Que una persona inocente haya sido ejecutada por la policía de Londres es trágico, pero la justificación oficial de ese acto es aterradora.
Tras los atentados del día 7 en el sistema de transportes londinense, que dejaron al menos 56 muertos, la policía instauró una política de disparar a matar contra sospechosos de terrorismo. La sospecha no debe surgir de fuentes confiables de inteligencia, sino de la mera apreciación de la apariencia y el comportamiento de un individuo por agentes policiales.
Hasta el viernes 22, cuando policías vestidos de civil persiguieron a un hombre por una estación de trenes, lo empujaron adentro de un vagón y lo ejecutaron de ocho balazos ante la mirada atónita de los pasajeros, todos creían que sólo un personaje de una película de James Bond tenía licencia para matar. Ahora, ésta es la política oficial de Gran Bretaña.
Aunque en un principio la policía afirmó que el incidente estuvo directamente vinculado con las investigaciones de una serie de explosiones en trenes subterráneos el día anterior, poco después se descubrió que la víctima, el brasileño Jean Charles Menezes, de 27 años, no tenía relación alguna con esos ataques.
El comisionado de policía de Londres, Ian Blair, dijo lamentar la muerte del joven, que vivía en Gran Bretaña desde 2002 y trabajaba como electricista, pero inmediatamente aclaró que la norma de disparar a matar contra presuntos terroristas suicidas seguirá vigente.
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Esta no es una política de la policía metropolitana, sino una política nacional, y estamos convencidos de que es correcta, porque son tiempos muy difíciles… Alguien más podría ser abatido, advirtió.
No muchos jefes de policías metropolitanas se animarían a hacer semejante afirmación. El mensaje es que, con o sin razón, si un policía armado sospecha de los movimientos de alguien, hará bien en dispararle a matar y tendrá la anuencia de las autoridades.
Su predecesor, John Stevens, explicó la nueva política con sangriento detalle en un artículo publicado en el semanario The News of the World.
Envié equipos a Israel y otros países afectados por terroristas suicidas, y aprendimos una terrible verdad: la única manera de detener un terrorista suicida determinado a llevar a cabo su misión es destruir su cerebro al instante. Eso significa dispararle con un poder devastador a la cabeza, y matarlo de inmediato, explicó.
Menezes recibió ocho disparos, siete de ellos en la cabeza y uno en un hombro. La policía sospechó que llevaba bombas sobre su cuerpo porque usaba un abrigo grueso, aunque era verano, y huyó hacia la estación de trenes de Stockwell cuando los agentes le dieron la voz de alto.
Stevens manifestó compasión, pero no hacia la víctima. Mi corazón está con el agente que mató a este hombre en la estación de Stockwell, escribió.
Mientras, el primer ministro Tony Blair se disculpó por la muerte del ciudadano brasileño.
Sin embargo, debemos entender que la policía está haciendo su trabajo en circunstancias muy difíciles… Si, por ejemplo, se hubiese tratado de un terrorista y (los agentes) no hubiesen actuado de esa forma, habrían sido criticados, dijo Blair.
Las contradicciones que se sucedieron después del operativo confirman la falta de sustento de la sospecha que justificó la ejecución de Menezes.
Primero se dijo que el brasileño era observado desde que abandonó el edificio donde vivía para tomar un autobús, y que luego fue seguido en su viaje de 15 minutos hasta la estación de trenes.
Sin embargo, la policía no explicó por qué razón vigilaba a un electricista brasileño, ni por qué, si sospechaba que cargaba bombas, no lo interceptó antes de que tomara el autobús.
Una vez ejecutado, las autoridades anunciaron que estaba directamente vinculado con las investigaciones sobre los atentados frustrados del día anterior en trenes metropolitanos. Poco después, reconocieron que no existía tal vinculación.
Más adelante, las autoridades afirmaron que se trataba de un inmigrante ilegal y que por eso corrió cuando vio a la policía, pero luego se conoció que no era ilegal. Ni una palabra sobre las posibles razones de su huida.
Ya era aterrador saber que, sólo por estar en determinado momento en el lugar equivocado, se podía ser víctima de un ataque terrorista. Ahora, a esto se agrega el temor a ser víctima de una insana sospecha policial.
Los británicos piden que alguien los salve de los terroristas, pero también, por favor, que alguien los salve de sus salvadores.