La visión de un mundo dominado por Estados Unidos, en el papel de una Nueva Roma sin rivales, parece cada vez más una quimera de los neoconservadores que rodean al presidente reelecto George W. Bush, dados los déficit comercial y presupuestario sin precedentes y el empantamiento al que condujo la ocupación de Iraq.
Si no se impone al mundo la Pax Americana soñada por la coalición de neoconservadores, nacionalistas agresivos y cristianos derechistas que impulsó la guerra en Iraq, ¿qué ocurrirá? Tres posibilidades son las más discutidas en Washington por expertos en política internacional.
Entre las elites ajenas al gobierno predomina la idea de que se volverá a una filosofía realista como la del gobierno de George Bush padre (1989-1993), de modo que Washington mantendrá una hegemonía mundial acotada por su relativa debilidad económica, y deberá tener en cuenta los intereses de otras potencias cuando adopte sus principales decisiones en materia de política internacional.
Esta visión, que es mantenida por el ex presidente Bill Clinton (1993-2001) y fue defendida con énfasis este año por el candidato presidencial opositor John Kerry, derrotado por Bush el 2 de noviembre, da prioridad al fortalecimiento de las alianzas tradicionales de Washington, en especial la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Los realistas prefieren la acción multilateral y apoyan la intervención humanitaria en ciertas circunstancias, sobre todo con auspicio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la OTAN, como ocurrió en los Balcanes, Haití y Timor Oriental.
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La segunda alternativa, que es la preferida por Francia y China, se basa en concebir a Estados Unidos como una entre varias potencias de un mundo que es o tiende a ser multipolar, y en el que la intervención humanitaria o contra Estados renegados debe ser autorizada y coordinada por el Consejo de Seguridad de la ONU, quizá con más integrantes y más representativo de la comunidad internacional.
Esa visión, como la de Bush padre, apunta a asegurar la estabilidad, aunque sea a costa del predominio de Washington.
Si el mundo se ordenara de ese modo, una potencia no podría ejercer la violencia en forma unilateral contra la voluntad de las demás como hizo Estados Unidos en Iraq, ya que sería contenida mediante la diplomacia, las sanciones económicas o aun el uso de la fuerza.
Cuando las acciones unilaterales fueran cometidas por Washington, y dada su superioridad militar, el modo más probable de frenarlas sería el económico, por ejemplo negándole apoyo económico crucial para sus aventuras bélicas, o, en forma aun más potente, mediante la venta de dólares para forzar su depreciación, aunque esto pusiera en peligro la economía internacional.
Este tipo de orden internacional comienza a tomar forma aceleradamente. Según señaló el columnista Fred Kaplan en el diario The New York Times del domingo, los bancos centrales de los países productores de petróleo de Medio Oriente, junto con Rusia y China, están pasando mayores porcentajes de sus reservas a euros en vez de dólares.
Eso se debe a una estrategia diseñada específicamente para desafiar la hegemonía mundial del dólar, sostuvo T.R. Reid, corresponsal del diario The Washington Post, en su nuevo libro, titulado Los Estados Unidos de Europa: La nueva superpotencia y el fin de la supremacía estadounidense.
Incluso en el terreno militar, se desarrolla lo que los partidarios del realismo llaman un contrapeso del poder estadounidense, y la semana pasada Rusia y China anunciaron que realizarían sus primeras maniobras conjuntas en gran escala, con participación de submarinos y probablemente también de bombarderos estratégicos.
En marzo, China realizó con la marina de guerra de Francia las mayores maniobras militares conjuntas de su historia, y no se hizo esperar la reacción del Pentágono (Ministerio de Defensa estadounidense), que lanzó una fuerte campaña para que la Unión Europea (UE) no levantara el embargo de venta de armas impuesto a China hace 15 años, por la matanza de disidentes en la Plaza Tiananmen de Beijing.
Esa campaña fue acompañada por fuerte presión contra Israel para que cesara la venta a China de todo tipo de equipo militar, e incluso la restauración de equipo antiguo.
Una tercera posibilidad manejada por los expertos, no necesariamente incompatible con la segunda, es la de un caos internacional, si las grandes potencias no puedan imponer orden y estabilidad en grandes áreas del planeta, y en algunos casos ni siquiera en sus propias zonas de influencia directa, como no pudo hacerlo la UE en la ex Yugoslavia a comienzos de los años 90, ni Estados Unidos en Haití este año.
Un grave vacío de poder puede conducir a la anárquica pesadilla de una nueva Edad Oscura, de imperios menguantes, fanatismo religioso, saqueo endémico y pillaje en las regiones olvidadas del mundo, estancamiento económico y retirada de la civilización a escasos enclaves fortificados, sostuvo el historiador neoconservador británico Niall Ferguson, en la edición del verano boreal de la revista especializada estadounidense Foreign Policy.
Los únicos posibles rivales del hiperpoder estadounidense, la UE y China, son mucho más débiles de lo que parecen, porque el envejecimiento de la población y la decreciente natalidad conducen a Europa a declinar en términos de influencia e importancia internacionales, y China puede ir camino de una grave crisis debido a corrupción, falta de gobernanza, fuerte dependencia de las exportaciones y débil sistema financiero, afirmó.
Ferguson también admitió, con pena, que el coloso estadounidense tiene pies de barro, por el desequilibrio entre su poder duro (coercitivo) y su poder blando (de atracción), la dependencia de capitales externos, y la falta de experiencia y paciencia para construir naciones y mantener el imperio.
En vísperas de la segunda presidencia de Bush, que comenzará el mes próximo, la pregunta es hacia qué alternativa se inclinará, voluntaria o involuntariamente, el gobierno, que ha revivido una retórica multilateralista pero aún parece deseoso de controlar un mundo unipolar.
El aislacionismo siempre es la opción por defecto de la política exterior estadounidense, señaló Kenneth Adelman, un destacado neoconservador que integró la Mesa de Políticas de Defensa del Pentágono a comienzos de la guerra contra el terrorismo lanzada por Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
De hecho, en los últimos 21 meses, las frustraciones por la guerra de Iraq y por la ausencia de apoyo a esa campaña y a la ulterior ocupación del territorio iraquí por parte de los tradicionales aliados de Washington han aumentado la hostilidad contra esas naciones, incluyendo a las árabes y a Francia, y también contra la ONU y el multilateralismo en general.
Ese tipo de sentimiento, alimentado por las pretensiones de superioridad moral de la Derecha Cristiana y los neoconservadores, tiene una representación más fuerte que nunca en los poderes Ejecutivo y Legislativo.
*Segunda de dos partes.