Cada planta sembrada tiene espíritu vivo, es alimento, curación, educación, canto, rito, matrimonio, bautizo, es la insignia, palabra y poder de la pareja y de la familia, resume la indígena colombiana Rufina Román al explicar sus conocimientos ancestrales.
Es la primera vez que Román, hija de un chamán de la etnia uitota-nipode, cuenta en público algunos secretos aprendidos de su madre.
En el auditorio al que se dirige se cuentan mujeres de los pueblos guambiano, arhuaco, kokama, waunan, bará y wayúu, procedentes de diversos puntos cardinales y habitantes de variados ecosistemas de Colombia, donde un millón de los 44 millones de habitantes son indígenas que se reparten en 90 etnias.
Un lustro atrás en Bogotá, Román, entonces de 23 años, le había confiado a IPS su decisión de retornar a casa, en el selvático Araracuara, el meridional hogar del clan nipode del pueblo uitoto, sobre el cauce medio del río Caquetá, uno de los grandes afluentes del río Amazonas, para rescatar de su madre la herencia de sabiduría de la mujer indígena.
Ella sentía un llamado imperioso por no romper el hilo generacional. Fue ahí cuando comencé, dijo ahora sonriente a IPS, aunque advirtió que el código de la vida sólo lo conocen los conservadores de la cultura, los chamanes como su padre.
En ese tiempo, Román había estudiado en la ciudad. Pensaba que al regresar iba a enseñarle muchas cosas a su comunidad. Lo que adquirí, sembrarlo allá. Pero allá me lo voltearon (tiraron). Yo hablaba algo que no era, narra.
Un gran dibujo sobre cartulina, a lápiz de colores, de una figura femenina poblada de plantas y frutos le sirve como apoyo para su exposición en el simposio internacional Mujeres indígenas en los escenarios de la biodiversidad realizado la última semana de junio en Bogotá.
El seminario fue organizado por la Fundación Natura, el estatal Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y la Unión Mundial para la Naturaleza, al que también asistieron invitadas del pueblo asháninka, de Perú, mapuche, de Chile, y kuna, de Panamá.
Cada planta tiene su lugar correspondiente en el cuerpo de la mujer dibujado, que simboliza la chagra, que es el huerto tradicional de entre una y dos hectáreas que los pueblos indígenas del Amazonas abren en medio de la selva, para su sustento alimentario, medicinal y espiritual.
En la cabeza están las plantas sagradas de coca y tabaco y en la cintura figuras humanas trabajando la cosecha. El trabajo de la chagra ordena la vida humana, explicó Román.
La mayoría de las familias indígenas del Amazonas viven hoy en bohíos de madera, palma y piso de tierra, aisladas dentro de sus grandes resguardos. Las chagras quedan selva adentro, a veces hasta a más de dos horas de camino.
Los indígenas utilizan un mismo huerto durante dos a tres años y luego lo abandonan para iniciar uno nuevo en otro lugar, que a su vez dejarán en un lapso similar.
Estudios realizados señalan que una comunidad retorna al mismo huerto recién tres generaciones después, cuando la selva se ha recuperado totalmente. La chagra sostiene el polen de vida del bosque primario, en palabras de Román.
Es la sostenibilidad de la relación indígena con la Amazonia, cuyos suelos casi sin humus no resisten una explotación agrícola permanente. Se vuelven como suela de zapato, dice la gente de la selva.
Debido a esa agricultura no extractiva y seminómada, los pueblos amazónicos necesitan mucho espacio para vivir en acuerdo con el conocimiento que tienen de su exuberante pero frágil entorno.
La amplia casa de madera de los padres de Román queda en la orilla izquierda del poderoso Caquetá, donde el río se estrecha para pasar entre dos imponentes murallas de roca vertical que forman el raudal (rápido) del Araracuara.
Al frente está el Predio Putumayo, un territorio indígena de unos 6,5 millones de hectáreas en una de las regiones de mayor diversidad del planeta, compartido por siete etnias, que suman unos 14.000 habitantes.
La madre le enseñó a Román que hay que sembrar para los animales, pues nosotros dañamos el bosque de los animales. Hay que reemplazar todo lo que tumbamos. Así es que, en la selva, las indígenas siembran más de lo que se va a consumir, calculando, por ejemplo, que las hormigas tienen derecho a devorarse una parte de la cosecha.
En el trabajo de la chagra está el secreto de recibir y mantener la sabiduría. Cada planta sembrada tiene espíritu vivo, es alimento, curación, educación, canto, rito, matrimonio, bautizo, es la insignia, palabra y poder de la pareja y de la familia, señaló Román en el simposio.
La chagra es donde se materializa el saber. Por lo tanto, el alimento es sagrado y transforma el pensamiento y el corazón, educa al ser humano, agregó.
El conocimiento del hombre es la madre y el conocimiento de la mujer es el padre, por eso no hay contradicción de saberes. Por medio de estos saberes se logra el equilibro. Sólo el que busca y es constante logra este saber, contó.
El gran sabedor podrá tener todo el conocimiento, pero si no tiene a su mujer, no sabe nada, sostuvo Román, pues la tradición enseña que es ella la que hace que amanezca la palabra del hombre, que el conocimiento no se olvide en la noche del tiempo, que quede fijado en la chagra y pase a la generación siguiente.
Pero Román y su madre también están al tanto de lo que ocurre a su alrededor.
Sabemos que hay unas políticas nacionales y unas políticas e intereses internacionales, y que todas las miradas ahora apuntan a la Amazonia. Que se está moviendo mucho por debajo de cuerda en torno al conocimiento tradicional, que hay biopiratería y prospección (petrolera) en algunos lugares de la selva, dijo.
Esos son temas raros para nosotros. Yo no soy académica y no sé de eso. Pero ahora, lo que estoy aprendiendo con mis abuelas y con mis abuelos, para mí es la mejor universidad y jamás hablaré con el lenguaje de otra persona porque es otro pensamiento, agregó.
Allá viví y vivo con ellos, y sufro con ellos, hablo con ellos, mambeo (masticar coca sagrada) con ellos, y ahorita ya me siento feliz porque ya puedo salir con esa fuerza, con ese bastón del saber que, tal como le enseñaron, sirve para manejar los dos principios, conocer a profundidad el bien y el mal para poder vivir en armonía y equilibrio consigo mismo y todo lo que lo rodea.
En la actualidad, cualquiera puede hacer chagra. Pero sin poner en práctica el código de trabajo que está escrito en la ley de origen no va a sustanciar el espíritu del ser humano. Solamente alcanza a sustanciar la parte de la materia, aportando comida, mas no alimento, explicó.
Por eso decimos que somos esencia de todo lo que cultivamos en la chagra, sentenció.
También subrayó que son positivos espacios, como el simposio, donde las indígenas no hablemos solamente de (la) mujer.
El encuentro culminó con la decisión de crear una red mediante la cual las indígenas se mantendrán en contracto entre sí y con las blancas, las organizadoras del evento, destacadas ecologistas, antropólogas e indigenistas que promueven la perspectiva de género. Un balance exitoso, para la antropóloga Astrid Ulloa, del ICANH.