AGRICULTURA-ARGENTINA: Los nuevos ricos

Como naves espaciales que aterrizaron de pronto en medio de la pampa argentina, las cosechadoras son el símbolo de la nueva prosperidad rural del país con su andar cansino entre inmensos campos de soja, que ya desbordan los alambrados y llegan hasta la vera del camino.

Casi no queda lugar en la región central de Argentina en la que no se haya plantado esta leguminosa y oleaginosa. Los concesionarios de caminos y trenes, que quieren participar del boom, hacen convenios con los productores para aprovechar los corredores que quedan a los costados de las vías.

Las vacas, que durante décadas reinaron en la inmensa planicie húmeda del centro del país, permanecen ahora arrinconadas para dejar paso a la soja, principal producto de exportación y responsable absoluto de un nuevo bienestar en el campo que, para algunos, puede ser tan fugaz como una tormenta de verano.

En el último año se cosecharon 70 millones de toneladas de granos, 36 millones de las cuales correspondieron a soja. De este modo Argentina se ubica hoy como el tercer mayor productor mundial de esta planta, detrás de Estados Unidos y de Brasil, y como el principal exportador al colocar en el mercado externo 98 por ciento de su producción.

La llamada ”revolución verde” llegó a mediados de los años 90 de la mano de una semilla genéticamente modificada que dio lugar a la soja resistente al herbicida glifosato. Pero en los dos últimos años se conjugaron nuevos factores, externos e internos, que dieron mayor impulso al negocio y están transformando la vida en el campo.

En numerosos pueblos de las provincias más ricas de la pampa, como Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, se ve a los productores paseando en sus flamantes camionetas. ”La soja es un cultivo que no requiere mucha atención así que no hace falta quedarse a cuidarlo”, comentó a IPS Raúl Elías, dueño de un campo en Córdoba.

La devaluación de la moneda argentina en enero de 2002, tras 10 años de paridad fija uno a uno con el dólar, alteró positivamente el poder adquisitivo de los agricultores que destinan su producción a la exportación.

Además, la sequía en Estados Unidos y las mayores compras de China se combinaron de modo involuntario para presionar al alza los precios internacionales, al punto de que la tonelada de soja se cotiza actualmente a unos 240 dólares. Traducidos a pesos argentinos se trata de un valor sin precedentes.

Esa es una de las razones para que la superficie sojera creciera más de 100 por ciento en los últimos cinco años, como indicara en entrevista con IPS el productor Jorge Solmi, de la Federación Agraria Argentina.

”Vacas casi no quedan en la pampa”, exageró Solmi, quien tiene un campo de 100 hectáreas con soja en la zona de Pergamino, al norte de la oriental provincia de Buenos Aires, la más poblada de este país de 37 millones de habitantes.

Los límites de la soja se fueron corriendo hacia el norte, oeste y sur a expensas de otros cultivos como el algodón, papa, batata, maíz, trigo, lentejas o alcachofas. Inclusive la ganadería cayó. Según al último censo, el rebaño se redujo en dos millones en las principales provincias productoras de carne.

Para los ambientalistas, este boom es una hipoteca a largo plazo. Argumentan que si bien las ganancias son rápidas y elevadas, a la larga el monocultivo arrasa con la diversidad y crea un sistema que se presenta como muy redituable aparentemente, pero también muy frágil y dependiente de las oscilaciones del mercado exterior.

Los expertos sostienen que, si no se deja lugar a la rotación, el suelo se va a deteriorar de manera irreversible para cualquier cultivo y temen que eso pueda ocurrir justo cuando el precio de la soja ingrese en una fase a la baja debido al aumento de la producción y consecuente oferta.

Pero mientras los vaticinios más pesimistas no se cumplen, los productores viven en la gloria. Como la soja no requiere de mayores cuidados, la vida rural se trasladó a las localidades y pequeños centros poblados del interior del país, donde se observa el florecimiento del comercio, la construcción y en menor medida a la industria.

”Hacía años que no se veían las montañas de ladrillos y arena en cada cuadra en muchos de los pueblos. La construcción de nuevas casas o las refacciones, tanto en el campo como en las ciudades de provincia, es lo primero que se nota cuando hay un mayor bienestar entre los productores”, aseguró Solmi.

Los que concentran mayores extensiones de tierra -empresas nacionales, extranjeras, cooperativas- se enriquecen fuertemente por el precio de la soja, mientras que los pequeños y medianos productores cancelan sus viejas deudas y vuelven a invertir. Para los menos favorecidos de la sociedad también resurge la esperanza de la manos de nuevas oportunidades y empleos.

No es que las economías regionales se hayan recuperado, sino que muchas de ellas se pasaron de sus cultivos tradicionales a la soja y, al menos por el momento, disfrutan de este momento que saben puede ser efímero. En cambio, a la industria vinculada al campo se le presenta un futuro algo más sustentable.

La producción de maquinaria agrícola, principalmente cosechadoras, sembradoras y tractores, aumentó 80 por ciento en 2003, respecto del año anterior. Pero, además del incremento global en la producción por mayor consumo, hubo una fuerte sustitución de herramientas importadas por otras de fabricación nacional.

En los galpones, que otrora se veían cerrados a lo largo de las rutas que atraviesan la pampa, hoy se trabaja día y noche y, de acuerdo a testimonios de numerosos productores, no son pocos los fabricantes que deben ir a buscar a los soldadores y pintores a sus casas para que vuelvan a trabajar en sus plantas.

La fábrica Vasalli, que produce cosechadoras, es uno de los casos más emblemáticos de la recuperación. Creada en 1949, la empresa estuvo siempre a la vanguardia en materia de máquinas para el campo, pero en los años 90 quedó casi al borde del cierre por la competencia de las extranjeras John Deere y New Holland, entre otras.

A fines de la pasada década, Vasalli producía apenas 100 cosechadoras al año, mientras que en la actualidad llega a fabricar 40 por mes y cuenta con 480 empleados. Los hijos de su fundador se plantean ahora exportar maquinaria a otros países de manera de asegurarse nuevos mercados para cuando se estabilice la demanda local.

Un estudio del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria indica que la inversión en maquinaria agrícola comenzó a caer en 1997, con la crisis del sudeste asiático, para pasar de 913 millones de dólares a 319 millones en 2002. Sin embargo, ya para el año pasado esa cifra se había duplicado.

Sólo en materia de cosechadoras, el promedio de ventas en la década del 90 fue de 995 cada año. En 2002, el peor año de la crisis, las colocaciones cayeron a 550 y para 2003 habian subido hasta 1.700. Los tractores, que cayeron de 3.540 a 1.050 en 2002, volvieron al nivel de ventas previo a la crisis con casi 3.400 unidades.

También las arcas del Estado se ven beneficiadas de la prosperidad rural, pues por derechos de exportación recibe entre 20 y 25 por ciento, lo que equivale a retener el valor de uno de cada cinco barcos que salen de los puertos con destino a Europa o Asia.

Por eso, aunque son muchos los observadores que alertan sobre los riesgos de concentrar más de la mitad de la superficie sembrada del país en un sólo cultivo, tanto los productores como el gobierno intentarán prolongar lo más posible esta luna de miel que les brinda una prosperidad de la que hace mucho tiempo no gozaban.

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