Aunque sus planes de transformar a Iraq en una base estadounidense en medio del mundo árabe sufrieron un duro golpe, el gobierno de George W. Bush intenta reinventar a sus fuerzas militares como una policía mundial o «globocop», capaz de prevenir ataques a los intereses de Estados Unidos.
En el último mes, el Pentágono (Departamento de Defensa) confirmó planes para reducir sus fuerzas estacionadas en gigantescas bases en Alemania, Corea del Sur y Japón, y redesplegarlas en bases más pequeñas y dispersas a lo largo de un "arco iris" que pasaría por Asia sudoriental, Africa occidental y Guam, en el Pacífico.
El propuesto redespliegue, el mayor desde el inicio de la guerra fría hace más de 40 años, forma parte de una estrategia mundial para crear, según el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, "la capacidad de imponer poder letal donde sea necesario y cuando sea necesario, con la mayor flexibilidad y la mayor agilidad".
En cuanto al concepto de "necesidad", funcionarios del Pentágono declararon públicamente que estaría definido por las amenazas a la "estabilidad".
Pero un examen de los destinos en que Washington tiene más interés sugiere que el factor determinante es la proximidad con zonas productoras de petróleo y gas natural, oleoductos y gasoductos y rutas vitales de tráfico de esos combustibles.
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Con el colapso de la Unión Soviética, desapareció la necesidad estratégica de mantener bases militares con fuerzas convencionales en Alemania y otras partes de Europa, mientras la acumulación y el fortalecimiento constante de las fuerzas en Corea del Sur, donde Washington tiene cerca de 40.000 soldados desde hace 25 años, las convirtieron en un rival muy superior para Corea del Norte.
Además, la presencia y la conducta de soldados estadounidenses tanto en Europa occidental como en el noreste de Asia, en particular en Corea del Sur y Okinawa, Japón, los han vuelto cada vez más impopulares en los países sede y un foco de resentimiento contra Estados Unidos.
Por ejemplo, la presencia militar estadounidense en Okinawa enfrenta una dura oposición en esa isla desde la violación en 1995 de una niña japonesa de 12 años por tres infantes de marina.
Según informes militares estadounidenses, los soldados a retirar de Okinawa serían enviados al norte de Australia, una región vecina y muy vinculada con el sudeste asiático, en especial Indonesia.
La reducción y reubicación de efectivos podría reducir el sentimiento antiestadounidense, razona Washington.
De hecho, Estados Unidos retiró totalmente sus tropas de Arabia Saudita el año pasado, en gran parte porque su presencia se había vuelto políticamente insostenible.
Sin embargo, los planes están provocando creciente críticas en Estados Unidos y en el exterior. Las razones no son difíciles de entender, en particular a la luz de los acontecimientos de Iraq.
En primer lugar, los redespliegues propuestos parecen destinados a asegurar la capacidad de Washington de imponer una "Pax Americana" basada en su capacidad de ejercer un control militar unilateral sobre la producción y el flujo de recursos de energía desde Asia central, la región del Golfo y el golfo de Guinea, frente a las costas de Africa occidental.
Una segunda preocupación es el daño que la reubicación de las fuerzas podría provocar a alianzas desarrolladas durante la guerra fría, en especial con Europa.
El Pentágono pretende reducir a la mitad su presencia militar en Alemania (donde tiene unos 70.000 soldados y decenas de aviones) y enviar parte de las fuerzas de vuelta a Estados Unidos, y la mayoría a bases más pequeñas y menos costosas en Bulgaria y Rumania, más cerca del Cáucaso y de Medio Oriente.
"Las consecuencias potencialmente más serias de los cambios planificados no serían militares, sino políticas y diplomáticas", escribieron Kurt Campbell, ex funcionario del Pentágono y actual integrante del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, y Celeste Johnson Ward, en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs.
Los redespliegues, advirtieron, podrían interpretarse como el comienzo de un alejamiento de Estados Unidos de lo que Rumsfeld llamó despectivamente el año pasado "la vieja Europa", en referencia a Francia y Alemania, que se opusieron a la invasión de Iraq.
Esto, a la vez, podría fortalecer las tradicionales tendencias aislacionistas que, antes de la segunda guerra mundial, intentaron impedir que Washington se "enredara" políticamente con países europeos o instituciones internacionales de modo que pudiera limitar su libertad de acción en el continente americano o cualquier otra parte.
De hecho, el repudio de alianzas permanentes a favor de una "coalición de los dispuestos" contra el terrorismo no sólo recuerda al aislacionismo, sino que es totalmente coherente con la estrategia subyacente a los cambios propuestos.
Una preocupación similar aflige a Corea del Sur, de donde Washington retiraría más de 12.000 soldados, incluidos 3.500 que serán enviados a respaldar a las asediadas fuerzas estadounidenses en Iraq.
Corea del Sur teme que una reducción tan importante pueda complicar las tensas relaciones con Corea del Norte, pero también que sea una señal del deseo de Washington de reducir la incidencia de Seúl en un eventual ataque a Pyongyang, que desarrolla un programa de armas nucleares.
"Es una cuestión de psicología", opinó Derek Mitchell, antiguo experto del Pentágono en asuntos asiáticos, en declaraciones al diario Los Angeles Times.
Una preocupación similar expresaron Campbell y Ward cuando el redespliegue todavía estaba en fase de planificación. "A menos que los cambios se acompañen de una campaña diplomática eficaz y sostenida, podrían aumentar la ansiedad y la desconfianza extranjera hacia Estados Unidos", advirtieron.
En efecto, funcionarios de Alemania y Corea del Sur se quejaron porque no fueron debidamente consultados sobre los redespliegues, de los que sólo se enteraron por informes filtrados a la prensa o anuncios oficiales. Esto aumenta la impresión de Washington procede de forma unilateral, aun con sus más estrechos aliados.
Sin embargo, ese accionar no debería sorprender, porque la mayoría de los funcionarios del Pentágono que impulsaron la guerra contra Iraq (Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Douglas Feith) son los encargados de implementar la nueva estrategia mundial.
Aunque estos funcionarios han perdido casi toda influencia sobre la planificación de políticas en Iraq como resultado de su total imprevisión de los desafíos que enfrentarían las fuerzas de ocupación, ahora son protagonistas de la reconfiguración de las fuerzas militares de Estados Unidos para la próxima generación.