A fines de 2001, algunos argentinos se sentían suicidas por permanecer en un país que se asemejaba a un barco a punto de naufragar. Tres años después, con la economía en recuperación, muchos menos piensan abandonar la nave, pero la costa salvadora aún no se divisa.
El público agolpado en grandes centros comerciales se empeña en contradecir la pobreza, el alto desempleo y la distribución regresiva del ingreso, que siguen siendo obstáculos enormes y difíciles de remover. Y está pendiente desde fines de 2001 la reanudación de pagos de una millonaria deuda externa.
Las mejoras que registran las estadísticas son ciertas, pero su efecto es tan sutil como una gota en el mar. Más aún, ese pequeño progreso perjudica a los más pobres, porque crea un clima de fin de crisis que reduce el flujo de donaciones y acentúa las condiciones de la pobreza.
Sabemos que la economía se empezó a mover, pero acá todo sigue igual, dice a IPS Julio Esquivel, habitante del asentamiento de La Cava, del distrito de San Isidro, en la central provincia de Buenos Aires.
Los que sí están mejor son los que viven en Las Lomas, afirma indicando el área vecina de residencias de familias ricas.
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Esquivel nació 38 años atrás en La Cava, donde viven unas 12.000 personas pobres. Allí, alzas y bajas se marcan por la variable laboral. Hace 30 años, se ganaba mal pero había pleno empleo. Veinte años atrás, las fábricas del barrio no eran como hoy galpones vacíos, y la madrugada se parecía a un hormiguero de gente saliendo a trabajar.
Ahora en ese horario solo salen los 'chorros' (ladrones), lamenta Esquivel.
Desde hace 10 años, Esquivel atiende un comedor comunitario en el que desayunan y cenan diariamente 350 niños y una decena de ancianos y enfermos. El centro se llama La casita de la Virgen y se mantiene con donaciones que cayeron este año, a medida que comenzaba a registrarse una recuperación de la economía.
En octubre estuvimos a punto de cerrar, pero el gobierno nacional nos mandó 2.500 kilos de alimentos y aquí estamos, relata Esquivel.
El problema de fondo es la falta de trabajo y la corrupción con que se manejan los subsidios para desempleados, que se entregan a cambio de apoyo político en manifestaciones callejeras, afirma.
Esquivel se enferma viendo como se utilizan los subsidios del plan Jefas y Jefes de Hogar sin Empleo, creado en 2002 para enfrentar la debacle social. A la gente eso le corresponde por derecho, pero ellos (los dirigentes políticos locales) se los entregan para que los apoyen, y muchos tienen que aceptar, afirma.
Los únicos empleos esporádicos de los últimos meses obedecen a una demanda estacional. Un comercio que trabajó más y contrató un repartidor extra, o más gente para limpieza o vigilancia, dice. Pero si no hay trabajo genuino, la gente no tiene dignidad, y en eso los cambios son muy aislados, asegura.
La economía argentina comenzó a salir del pozo en que se encontraba en el segundo semestre de 2002, tras una contracción de casi 20 por ciento en el producto interno bruto (PIB) desde 1999.
A fines de 2003 la actividad había crecido 8,7 por ciento y para este año se prevé un crecimiento del PIB de la misma magnitud.
El gobierno de Néstor Kirchner, que asumió en mayo de 2003, aumentó los salarios y las jubilaciones y lleva adelante una política económica austera, más que de ajuste del gasto público.
El desempleo, que llegó a 24,1 por ciento en el segundo trimestre de 2002, se ubicó en 13,2 por ciento en la última medición de este año, aunque se considera empleados a quienes reciben subsidios estatales por desempleo.
La proporción de personas pobres cayó de 57,5 por ciento en plena crisis a 44,3 por ciento a mitad de este año. La baja es sensible, pero el alcance de la pobreza es enorme en este país de 37 millones de habitantes.
Los datos generales indican que también hubo una franca recuperación del comercio y la industria, el consumo, las inversiones y la recaudación fiscal, factores que contribuyeron al incremento de las reservas monetarias. Sin embargo, el paciente apenas si salió del estado crítico.
Según una encuesta de la consultora de Graciela Romer, en los meses previos a la crisis, 43 por ciento de encuestados afirmaba su voluntad de abandonar el país, y 53 por ciento decía que permanecería pese a las malas perspectivas.
En enero de 2002, tras el peor colapso económico, social y político del país, el porcentaje de quienes pensaban irse era de 26 por ciento. Y esa proporción se redujo a 19 por ciento este mes. Muchos, inclusive, están volviendo de un exilio forzado, asegura la consultora.
Pero tampoco ese dato refleja una reconciliación plena de los argentinos con su país, porque los problemas persisten.
Mónica Wolowelsky, psicóloga y dueña de un restaurante para enfermos de celiaquía (el único en América Latina, dice orgullosa a IPS), se enfrenta a cerrar en los próximos meses, porque no consigue una clientela estable y solvente. Su marido fabrica ropa, y tienen dos hijos estudiantes.
El repunte es un poco ficticio, hay un sector que consume, pero es una franja muy acotada, el resto sigue inmerso la recesión, tiene problemas con las tarjetas de crédito, no puede pagar, describe. Wolowelsky y su familia se sintieron inclinados a emigrar tras la crisis.
Teníamos conocidos en Miami y fuimos en un viaje exploratorio, pero no nos gustó para nada así que desistimos, relata. Desde entonces, están como volviendo a empezar. La idea de buscar otro destino los ronda, porque Argentina es un país muy expulsivo.
Analistas sostienen que la sensación de caos social y político que sobrevino en el peor momento de la crisis va dejando paso a una sostenida recuperación de la confianza en las instituciones, proceso que muchos atribuyen a la gestión de Kirchner.
Con este gobierno tenemos más esperanzas, y un mayor acceso, asegura Esquivel, acostumbrado a interactuar con distintas administraciones. Por ejemplo, cuando íbamos a cerrar el comedor, mandamos una carta (a las autoridades) y nos respondieron en 24 horas con alimentos para ocho meses. Eso antes no pasaba, afirma.
Con una política decidida contra de la impunidad de las violaciones a los derechos humanos perpetradas durante la última dictadura (1976-1983) y a favor del saneamiento de la desprestigiada Corte Suprema de Justicia, Kirchner consiguió recuperar autoridad para el papel presidencial y enfrió un clima francamente contrario a los políticos.
Los aciertos en materia económica y la desorientación de diversos sectores de la oposición contribuyeron a consolidar la confianza en su gobierno.
Pero los problemas estructurales persisten y para 2005 se espera uno de los más grandes desafíos de su administración. El gobierno debe materializar en enero la demorada reestructuración de su deuda externa con acreedores privados, de más de 80.000 millones de dólares e impaga desde diciembre de 2001.
Apenas entonces se medirán los límites de la recuperación, cuando el gobierno enfrente los compromisos de un nuevo plan de pagos con los bonistas. Ese momento será clave para poner a prueba la solidez de la reactivación económica.
El economista Claudio Lozano, de la independiente Central de Trabajadores Argentinos, dijo a IPS que la relación entre el crecimiento previsto y lo que se piensa destinar a pagar la deuda supone un deterioro del ingreso por habitante que repercutirá en los más pobres.
El margen para resolver los problemas de pobreza e indigencia se reducirá, advirtió.
Por eso, con el fin de 2004, los argentinos celebran que la tormenta haya quedado bien atrás, aunque la gran mayoría sabe que falta mucho para pisar tierra firme.