CIENCIA-ARGENTINA: Cerebros a la deriva

Es doctora en Química, investigadora a tiempo completo, profesora universitaria y directora de un instituto que forma científicos. Angeles Zorreguieta, de 42 años, ganaría en Estados Unidos al menos 40.000 dólares al año. Pero en Argentina cobra apenas un séptimo de ese monto.

”Es muy triste que haya becarios (investigadores jóvenes) que quieran irse del país con tanto que se invirtió en ellos, pero no se los puede condenar. Las posibilidades de desarrollo son escasas y los sueldos patéticos”, comentó a IPS Zorreguieta desde su laboratorio en la Fundación Instituto Leloir.

A lo largo del siglo XX, la ciencia argentina tuvo un desarrollo notable que trascendió fronteras con tres premios Nobel. Bernardo Houssay obtuvo el de Medicina (1947), Federico Leloir el de Química (1970), y César Milstein el de Medicina (1984).

Pero, por razones políticas primero —las sucesivas dictaduras militares— y económicas después, los científicos abandonaron el país en fuertes oleadas. En los últimos años, la llamada ”fuga de cerebros” devino en penoso éxodo de graduados y doctores, sin lugar en el cada vez más reducido sistema científico.

Este año, el gobierno de Néstor Kirchner dispuso aumentar 90 por ciento el presupuesto para ciencia y técnica, pero el incremento no alcanza.

”Es un cambio positivo, más dinero para equipos y para cumplir con compromisos ya asumidos, pero los que estamos vamos a ganar lo mismo”, explicó Zorreguieta.

El presupuesto del sector pasa así de 65 a 120 millones de pesos (de 23 millones a 42 millones de dólares) y hay aumentos de menor magnitud para todas las entidades públicas destinadas a investigación.

Pero el porcentaje del producto interno bruto destinado al área sigue bajo y pasó de 0,1 a 0,2 por ciento.

Kirchner consideró inadmisible que se formen recursos humanos que luego no se pueden aprovechar y dispuso prioridad para el problema que compromete el futuro del país, pues se pierde una contribución valiosa para el desarrollo.

Pero para Zorreguieta, esa voluntad no alcanza para aumentar el número de nuevas becas, que siguen siendo escasas.

”Eso debería ser lo primero a mejorar porque muchos becarios están convencidos de irse al exterior en cuanto terminen el doctorado, y esos recursos no se recuperan más”, advirtió la científica.

De acuerdo a datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, entre 50.000 y 100.000 científicos abandonan cada año algún país en desarrollo para radicarse en uno industrializado.

Los argentinos que dejaron el país se constituyeron en la primera comunidad científica latinoamericana en el exterior.

En la formación de un graduado que llega a doctorarse, el Estado invirtió entre 25.000 y 80.000 dólares, según las carreras, dijo a IPS la ingeniera Agueda Suárez Porto, directora de Relaciones Internacionales de Raíces (Red Argentina de Investigadores y Científicos en el Exterior).

Sin proponérselo el Estado está ”subsidiando” la formación de recursos humanos de altísimo nivel científico para que vayan luego a trabajar a países ricos que están en condiciones de ofrecerles buenos salarios y otros estímulos.

Según informes de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, unos 7.000 investigadores y científicos están radicados en el exterior, la mayoría en Estados Unidos.

Pero también hay ”cerebros” argentinos en Canadá, en países europeos y en algunos latinoamericanos como Brasil y México.

Una investigación del Centro de Estudios sobre Ciencia, titulada ”El talento que se pierde”, advirtió hace poco tiempo que Argentina está perdiendo la generación de recambio científico.

Los que están en el sistema tienen más de 35 años, y muchos de los recién graduados se van apenas después de obtener el título.

Según estimaciones privadas, hay más de 7.000 científicos argentinos el exterior, pero incluso esa cantidad duplica el total de los que trabajan en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el principal organismo del sector en Argentina.

Si se considera a los que trabajan en otras instituciones públicas, el número asciende a entre 19.000 y 23.000 activos, y unos 15.000 actúan en el sector privado.

El Estado es el que más invierte en ciencia, con 40 por ciento de los fondos, las universidades privadas y públicas destinan 29 por ciento y las empresas 26 por ciento.

Raíces, creada por iniciativa de la Secretaría de Ciencia y Técnica, sep ropone establecer vínculos entre los científicos migrantes y los que se quedaron, y crear programas de cooperación mutua para aprovechar, aunque sea en parte, esos valores distantes.

De hecho, el sistema no podría absorber a toda esa masa de profesionales. Además de sueldos bajos, las exigencias son mayores que las de otras profesiones mejor remuneradas.

Zorreguieta, hermana de la princesa de Holanda, Máxima, casada con el príncipe heredero, trabaja entre nueve y 10 horas diarias. ”Sin contar trabajo extra y viajes”, aclara.

Su principal responsabilidad es como investigadora del Conicet y como profesora en la Universidad de Buenos Aires. Por esos dos cargos recibe un ingreso total equivalente a 480 dólares.

Es además directora adjunta y honoraria del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, en el que se realizan doctorados y postgrados en biología y bioquímica. Allí supervisa a cuatro graduados.

También debe actuar como jurado en la selección de cargos docentes o evaluar tesis doctorales de colegas, lo que insume tiempo extra. Y no puede fallar. Cada dos años se evalúa su permanencia como investigadora del Conicet.

Su marido, Adrián Vojnov, también es científico. Todos sus estudios fueron en instituciones del Estado. Se licenció en biología y se doctoró en química. Ahora tiene solo un cargo de profesor en la estatal Universidad de Buenos Aires, por el que cobra 320 dólares mensuales.

Cuatro años atrás, Vojnov obtuvo una beca en Gran Bretaña, otorgada por el Fondo para el Mejoramiento de la Ciencia y financiada por el Banco Mundial y la Universidad de Buenos Aires.

Al volver retomó la búsqueda de empleo. El Conicet se resiste a incorporarlo, porque tiene más de 40 años de edad.

Apremiado por las urgencias de una familia con tres hijos, Vojnov se contactó este año con un colega emigrante en Estados Unidos.

Su antiguo compañero de estudios contaba con una subvención de cinco millones de dólares, otorgada por los estadounidenses Institutos Nacionales de Salud, para investigar el cáncer de piel en la Universidad de Carolina del Norte. Y contrató a Vojnov.

”Estuve cuatro meses allá y gané alrededor de 3.000 dólares por mes”, relató a IPS. Prefiere no hablar del sacrificio de separarse de la familia y los amigos. Está convencido de seguir colaborando con el proyecto desde Argentina, viajando a Estados Unidos periódicamente.

Entretanto, él también obtuvo un subsidio: una partida que le permitirá contratar a dos becarios para investigar las cancrosis, enfermedades bacteriales que atacan a los cítricos. No recibirá sueldo, pero se mantendrá en carrera y eso lo reconforta.

Vojnov sabe que en Argentina nunca obtendrá un gran salario, apenas la posibilidad de seguir investigando, aunque sea a caballo entre dos países. ”Hace un tiempo estaba preocupado, pero ahora estoy en un buen momento”, concluyó.

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