Campesinos y científicos de Cuba avanzan en el aseguramiento de la diversidad genética en la agricultura mediante un programa participativo para el mejoramiento de semillas, que exhibe buenos resultados tanto en esta isla caribeña como en otros países del Sur.
Nosotros teníamos semillas, pero cuando fuimos a la Universidad comprobamos que las nuestras no tenían buenos rendimientos. Además, supimos que había variedades resistentes a las plagas y que se podían sembrar en un mínimo de condiciones, explicó a IPS Pedro Rodríguez, pequeño agricultor de la central provincia de Villa Clara.
Rodríguez conversa sin dejar de moverse entre las verdes hileras de su plantación de frijoles. Aquí hay sembradas 125 variedades de este grano, que estamos cultivando al natural, o sea, sólo con las condiciones que ofrece la naturaleza, para ver las que rinden en las condiciones más males, explica.
Una vez cosechados, cada variedad de frijol será identificada con un número, para que nadie se deje llevar por nombres conocidos, y se llevarán a una feria a la que asisten agricultores de la zona, con sus familiares. Estos encuentros son toda una fiesta e incluyen la degustación de platos con el producto que se lleva a la muestra.
Estas ferias de la diversidad propician el intercambio de experiencias entre los profesionales universitarios a cargo del programa y los productores, que seleccionan entre las semillas en exhibición aquellas que más se ajusten a sus gustos y condiciones de sus tierras.
Los agricultores siembran posteriormente las variedades que eligieron y, junto con los investigadores, evalúan los resultados del cultivo. El proceso incluye la capacitación en técnicas elementales de experimentación genética, que los agricultores aprenden de manera práctica y sencilla.
El sistema permite que las comunidades campesinas dispongan en pocos meses de una gran variedad de materia genética, diseminada mediante las ferias o el intercambio informal entre productores, parte de la cual responde a los requerimientos de mayor rendimiento, resistencia, sabor y valor cultural, entre otros.
A la vez, el protagonismo de los campesinos en todo el proceso eleva en éstos la autoestima, la capacidad creativa y de organización, al tiempo que mejoran su nivel de vida y sentimiento de autonomía.
Cuando a la gente se le da oportunidades el país crece. La gente debe participar en la toma de decisiones tecnológicas para lograr mayores rendimientos, esa es la vía, no las importaciones de alimentos, comentó a IPS Humberto Ríos, profesor e investigador del Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA).
Ríos encabeza el programa de Fitomejoramiento participativo de semillas que esa institución académica cubana comenzó a aplicar en el país entre 1999 y 2000, con respaldo financiero del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, con sede en Ottawa, Canadá.
Actualmente, en el proyecto colaboran también la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude), cuyo respaldo incluye la introducción de una tecnología para la conservación de granos en silos metálicos herméticos, que se fabrican en pequeños talleres instalados en las comunidades campesinas.
A juicio de José Oliveri Fariña, presidente de una Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) de la misma provincia, cuyos integrantes también están insertados en el proyecto, los silos han resultado decisivos en los aumentos productivos del campesinado de la zona.
Antes venía un ciclón, se llevaba el techo y se nos mojaba la cosecha, ahora no. También protegen de las plagas, que dañan tanto el grano. Eso nos da mucha seguridad, afirmó el agricultor, quien añadió que hasta fines de 2004 se habían vendido 328 de esos contenedores entre agricultores de la región.
Para Felix Senén Martínez, de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) el proyecto ha generado mucho entusiasmo y motivación entre el campesinado, que busca diversificar sus producciones con variedades de plantas que resistan las altas temperaturas y la sequía que persisten en Cuba en los últimos años.
Iniciado en parcelas agrícolas de las provincias occidentales de Pinar del Río y La Habana, el programa participativo de mejoramiento de semillas se extendió luego a comunidades campesinas de Holguín y Villa Clara, distantes más de 700 y 270 kilómetros, respectivamente, de la urbe capitalina.
Experiencias similares de diversificación genética y trabajo conjunto de académicos y agricultores se realizan desde hace algunos años en países de América Latina, Asia y África, en regiones donde las condiciones de clima y suelos son especialmente duras para los pequeños y medianos agricultores.
En síntesis, la estrategia busca aumentar la cantidad y calidad en la producción de granos básicos, en sintonía con las características propias de cada territorio. No hay semillas buenas ni malas, lo que hay son semillas para diferentes ambientes y gustos diversos, señaló Ríos.
Datos de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y de otras instituciones internacionales coinciden en que en el mundo existe casi un cuarto de millón de plantas disponibles para la agricultura, pero de ellas se usa menos del tres por ciento.
De modo que la provisión mundial de alimentos depende de unas 150 especies vegetales, de las cuales solamente 12 brindan tres cuartos del alimento consumido en el planeta y más de la mitad proviene de un número limitado de variedades de tres cultivos intensivos, que son arroz, trigo y maíz.
La concentración de la agricultura moderna en un pequeño número de variedades ha disminuido de manera alarmante la diversidad de plantas disponibles para la investigación y el desarrollo, tendencia que junto a la creciente industrialización agrícola son señalados como culpables de la llamada erosión genética.
El desuso, alertan los expertos, lleva al olvido y luego a la extinción, en un contexto en que millones de personas pobres del mundo dependen de las plantas para cubrir hasta 90 por ciento de sus necesidades de alimento, combustible, medicinas, refugio y transporte.
En ese sentido, se calcula que unas 1.400 millones de personas, agricultores de escasos recursos en su mayoría, utilizan y mejoran sus propias semillas para cultivar, lo que ayuda a mantener y enriquecer la diversidad genética, particularmente importante para la productividad y el desarrollo agrícolas.