Ahora que el gobierno de Estados Unidos decidió acelerar la transferencia de la soberanía de Iraq a un gobierno autóctono, ¿por qué no invita a la ONU a ayudarlo con la transición?
En estos momentos, tal invitación parecería lo lógico, pues daría a la ocupación mayor legitimidad internacional y alentaría a otros países a aportar soldados y ayuda financiera para la reconstrucción, aliviando la carga de Washington.
Además, la ONU (Organización de las Naciones Unidas) tiene más experiencia reciente que Estados Unidos en administrar sociedades traumatizadas en todo el mundo.
La participación del foro mundial también contribuiría a cicatrizar la herida tan dolorosamente abierta entre Estados Unidos y aliados clave de Europa occidental, como Alemania y Francia, cuando el presidente George W. Bush decidió ir a la guerra en Iraq sin el aval de la ONU.
Además, eso impulsaría las posibilidades electorales de Bush. Dos tercios o más de los votantes estadounidenses prefieren que la ONU participe en el control del Iraq de posguerra, según numerosas encuestas, algunas de ellas realizadas aun antes de la invasión.
Después de todo, los costos de la ocupación en sangre y en fondos estadounidenses fueron la mayor amenaza para la reelección de Bush en noviembre de 2004.
Entonces, ¿por qué Washington se muestra tan reticente a pedir ayuda a la ONU?
La pregunta tiene varias respuestas posibles, y el orgullo no es la de menor importancia. Aun cuando el gobierno de Bush dio varios giros en U en su manejo de la ocupación de Iraq, se ha resistido a admitir que en algún momento siguió políticas equivocadas.
Así, cambios de 180 grados son descriptos por altos funcionarios como correcciones a mitad de camino.
Los halcones del gobierno de Bush creen, sin dudarlo, que dar responsabilidades en Iraq a la ONU creará un precedente muy indeseable para futuras acciones militares estadounidenses.
Existe convicción en el ala más derechista del gobierno de Bush en que la ONU es fundamentalmente incompetente, aunque, a juzgar incluso por la patriótica prensa estadounidense, sería difícil poner fin al zigzag político y a la confusión originados por los civiles que administran la ocupación en Iraq.
Aun aliados advierten eso, entre ellos el representante italiano en la ocupación, quien renunció abruptamente a comienzos de noviembre.
Por supuesto, también juegan un rol importante los contratos por miles de millones de dólares para la reconstrucción de Iraq asignados a grandes empresas estadounidenses.
Una administración de la ONU en Iraq podría dejar a Bush en una posición incómoda, pues podría confirmar las contribuciones de esas empresas a campañas políticas del gobernante Partido Republicano, e incluso obligar a anular algún contrato.
Pero tal vez el argumento más poderoso para la obstinación del gobierno sea el menos discutido.
El gobierno estadounidense podría estar intentando mantener bajo control la transición para asegurarse la posesión de bases militares permanentes en territorio iraquí.
Al administrar la ocupación sin ceder autoridad a la ONU, Estados Unidos podría establecer esas bases sin que constituya un obstáculo el cuestionamiento de países con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU como China, Rusia y Francia.
Además, al mantener el control exclusivo de la transición, Washington está en mejor posición de negociar con un futuro gobierno iraquí una presencia militar estadounidense permanente.
El diario The New York Times informó en abril que el gobierno planificaba establecer y mantener hasta cuatro bases militares en territorio iraquí por un periodo extenso.
Desde entonces, mucho se ha escrito sobre un repliegue militar estadounidense en Europa y en Asia para mejorar la capacidad de golpear con rapidez, fuerza y tal vez preventivamente en un arco de inestabilidad que va del golfo de Guinea a Asia Central, pasando por el Golfo.
A todas esas zonas petroleras y gasíferas se incluirían puntos críticos que podrían ser empleados como plataforma para contener a Rusia y China desde el Cáucaso hasta Asia oriental y el Pacífico.
De acuerdo con estos planes, la mayoría de los militares estadounidenses apostados en Alemania y en el resto de Europa occidental durante la guerra fría serán trasladados a Europa central y a los Balcanes, más cerca de dos áreas petroleras clave: el Cáucaso y Medio Oriente.
Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos sufrió los atentados terroristas que dejaron 3.000 muertos, Washington instaló bases en Uzbekistán y en Kirgyzstán, desde las cuales se lanzaron ataques contra Afganistán.
Y ahora no muestra intenciones de abandonar esas bases.
Al mismo tiempo, las fuerzas en Japón y en Corea del Sur podrían replegarse parcialmente, a medida que Estados Unidos recupere, como pretende, acceso a bases en Australia y en Filipinas.
La visita la semana pasada de un buque de guerra estadounidense a Vietnam, la primera en 1975, sugiere un renovado interés en ese país, fronterizo con China y con el potencialmente rico en petróleo mar de China Meridional.
En cuanto a Medio Oriente y el Golfo, los cambios ya están en marcha. El principal de ellos fue el abandono de una gran base aérea en Arabia Saudita y el despliegue de aviones de guerra en Qatar.
Kuwait y Qatar han sido operadas, de hecho, como bases militares por Estados Unidos desde 1990. Pero no serían tan necesarias si se instalan las cuatro que, según The New York Times, Washington pretende instalar en Iraq.
Se trata del aeropuerto internacional de Bagdad, la base aérea Talil —cerca de la meridional ciudad de Nasiriya—, una base en el desierto occidental, cerca de Siria, y la base aérea en la septentrional localidad de Bashur, en el Kurdistán iraquí, en la triple frontera con Irán y Turquía.
El secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, había negado en su momento los planes de instalar bases en Iraq.
Pero desde entonces, Washington ha dado señales de que pretende firmar con el futuro gobierno iraquí un Acuerdo de Estatuto de Fuerzas, tipo de convenio que regula el vínculo entre las fuerzas armadas estadounidenses y los países anfitriones.
Incluso en septiembre, los planes futuros para las bases militares en el Golfo eran un misterio, según Jessica Tuchman Matthews, presidenta del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, que visitó entonces Kuwait e Iraq junto con varios expertos invitados por el Pentágono.
Altos militares en Kuwait nos dijeron que necesitábamos 2.000 millones de dólares para mejorar los cuarteles de las tropas estadounidenses en Iraq para bases 'duraderas', pero no llegué a preguntar qué significaba 'duraderas', dijo Tuchman Matthews.
Y ya en enero, dos meses antes de la invasión, un alto funcionario del gobierno de Bush le dijo a la experta que las fuerzas en Arabia Saudita se trasladarían a Iraq, un anuncio que probó ser cierto.
La conquista de Iraq no será un acontecimiento menor en la historia, observó el presidente de la agencia privada de inteligencia Stratfor.com, George Friedman. Representará la introducción de una nueva fuerza imperial en Medio Oriente y la redefinición de la geopolítica regional.
La construcción de bases militares en Iraq es consistente con las ideas de los neoconservadores, que constituyen el ala más derechista del gobierno de Bush y que pretenden cambiarle la cara a Medio Oriente y fortalecer el dominio militar de Estados Unidos en el mundo. (