AMERICA LATINA: Mala nota en desarrollo de tecnología

El captopril es un medicamento contra la hipertensión que rinde miles de millones de dólares anuales a la industria farmacéutica. Su patente pertenece al laboratorio transnacional Bristol-Myes Squib, pero fue el médico brasileño Mauricio Rocha e Silva quien identificó en 1948 su sustancia básica, la bradicinina, a partir de estudios del veneno de la serpiente Bothrops jararaca.

Investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México descubrieron en la saliva del murciélago vampiro un principio activo anticoagulante mejor que los existentes en el mercado. El grupo de origen alemana Schering, que apoyó la Investigación, se adueñó del descubrimiento y lo vendió a firmas japonesas, sin pagar nada a esa casa de estudios.

Entre los investigadores ”falta una cultura de protección de la propiedad intelectual, de registrar patentes”, dijo a Tierramérica Carlos Vogt, presidente de la Fundación de Amparo a la Investigación del Estado de Sao Paulo, una de las principales instituciones brasileñas financiadoras de ciencia y tecnología.

Es necesario superar ese ”bloqueo cultural”, que se manifiesta incluso cuando se desarrollan productos para el mercado, sostuvo por su parte Eugenius Kaszkurewicz, un asesor del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Alberto Santos Dumont, considerado en Brasil el inventor del avión, no patentó sus descubrimientos, al contrario de sus rivales estadounidenses, los hermanos Wright.

Pero la baja cantidad de innovaciones reconocidamente latinoamericanas se debe principalmente a otras insuficiencias.

Los datos son desalentadores y parecen diseñar un futuro sombrío para la región: bajas inversiones, escasez de científicos agravada por la ”fuga de cerebros”, cantidades irrisorias de patentes nacionales y descuido en la protección de tecnología local. El rezago regional resulta dramático porque el conocimiento es el capital decisivo en la nueva economía, sostienen expertos.

La región dedica sólo 0,5 por ciento de su producto interno bruto (PIB) a investigación y desarrollo, contra 2,5 a 3 por ciento en Corea del Sur, Estados Unidos y Japón, una brecha que se refleja en la productividad y cuya superación exige políticas públicas que fomenten capacidades de innovación, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

La inversión latinoamericana en esa área proviene principalmente del sector público, mientras en los países industrializados, las empresas privadas son la mayor fuente de financiación.

En Chile, el aporte estatal es 65 por ciento del total y el privado nacional 20 por ciento, con 15 por ciento de inversión extranjera, según la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de ese país.

Las dificultades financieras de los Estados agravan la situación. Brasil, que destinaba uno por ciento de su PIB a investigación y desarrollo en 2000, quiere doblar esa proporción en 2006, y México desea llegar a uno por ciento, desde su actual 0,43 por ciento. En Venezuela la inversión en los dos últimos años fue 0,14 por ciento del PIB.

En Brasil se presentaron el año pasado 24.753 pedidos de patente, el doble de 1990, y 40 por ciento de las solicitudes correspondieron a residentes en el país. En México hubo 12.207 pedidos, y sólo 468 fueron de mexicanos.

El gran obstáculo a un mayor desarrollo tecnológico regional es ”el modelo económico sustentado en la venta de materias primas y servicios de mano de obra barata, a diferencia del modelo oriental caracterizado por absorción activa de tecnología”, declaró a Tierramérica Gustavo Biniegra-González, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.

Por ese camino América Latina ”no tiene futuro”, sentenció.

El gobierno mexicano ”no sabe que hacer”, pues ”la emergencia de China y otros países asiáticos como ensambladores con mano de obra barata y capaces de asimilar la tecnología avanzada” superó su apuesta en ese terreno.

El experto previó un ”desastre de tamaño inimaginable” para México si no aumenta las inversiones en ciencia y tecnología, cuya importación actual cuesta al país ”más de tres, quizás hasta cinco por ciento” del PIB.

No hay estrategia para sustituir el petróleo, que puede acabar ”en unos 20 años”, ni para emplear a 20 millones de campesinos ”que resultarán obsoletos por la importación masiva de maíz desde Estados Unidos”, y pagar pensiones a una población que envejece exige un crecimiento económico de por lo menos siete por ciento al año, evaluó.

Cuba, con un nivel de educación similar al de países industrializados, dispone de 559 trabajadores en investigación y desarrollo por cada 100.000 habitantes, más del triple que Brasil y 2,5 veces el índice mexicano.

Pero ”la existencia del conocimiento por sí mismo no garantiza en modo alguno el logro de resultados”, advirtió un economista cubano que pidió no ser identificado.

Muchos inconvenientes impiden ”convertir el conocimiento en riquezas para la sociedad”, como insuficiente articulación entre éste y el aparato productivo, escasez de capital para investigaciones, falta de protección intelectual y ausencia de una estrategia integral, explicó.

Los recursos humanos escasean en otros países. ”En Venezuela contamos con 5.688 investigadores registrados, pero aún tenemos un déficit de 12.000”, admitió Rubén Reinoso, director de formación del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

En México sólo hay un investigador en desarrollo tecnológico por cada 10.000 habitantes, contra 20 en Alemania y 42 en Estados Unidos, según datos oficiales. De los 100.000 becados para investigar en los últimos 30 años, seis por ciento se quedaron fuera del país.

De los 1.500 científicos chilenos dedicados a la investigación en 2000, un tercio estaban en el exterior.

Pero Vogt y Kaszkurewicz afirmaron que en Brasil ya hubo por lo menos ”tres historias de éxito”: el agronegocio impulsado por conocimientos de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria, los aviones de la Empresa Brasileña de Aeronáutica y la producción de petróleo en aguas profundas por la estatal Petrobrás.

Además, grandes inversiones en desarrollo de software permitieron a Brasil llegar a un nivel similar al de India y China en esa área, pero más volcado al mercado interno, al contrario de India, destacó Vogt.

Ambos expertos ven ”buenas perspectivas” para el futuro, después de establecidas las bases de una amplia estrategia gubernamental, incluyendo fondos para desarrollo tecnológico en 14 sectores, una nueva ley de innovaciones y una política industrial que estimulará inversiones empresariales en tecnología.

La fuga de cerebros de Brasil es menor que la de países en desarrollo, pero se acentuará si la creciente formación de especialistas no se acompaña de una ampliación de sus mercados de trabajo.

Las universidades estatales, las que más emplean investigadores, tendrán que ganar autonomía y organizarse para producir más innovaciones, mientras las empresas deben ”tener la osadía de multiplicar sus inversiones en tecnología”, sentenció Vogt.

Actualmente las empresas sólo emplean a 11 por ciento de los científicos brasileños, y el alejamiento entre ellas y las universidades ha limitado el desarrollo tecnológico y el número de patentes en el país.

* Con aportes de Diego Cevallos y Pilar Franco (México), Gustavo González (Chile), Patricia Grogg (Cuba) y Humberto Márquez (Venezuela).

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