodas. Además, corren riesgo de sufrir aplastamientos de pies o manos y lesiones en músculos, tendones y articulaciones.
El contacto y la inhalación de sustancias tóxicas provocan afecciones orgánicas agudas y crónicas. La tuberculosis y la silicosis son las enfermedades mineras más recurrentes.
En la minería aurífera, el "barranquilleo" (lavado de arena para encontrar oro), se realiza en el ambiente insalubre de ríos contaminados con mercurio, sulfuros, residuos minerales, aguas negras y basura. Tanto niñas como niños se exponen a afecciones de la piel y respiratorias, fiebre amarilla y reumatismo, intoxicación crónica y diarreas.
La expectativa de vida de un minero es, en promedio, de 45 años.
Bolivia cuenta con instrumentos jurídicos como el Código del Trabajo y el Código del Niño, Niña y Adolescente que establecen en 14 años la edad mínima para trabajar y prohíben la contratación de menores en trabajos peligrosos e insalubres como la minería. El país también ha firmado convenios internacionales en materia de prevención y erradicación del trabajo infantil.
Entidades gubernamentales y no gubernamentales intentan combatir el drama de los niños mineros.
El Proyecto de Eliminación Progresiva y Prevención del Trabajo Infantil Minero (PETIM) ofrece alternativas fomentando la formación técnica, mediante talleres de carpintería, soldadura, costura y mecánica instalados en las escuelas a las que concurren los niños mineros.
En Potosí, cuna del legendario Cerro Rico, cuyos yacimientos de plata fueron explotados desde la colonia española, cerca de un millar de niños viven de diferentes actividades mineras. Allí, la organización no gubernamental alemana Kindernothilfe (KNH) conduce un programa para incentivar a los menores a estudiar y mejorar sus condiciones laborales.
Unos 300 niños se benefician del programa sin abandonar el trabajo, porque "nosotros no creemos que el trabajo infantil en las minas se pueda erradicar, es una necesidad de los niños y de las familias para mejorar sus condiciones económicas, al no haber una alternativa" laboral, dijo a Tierramérica Alberto Mosquera, director nacional de KNH.
La mayoría de los menores involucrados en la minería artesanal labora con herramientas primitivas en parajes explotados por sus familias o por cooperativas.
La participación laboral de los niños es familiar o mediante trabajo remunerado en dinero o especies por un empleador. En el primer caso, suman brazos a una familia que no cuenta con recursos para contratar trabajadores.
En el caso de las cooperativas, formadas por ex trabajadores de la minería estatal, los pagos en dinero o especie son de 40 pesos (cinco dólares) diarios por labores en el interior de las minas y de 10 pesos (1,3 dólares) en la superficie.
Además, los niños también son usados para el "juqueo" (robo de mineral), que se realiza de noche en las minas.
* El autor es colaborador de Tierramérica. Publicado originalmente el 1 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (