Alfonso, de 35 años y vestido con ropas similares a las que usaron los revolucionarios hace más de un siglo en México, dice que su brazo derecho es como una pieza más del organillo que reproduce viejas melodías.
El sonido llegó a ser confuso tal vez porque la caja musical, construida en 1910 en Alemania, vio pasar sus mejores años y no hay piezas de recambio para repararla.
Según la independiente Unión de Organilleros, en México existen más de 100 de estos instrumentos, la mitad de los cuales se encuentran en la capital del país y permite a unas 200 personas vivir de un oficio cuyo origen se remonta al siglo XIX durante la dictadura de Porfirio Díaz (1870-1910), en la que la aristocracia vivió su máximo esplendor.
Todos pueden tocar el organillo, pero no todos lo pueden cargar. Es una frase de orgullo que se reproduce entre las personas que a diario recorren las calles del centro de la ciudad de México llevando la caja de madera que pesa entre 40 y 50 kilogramos.
Durante los fines de semana, Alfonso recorre con el organillo al hombro varias calles del barrio colonial de Coyoacán, en el sur de la ciudad de México. Mientras hace funcionar el organillo, Alicia, su esposa , camina entre turistas y visitantes para pedir unas monedas a cambio de la música.
Al término de la jornada las ganancias de la pareja pueden ser superiores a los 20 dólares, aunque la renta del organillo por día es de unos 15 dólares. Sin embargo, la pareja aseguró a IPS que así pueden salir adelante, como lo han hecho familiares y conocidos que también se dedican o dedicaron a este oficio.
En este país sólo unos 10 trabajadores son dueños de sus instrumentos, el resto tiene que rentarlos y, aunque la mayoría de los organilleros se dedica a este oficio por años, hay quienes sólo prueban unas semanas y llegan a maltratar las piezas que al ser reemplazadas distorsionan los sonidos originales.
Alicia y Alfonso reconocieron que viven momentos de angustia cuando el organillo comienza a fallar, especialmente porque como son piezas muy antiguas es casi imposible hallarlas. Ante una eventualidad como esa, la familia tiene que buscar temporalmente otra forma de allegarse dinero hasta que esté reparado.
La Unión de Organilleros indica que las piezas de recambio existentes en México son fabricadas en Alemania, Italia y Francia. Son cajas de madera de roble, cedro o caoba, algunas aún conservan el tallado fino con adornos en terciopelo rojo, y hay quienes les han colocado espejos en la parte frontal para hacerlos más llamativos.
El mecanismo del organillo funciona a base de rodillos con discos de latón grabados que, al hacerlos girar con la manivela, reproducen melodías populares mexicanas como Las golondrinas, que es una canción de despedida, el corrido o vivencias de Gabino Barrera, o Las Mañanitas, el tema que no puede faltar en un cumpleaños.
La organización que reúne a los organilleros mantiene algunas reglas elementales. La principal es que siempre usen el uniforme color beige y gorra, indumentaria parecida a la que usaron los Dorados de Villa, el grupo insurgente comandado por Francisco Villa en la revolución que inició en 1910.
Al igual que en la ciudad de México, hay organilleros que en algunas provincias también mantienen esta tradición, que por más de un siglo ha servido para amenizar en plazas públicas, cantinas y fiestas.
Debido a que son pocas las personas que les dan alguna moneda, los organilleros tienen que recorrer muchas calles y apostarse en las esquinas, en las entradas de grandes almacenes o restaurantes y hasta en las principales avenidas, donde consideran que pueden tener un público más cautivo, comentó Alfonso.
En su opinión, la tradición de los organilleros podría estar condenada a desaparecer a pesar de que ha sobrevivido por décadas y que ya es parte del folclore.
Explicó que, a pesar de que no hay impedimentos legales para que ejerzan este oficio en la vía pública y que están reconocidos por las autoridades capitalinas como trabajadores, carecen de beneficios como el seguro social o una pensión de retiro.
Aunque en la mayoría de las ocasiones los organilleros pasamos desapercibidos, aún hay quienes se detienen un momento a escuchar la música, especialmente en los sitios de descanso, como Coyoacán. Aquí la gente nos valora un poquito y eso nos ayuda a que este oficio no desaparezca, dijo Alfonso. (