Campesinos de Barlovento, la región de más fuerte herencia africana de Venezuela, saltaron a las grandes ligas para competir de igual a igual con sus productos frente a las marcas tradicionales del mercado de dulces, en un prometedor camino para salir de la pobreza.
La expresión usada para aquellos equipos a alto nivel en el béisbol, deporte que los apasiona, muestra acabadamente el desafío que asumieron, por ejemplo, hombres y mujeres que habitan el área de Sotillo, ubicada a 50 kilómetros al este de Caracas en el estado de Miranda.
Todo comenzó en 2001, cuando un puñado de mujeres creó la asociación Dulzura de Barlovento, para elaborar mermeladas y almíbares con frutas propias de la calurosa región, agregadas por los conuqueros (pequeños agricultores) a sus parcelas dedicadas sobre todo a la yuca y el plátano.
ôAquí tenemos dos líneas de producción, una es de frutas tradicionales, como lechosa (papaya), guayaba, parchita (fruta de la pasión) y piña (ananás), mientras que la otra apunta a una ôlínea naturista, con flores de cayena, orégano, lechuga y zanahoria. explicó a IPS la dirigente Carolina Pacheco.
La idea nación en un curso de dulcería criolla tomado por campesinas, que luego comenzaron su pequeña manufactura, a mondar frutas manualmente, cocer la pulpa en ollas caseras y envasar el producto en frascos semejantes a los de productos industriales, estampados con etiquetas rudimentarias.
Luego el departamento agrícola de la Fundación Polar, ligada al mayor grupo empresarial privado de cervezas y cereales del país, les prestó asistencia técnica para homologar el producto.
Así, las seis mujeres que atienden la pequeña factoría envasan entre 20 y 30 cajas cada mes, cada una con 36 frascos que venden a cerca de un dólar la unidad.
ôHasta hoy esta ha sido una ayuda para sostenernos, comentó Pacheco, de 36 años, con seis hijos y cuyo marido trabaja de camionero a destajo. ôPero ahora lo que hemos decidido es producir más en serio, según el pedido de los clientes.
Para ello ya se proveyeron de mondadora y licuadora medianas, y de una gran marmita para procesar la pulpa, en tanto se preparan para dar un nuevo etiquetado a su producto y, posiblemente, incluir el código de barras que demandan algunos de sus compradores.
Los campesinos de la zona ôse benefician porque ahora cultivan más fruta, y saben que aquí pueden colocarla, explicó Pacheco.
La asociación Dulzura de Barlovento ya ganó dos premios internacionales. Se alzó con el tercer concurso latinoamericano de emprendimientos económicos exitosos liderados por mujeres, realizado en 2002 en Cuenca, Ecuador, y con un concurso de prácticas de empleo rural no agrícola auspiciado por varios organismos, entre ellos el Banco Mundial.
Otra experiencia laboral parecida se desarrolla en Birongo, a 35 kilómetros al este de Caracas, que fue durante la colonia española y hasta la abolición de la esclavitud en 1854, un paraje de colinas boscosas y cuevas donde los negros esclavos buscaban refugio en ôcumbes (comunidades libres) tras huir de las plantaciones de cacao dirigidas por los blancos ricos o ôgrandes cacaos.
Sus descendientes, cultivadores del cacao, durante generaciones vendieron el fruto a los procesadores del ramo o se conformaban con elaborar el producto en bolas para ser derretidas en tazas, hasta que hace un par de años, también animados por la Fundación Polar, empezaron la elaboración de sus propios chocolates.
ôUn total de 19 personas, la mayoría mujeres, hemos trabajado en el secado, la molienda, la cocción y el vertido de este chocolate, narra Mercedes Zamora mientras extiende a IPS un pequeño bombón envuelto en papel brillante. Está relleno de mango, el sabor es delicioso, la textura todavía tosca.
El fruto, explicó a IPS Alejandro Reyes, responsable del área agrícola en la Fundación Polar, es molido por los birongueros con maquinillas de escasa precisión, como las que se emplean en la molienda casera del maíz, y la harina del cacao que resulta no alcanza para la delgada tesitura que se exige para alcanzar la mezcla de chocolate fino.
ôHemos hecho esto como nos enseñaron nuestros ancestros, pero nos hemos dado cuenta que, si queremos dejar atrás la pobreza, tenemos que ir hacia delante y saltar a las grandes ligas, observó a IPS Guillermo Peña, uno de los asociados.
La Fundación Polar decidió instalar en un galpón cercano una planta mediana para chocolate fino, comprada en Suiza de segunda mano, capaz de procesar entre 100 y 300 kilogramos diarios y entregar como producto terminado barras de chocolate envueltas en papeles aluminizado y de etiqueta.
Los más longevos del grupo impusieron la marca: ôLa flor de Birongo.
La planta de ôgrandes ligas estará en operación al concluir el primer trimestre de 2004, y se cederá en comodato (préstamo) a ôLa flor de Birongo, que para entonces se ampliaría a más socios de la zona y engarzaría con un proyecto que acarician los campesinos, de turismo asociado al cacao.
ôPodemos mostrar al visitante cómo es una plantación, cómo se cosecha y tuesta el cacao, cómo se bate el chocolate y como hacemos el producto final, indicó Luis Peña, otro integrante del grupo.
Varios poblados de la zona son centros de elaboración de tambores, de inspiración africana, con los que se animan bailes y fiestas religiosas y paganas. Otros birongueros se proponen como guías para los visitantes de las cuevas y manantiales de la zona.
Según Reyes, ôun elemento esencial de estos proyectos es el combate a la pobreza con la activación de fuentes de empleo rural no agrícola, y además se activa una cadena productiva que va desde la siembra hasta el transporte del producto final al consumidor, dejando por el camino ingresos para todos los prestadores de servicios.
La Fundación Polar ôapoya otros proyectos, de pesquería en el oriente del país y de empleo de las cañas de bambú y las hojas de vetiver (valeriana) para artesanías en el occidente. En todos los emprendimientos ha sido decisiva la participación de las mujeres, agregó el experto.