Hace 25 años se sabe que muchas bacterias son útiles para limpiar derrames petroleros en suelos de clima templado, donde los microorganismos se reproducen fácilmente y degradan las sustancias contaminantes. Esta técnica puede usarse ahora en la helada Antártida, gracias a un hallazgo de dos científicos argentinos.
El biólogo Walter Mac Cormack, del Instituto Antártico Argentino, y el bioquímico Lucas Ruberto, de la Universidad de Buenos Aires, se propusieron estudiar un proceso de remediación biológica eficiente en condiciones de frío extremo como las de la Antártida, donde la temperatura media es inferior a cero.
La remediación biológica —proceso para limpiar mediante microorganismos suelos contaminados con metales pesados o hidrocarburos— se aplica desde hace tiempo. Pero las bacterias que degradan hidrocarburos se reproducen a una temperatura entre 20 y 30 grados, explicó Mac Cormack a Tierramérica.
A cuatro grados no crecen y entonces los procesos (de descontaminación) no tenían éxito o eran demasiado lentos como para ser considerados eficientes, añadió.
Y había otro obstáculo.
El Protocolo de Madrid, que establece normas de preservación ambiental del continente helado, prohíbe introducir virus, bacterias o cualquier microorganismo de otra región, del mismo modo que impide la toma de muestras, salvo para fines científicos previamente autorizados.
El Protocolo es un anexo al Tratado Antártico en vigor desde 1961 y del que forman parte 45 estados, 12 de ellos miembros consultivos: Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Rusia y Sudáfrica.
Estas restricciones obligaban a utilizar bacterias autóctonas en todas las pruebas. La solución vino de la mano de los sicrófilos facultativos, que crecen a temperaturas muy bajas, pero se adaptan a un clima con más de 20 grados.
Las pruebas se realizaron en bases argentinas de la península Antártica, 1.000 kilómetros al sur de América del Sur, donde el clima es menos crudo, con el barómetro bajo cero la mayor parte del año y algunos días de hasta 20 grados en el verano austral.
Las investigaciones demostraron que la remediación biológica es posible en la Antártida, aunque no hay una estrategia única, sino depende de la cantidad de contaminantes y de la historia de los suelos a tratar.
Por ejemplo, los científicos trabajaron con las bacterias de suelos saturados de hidrocarburos cercanos a los tanques de almacenamiento de combustible.
En ese ambiente de contaminación crónica por el permanente goteo de gasolina, el suelo ya está acostumbrado a esa flora microbiana, que prolifera por la presencia de fósforo y nitrógeno y que degrada los residuos.
Para acelerar el proceso se adicionaron más nutrientes, con lo que se logró eliminar más de 80 por ciento de los hidrocarburos en menos de 60 días.
En cambio, en los suelos contaminados por primera vez debido a un derrame la respuesta de la flora microbiana autóctona, menos abundante, no era tan eficiente. Se hizo necesario sembrar más microorganismos degradadores, aislados en la zona, para acelerar el proceso.
Comparada con otros sistemas de descontaminación de suelos, como la incineración o el lavado, la biorremediación es el menos costoso.
Esto confirma que aun en ambientes tan extremos existe una notable adaptación de la flora bacteriana a los compuestos contaminantes, y que el proceso (de descontaminar por biorremediación) podría ser satisfactorio en el corto período estival, concluyeron Mac Cormarck y Ruberto en su informe.
La misma técnica puede utilizarse en la austral Patagonia argentina, donde se concentran las riquezas petroleras y gasíferas del país.
Casi 75 por ciento de la producción argentina de petróleo proviene de las cuencas de la provincia de Neuquén y de San Jorge, ambas en la Patagonia. Y en Neuquén se encuentra el gasoducto de Loma de la Lata, el mayor del país.
La biorremediación comenzó a utilizarse dos décadas atrás como complemento de la remoción física de los derrames provocados por diversos tipos de accidentes.
Si un barco naufraga y la marea negra llega a las costas, los microorganismos trabajarán sin urgencia allí luego de una primera recogida mecánica del vertido.
En el mar resulta más eficiente la remoción física, sostuvo Mac Cormack.
En cambio en la contaminación de suelos usualmente penetrados por hidrocarburos la limpieza mediante bacterias es ideal, a juicio de los científicos.
El suelo contiene el vertido, y entonces allí es más fácil aplicar la biorremediación, remarcó Mac Cormack.
Los accidentes más comunes en tierra son la perforación de un oleoducto o de una cisterna de combustible y los derrames por transporte.
En el continente blanco, donde el Tratado Antártico prohíbe cualquier explotación mineral o de hidrocarburos, los riesgos proceden del almacenamiento y traslado de combustible.
El accidente más grave ocurrido en la región fue el del buque Bahía Paraíso, que se hundió en las costas de la península en 1989, derramando unos 600 mil litros de diesel frente a la base Palmer de Estados Unidos, recordó a Tierramérica el biólogo José María Acero, responsable del Programa de Gestión Ambiental del Instituto Antártico Argentino.
Las consecuencias no fueron catastróficas porque el combustible era liviano y los vientos fuertes ayudaron.
Pero existen pequeños accidentes en la manipulación de combustible para las bases, para los cuales se trabaja con planes de contingencia, explicó.
En 1994 en la base argentina Marambio se rompió la válvula de una cisterna y se nos fueron 80 mil litros de combustible, recordó. Ahora hay mecanismos para evitar esas fugas.
Pero el hallazgo es importante para combatir un eventual derrame a gran escala que amenace al continente de 14 millones de kilómetros cuadrados, considerado un laboratorio natural para la investigación científica.
* Publicado originalmente el 13 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.