Brasil recordó este jueves el décimo aniversario del Plan Real, que logró controlar el azote inflacionario de tres décadas, pero frustró anhelos nacionales de crecimiento económico sostenido, agravando la deuda pública y la vulnerabilidad externa.
El plan fue todo un éxito al bajar drásticamente la inflación, que había alcanzado 2.477 por ciento en 1993 y amenazaba con degenerar en hiperinflación en el primer semestre de 1994. Creó una nueva moneda, el real, que recuperó la confianza de la población.
La inflación acumulada desde julio de 1994 hasta hoy se limita a 167 por ciento, un porcentaje que antes del plan correspondía al alza de precios de unos pocos meses.
Desde 1986 varios gobiernos intentaban sin éxito contener la locura inflacionaria a través de medidas como la congelación de precios y la confiscación del ahorro popular. Pero los resultados eran efímeros y el rebrote de aumentos agravaba la tendencia anterior.
La total indexación de la economía, con valores corregidos mensualmente e incluso diariamente, neutralizaba esas medidas. El Plan Real triunfó atacando esa indexación y lo que sus creadores definieron como inflación inercial, es decir la realimentada por alzas de precios anteriores.
El éxito fue también político. La estabilización monetaria permitió en 1994 el fácil triunfo electoral del candidato a la presidencia Fernando Henrique Cardoso -que había impulsado el Plan Real siendo ministro de Hacienda- y sostuvo su popularidad hasta asegurarle la reelección en 1998.
Pero desde el segundo mandato de Cardoso se evidenciaron aspectos negativos, como el crecimiento mediocre de la economía, de 2,41 por ciento como promedio entre 1994 y 2003, la explosión de la deuda pública y las crisis financieras como efecto de turbulencias internacionales.
Fue una década cruel, la masa salarial bajó de 45 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 1992 a solo 36 por ciento actualmente, debido al desempleo y la caída de las remuneraciones al trabajo, lamentó el presidente de la Central Unica de Trabajadores, Luiz Marinho, en entrevista con la estatal Radio Nacional.
Hubo solo un año de prosperidad, después vinieron el estancamiento y la caída de la renta y del empleo, agravados por las crisis de México, Asia y Rusia, que llevaron al país a depender de ayuda financiera del Fondo Monetario Internacional, sometiéndolo a sus recetas.
La remuneración de los trabajadores cayó 15 por ciento entre 1998 y 2003, según el Departamento Intersindical de Estudios y Estadísticas Socioeconómicas.
En 1995, los sindicatos lograban recuperar las pérdidas de valor de los sueldos por la inflación hasta en 85 por ciento mediante negociaciones salariales. En 2001, esa proporción cayó a 58 por ciento, observó el centro de asesoría sindical.
El ex presidente Cardoso, quien dejó el poder el 1 de enero de 2003, defendió el Plan Real, afirmando que su objetivo era solamente doblegar la inflación y que los aspectos criticados, como el desempleo y el escaso crecimiento económico, se debieron a la política económica adoptada en los años siguientes.
Tal separación no es acogida por los economistas que critican especialmente la insistencia del gobierno de Cardoso en mantener la sobrevaluación del real hasta enero de 1999, cuando una fuga avasalladora de capitales determinó una gran devaluación de la moneda brasileña frente al dólar y la adopción de la libre flotación cambiaria.
El régimen de cambio controlado y casi fijo estimulaba las importaciones como instrumento para impedir subas de precios. Pero Brasil pasó de un superávit comercial de 13.299 millones de dólares en 1993 a un déficit de 3.466 millones en 1995, creciente hasta 1998.
El desequilibrio en las cuentas externas hizo que la deuda externa bruta, de 148.000 millones de dólares en 1994, aumentara a 241.000 millones en 1998, según el Instituto de Investigación Económica Aplicada del Ministerio de Planificación.
El ancla cambiaria tuvo como contrapartida una brutal elevación de las tasas de interés para atraer capitales extranjeros, con el consecuente aumento de la deuda pública. Esa deuda, dolarizada en gran parte para ofrecer garantías a los acreedores, registró otro salto con la devaluación del real en 1999.
La deuda pública, que no alcanzaba 30 por ciento del PIB antes del Plan Real, dobló esa proporción en los últimos años pese al esfuerzo fiscal, que hoy tiene como meta un superávit primario de 4,25 por ciento del producto.
Los resultados negativos del Plan Real constituyen la herencia maldita de la que se quejan el presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su equipo económico. Pero sus críticos los acusan de repetir esos errores, manteniendo la misma política del gobierno anterior, con fuerte ajuste fiscal y altas tasas de interés.