La coalición de derecha que llevó a Estados Unidos a la guerra contra Iraq este año está cada vez más agitada por críticas internas y externas sobre la marcha de la ocupación de ese país del Golfo.
El blanco principal es el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, que no logra explicar la estrategia nacional más allá de su admisión, en un memorando a sus principales asesores filtrado a la prensa, de que la situación en Iraq para no hablar de la “guerra contra el terrorismo” en general está prácticamente fuera de control.
Eso fue antes de que miembros de la resistencia iraquí mataran a 15 soldados estadounidenses el día 2 al derribar un helicóptero de transporte Chinook, y cinco días después causaran la muerte a otros seis al derribar un helicóptero Blackhawk.
Mientras, el conteo diario de soldados muertos, así como de los ataques contra las fuerzas invasoras encabezadas por Estados Unidos, casi se duplicó desde mediados del verano boreal, y la confianza pública en la política del presidente George W. Bush hacia Iraq continúa menguando.
Según una encuesta realizada por el canal ABC y el diario The Washington Post antes del desastre del Chinook, 87 por ciento de los ciudadanos cree que Estados Unidos se está empantanando en Iraq. Además, en los discursos públicos y en la prensa aparece cada vez con más frecuencia la temida inicial “V”, en alusión a la guerra de Vietnam (1960-1975).
Aunque los comandantes militares insisten en que los ataques a las fuerzas estadounidenses no llegan a constituir una amenaza estratégica, las últimas reacciones sugieren, por lo menos, un notable aumento de su preocupación.
La semana pasada, por ejemplo, el gobierno anunció la aceleración de sus planes para llamar al servicio activo a miles de soldados, policías e incluso funcionarios de inteligencia iraquíes, con mucho menos entrenamiento del contemplado originalmente y con un gran riesgo de uniformar a ex miembros del partido Baas, del derrocado presidente Saddam Hussein, y otros elementos anti-estadounidenses.
Además, las redadas militares estadounidenses contra supuestos bastiones guerrilleros en el “triángulo sunita” del centro de Iraq son cada vez más frecuentes e intensas.
Luego del ataque al helicóptero Blackhawk, aviones estadounidenses arrojaron bombas de 500 libras contra supuestos sitios enemigos cerca de las ciudades de Tikrit y Faluja, por primera vez desde que Bush dio por terminados los combates en Iraq, el pasado 1 de mayo.
Otros informes indican que tanques y obuses también participaron del ataque, que los comandantes en el terreno llamaron “una demostración de fuerza”.
Varios observadores advirtieron que ese tipo de tácticas puede arruinar la campaña por conquistar “las mentes y los corazones” de los iraquíes en las áreas sunitas más problemáticas, que según el jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, Paul Bremer, debe ser el centro de los esfuerzos de Estados Unidos.
“Estos crecientes ataques contra las fuerzas estadounidenses tienen dos objetivos claros: causar bajas y forzar una reacción que enajene a la población local”, escribió Milt Bearden, un funcionario retirado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en el diario The New York Times.
“Ambos objetivos están siendo alcanzados, porque las rápidas redadas de las tropas de la coalición para capturar a los autores de los ataques promueven la enajenación de los iraquíes”, señaló Bearden, que supervisó acciones encubiertas de Estados Unidos contra la Unión Soviética en Afganistán, en los años 80.
Pero éste no es el único riesgo de una táctica agresiva. Las demostraciones de fuerza también revelan al público, tanto estadounidense como iraquí, que la insurgencia debe ser tomada en serio.
En medio de esta compleja situación, el gobierno en general y Rumsfeld en particular reciben críticas cada vez más fuertes, tanto de aliados como de adversarios.
Los neoconservadores externos al gobierno, que fueron los más férreos impulsores de la guerra contra Iraq, se muestran contrariados ahora por la desesperación de Rumsfeld para sustituir tropas estadounidenses por iraquíes.
El semanario Weekly Standard acusó el lunes al jefe del Pentágono (Departamento de Defensa), su antiguo héroe, de subvertir los deseos expresos del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el presidente Bush.
“El presidente quiere ganar, y el Pentágono quiere salir”, escribieron William Kristol y Robert Kagan en un editorial titulado “¿Estrategia para la victoria o estrategia para la salida?”.
La estrategia de la “iraquificación” acelerada es un desastre potencial, porque las fuerzas iraquíes no estarán bien preparadas y casi seguro estarán infiltradas por miembros del Baas, advirtieron.
“Sólo son necesarios un par de errores para provocar un desastre”, señalaron Kristol y Kagan, fundadores del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, la plataforma sobre la cual se forjó la coalición de derecha que promovió el ataque a Iraq, en el marco de la “guerra contra el terrorismo” declarada por Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Para ambos observadores, la respuesta es aumentar el número de soldados estadounidenses en Iraq, en particular en áreas sunitas, y ampliar el ejército nacional de 10 a 12 divisiones, aun a riesgo de agravar la preocupación pública sobre la transformación de Iraq en un pantano, tanto en lo militar como en lo presupuestal.
Esta recomendación coincide con la del senador John McCain, del gobernante Partido Republicano, quien dijo la semana pasada ante el no gubernamental Consejo de Relaciones Exteriores que las acciones del gobierno, en contraste con su discurso, crean la impresión de que “nuestro objetivo en Iraq es irnos cuanto antes, no cumplir el objetivo estratégico de construir un país libre y democrático en el corazón del mundo árabe”.
Según McCain, Washington aún puede alcanzar ese objetivo con un mayor compromiso militar, “pero no si perdemos apoyo popular en Estados Unidos”.
Justamente eso es lo que está ocurriendo, a juzgar por las últimas encuestas y por las crecientes comparaciones de la actual situación en Iraq con la guerra de Vietnam.
El opositor Partido Demócrata, por su parte, se comporta con cautela, a la espera de nuevas oportunidades para ganar puntos políticos y atacar el unilateralismo de Bush.
Los precandidatos presidenciales demócratas coinciden con neoconservadores en que la estrategia de “recortar y huir” es inaceptable porque Washington perdería toda “credibilidad” otro eco de Vietnamen Medio Oriente y más allá, además de dejar a Iraq en manos del Baas o de terroristas islámicos.
La solución general que proponen los demócratas es internacionalizar la ocupación, desplegando fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bajo el comando estadounidense y entregando la administración civil y económica al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o a algún otro organismo multilateral.
Pero ambas opciones fueron rechazadas por Rumsfeld y el vicepresidente Dick Cheney en septiembre, y además el deterioro de la situación de seguridad en Iraq desde entonces hace menos probable que miembros de la OTAN o de la ONU deseen involucrarse en ella.