EEUU-IRAQ: El horror

El general retirado estadounidense Anthony Zinni advirtió ya en 1998 que procurar el desalojo del entonces presidente iraquí Saddam Hussein del poder amenazaría con desestabilizar todo Medio Oriente.

Zinni, un infante de Marina veterano de Vietnam y luego de su retiro enviado especial del presidente Bill Clinton (1993-2001) a Medio Oriente, comandaba por esos días el Comando Central de Estados Unidos.

Su llamado de alerta de hace cinco años fue lanzado ante el Congreso legislativo, al cuestionar la Ley de Liberación de Iraq que convertiría el ”cambio de régimen” del país árabe en política oficial de Washington.

Y en octubre de 2002, cuando faltaban seis meses para la invasión concretada en marzo pasado, sentenció ante la Conferencia Anual Fletcher sobre Estrategia de Seguridad Nacional: ”Estamos a punto de encender una mecha en esta región y nos arrepentiremos desde ese mismo día.”

Todo indica que Zinni no estaba equivocado, aunque el presidente George W. Bush intentó, en su discurso del Estado de la Unión la semana pasada, insuflar una sensación de confianza y control respecto de Iraq y de Medio Oriente en general.
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La posibilidad de una guerra civil en Iraq llegó a las portadas de la prensa estadounidense, que también informa que algunos elementos del gobierno de Bush impulsan, por primera vez desde mediados del año pasado, ataques contra el Partido de Dios (Hizbola) en Líbano y ciertos objetivos en Siria.

Al mismo tiempo, al no mencionar el conflicto árabe-israelí en su discurso, Bush dejó en evidencia su falta de interés en presionar por un cese de fuego bilateral, para no hablar de conversaciones de paz dirigidas a la creación de un estado palestino.

En otras palabras, las perspectivas del territorio que abarca desde las costas orientales del mar Mediterráneo hasta Irán son más turbulentas —posiblemente muchísimo más— que hace 10 meses, cuando los soldados estadounidenses avanzaron sobre Iraq desde Kuwait.

Desde entonces, los kurdos del norte de Iraq han demandado autonomía total, incluida la retención de su propia fuerza militar, en el marco de una federación, lo cual despertó alarma en las vecinas Turquía, Irán y Siria, países con gran población kurda.

Grandes protestas convocadas por el máximo clérigo del Islam chiita iraquí, el ayatolá Alí al-Husseini al-Sistani, rechazaron la semana pasada el plan estadounidense de transferir la soberanía de Iraq a un gobierno de transición sin que la ciudadanía del país lo elija directamente en las urnas.

Esas manifestaciones dejaron en evidencia una gran organización, convocatoria y disciplina, y despertaron en Estados Unidos la sensación de que, cualquiera sea el avance de Washington contra la insurgencia en el Iraq central sunnita, esa meta no se cumplirá tan rápido.

”Los agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Iraq advierten que el país puede estar encaminándose a una guerra civil”, indicaba, en el primer párrafo de un informe de portada, el diario Philadelphia Inquirer la semana pasada.

Los autores del artículo, periodistas duchos en desvelar secretos del gobierno de Bush, consideran que el fracaso de convocar elecciones directas en Iraq podría desatar un levantamiento en la amistosa población chiita, que representa 60 por ciento de los 24 millones de iraquíes.

Si los chiitas se vuelven contra la coalición militar estadounidense equivaldría a ”la pérdida de apoyo de los budistas en Vietnam”, dijo el experto en asuntos de Medio Oriente en el conservador Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) Antony Cordesman.

”Significaría perder la guerra”, agregó, como si faltara más aclaración en la alusión a la guerra de Vietnam que concluyó en 1974 con grandes pérdidas para Estados Unidos.

De todos modos, las elecciones directas también encerrarían un peligro.

”No podemos, simplemente, retirarnos y dejar a los chiitas dando forma al nuevo gobierno, porque eso desataría una guerra civil”, dijo el subsecretario (viceministro) de Defensa del gobierno de Bill Clinton (1993-2001) John Hamre.

Hamre, quien en su carácter de presidente del CSIS visitó Iraq en agosto para analizar la situación en el terreno a pedido del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, consideró que el gobierno está ”atrapado en una caja”.

Una caja con bordes afilados. Sistani y sus seguidores han aclarado que los chiitas, al igual que los sunitas, se oponen a un sistema federal que daría a los kurdos la autonomía que procuran para las áreas petroleras alrededor de Kirkuk.

Choques violentos y mortales entre combatientes kurdos y sus rivales turcomanos y árabes residentes en Kirkuk y en el área sunita han sido una constante desde el fin de la guerra, aunque poco divulgada por la prensa.

El hecho de que Estados Unidos haya permitido a los kurdos conservar sus armas no ayuda a aplacar los ánimos.

Mientras, la tensión entre chiitas y sunitas —que dominaron el gobierno iraquí desde la independencia— aumenta desde diciembre, cuando tres sunitas murieron en un atentado con explosivos en una mezquita de Bagdad.

Los representantes del gobierno estadounidense aseguran estar de acuerdo con los reclamos de elecciones directas formulados por Sistani.

Pero insisten en que no hay tiempo suficiente para organizarlas antes del 30 de junio, una fecha decidida más para no entorpecer la reelección de Bush que como compromiso para construir instituciones democráticas y viables en Iraq.

Si no llegara a funcionar el complicado sistema de voto en asambleas locales que Washington propone en para las elecciones, la opción sería crear un Consejo de Gobierno ampliado que funcionaría como autoridad de transición, aunque no hay acuerdo en cómo se integraría.

El gobierno estadounidense confía en la disposición a negociar de Sistani, quien se manifestó dispuesto a seguir lo que recomienden los expertos electorales de la Organización de las Naciones Unidas.

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