Los tres años de intifada (insurrección popular) palestina contra Israel dejaron en claro que el cruento conflicto de Medio Oriente no podrá resolverse mediante la fuerza, que ya costó sólo en este lapso la vida a más de 3.200 personas.
La desconfianza mutua fue profundizándose hasta hacer desaparecer los avances logrados en el proceso de paz de la década del 90, más allá de la tenue esperanza que despertó la asunción en marzo como primer ministro de Palestina de Mahmoud Abbas, más conocido como Abu Mazen.
Israelíes y palestinos continúan acusándose, Abu Mazen renunció este mes, pero ambas partes están convencidas de que la violencia seguirá cobrando víctimas mortales a menos que alguna cambie de rumbo.
En estos últimos tres años de intifada, cumplidos el lunes, y de ataques militares de Israel murieron 2.354 palestinos, unos 130 de ellos en atentados suicidas, y 867 israelíes. Muchos miles resultaron heridos de ambos lados.
Hoy muchos palestinos admiten que la ”militarización” de la intifada fue un error, aclarando que con ese término se refieren al uso de armas contra Israel, en especial los ataques suicidas a su población civil.
”Fue un error recurrir a la violencia”, djo esta semana el ministro de Seguridad de Palestina, Muhamad Dahlan, quien no fue incluido en el gabinete formado ahora por el sucesor de Abu Mazen, el nuevo primer ministro Ahmed Qureia (Abu Ala).
”Hemos ganado”, señaló el comandante en Jefe del ejército israelí, teniente general Moshe Yaalon, en marzo, cuando asumió Abu Mazen, en referencia a ese dirigente palestino que condenaba abiertamente el terrorismo y aseguraba que con los atentados los palestinos no habían llegado y no llegarían a nada.
Oficialmente, gobernantes de uno y otro lado sostienen que la intención es lograr la paz y que ésta es posible, que no todo está perdido.
El primer ministro de Israel, Ariel Sharon, insiste que no piensa hablar con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, pues, afirma, lo único que éste ha hecho es alentar y orquestar el terrorismo.
A su vez, Arafat recalca que Israel no podrá imponer eternamente la ocupación a los palestinos y que no será Sharon quien decida el futuro de la región.
Mientras, el propio destino de Arafat es incierto, al igual que el trato que Israel le dará al nuevo gobierno que intenta formar Abu Ala.
En medio de esa incertidumbre y de las mutuas críticas están los pueblos, que dicen estar cansados de la guerra y deseosos de un cambio.
Cada uno destaca más los errores de la otra parte, pero desde ambas poblaciones se manifiestan conscientes de que también el otro sufre, necesita y desea vivir en paz.
El médico palestino Majed Nassar, vicedirector del Gremio de Servicios Médicos en la zona de Belén, es uno de los que a sus 50 años se siente afortunado porque sus hijos no han sufrido ningún daño físico en la intifada, aunque le aclara a IPS que todos han sufrido a nivel psicológico.
También la israelí Orly Amir, de 33 años, que trabaja en una empresa de alta tecnología, cree que los palestinos en general preferirían vivir en paz, aunque no considera que su liderazgo lo conduzca a ello.
Por su parte, Ramzi al-Kurdi, un taxista palestino de 27 años de Ramallah, cree que inevitablemente llegará la paz, ”porque los pueblos, la queremos y necesitamos”.
Lo mismo expresa Rami Levy, un zapatero de Jerusalén, quien le explica a IPS que ”quizás, si quitamos a Sharon y Arafat, aunque no los comparo en absoluto, todo pueda cambiar”.
Es prácticamente imposible hallar hoy en día israelíes o palestinos que no se sientan afectados por los tres años de intifada.
Las diferencias en sus comportamientos suelen derivar de filosofías de vida determinadas, como el fatalismo de Levy. ”Yo no dejé ni un día de salir a cines y café por miedo a los atentados suicidas, ya que de algo, está claro, hay que morir y eso lo deciden allí arriba, no nosotros aquí en la Tierra”, señaló.
Levy agregó que, quizás por no tener todavía ”esposa o hijos por los que preocuparme”, se permite seguir con su rutina, como si nada. ”Pero a mi alrededor veo claramente que la gente tiene miedo y está claro que lo entiendo, no es para menos, si uno no sabe por dónde le viene la bomba”, indicó.
En cambio, Majed Nassar, residente en Bet Sahur, no tiene demasiados dilemas acerca de cómo conducir su rutina diaria, ya que ésta no depende sólo de él.
”Las restricciones a la libertad de movimiento en los últimos años han sido terribles y hace ya tres años que no salgo del país”, dijo a IPS, para añadir con tono sarcástico que ”los israelíes sostienen que soy un peligro para la paz de la región, aunque jamás he estado siquiera en prisión”.
Tratando de mantener su cordura en medio de lo que presenta como ”una gran prisión”, aclara que no hay en los territorios palestinos mucho que hacer ”más que trabajar y mantener vida de familia”, dado que no hay en su zona cines, ni teatros o grandes estadios deportivos.
Pero, al menos, se siente tranquilo por el hecho de que dos de sus cuatro hijos —de 15 y 17 años, que viven con él y su esposa— ”tienen buenos amigos, se encuentran con ellos y eso ayuda a tener una vida mejor”.
Lo principal, a criterio de este palestino, es que ninguno de sus hijos ha sido alcanzados por ninguna bala perdida israelí y que ”están siempre ocupados, en clases de computación por la tarde, o con amigos jugando al fútbol”.
En tanto, los otros dos hijos suyos, de 22 y 24 años, estudian y trabajan en Estados Unidos y no han venido a Belén en los tres últimos años, temiendo no poder regresar a tiempo a clases, por los problemas con Israel.
La intifada no necesariamente ha cambiado los conceptos básicos de las personas, en cuanto a la necesidad de la paz entre israelíes y palestinos, aunque ha aumentado sí la desconfianza entre las partes. En cambio, modificó el enfoque de muchos respecto del modo de proceder ante la adversidad.
La israelí Amir sostuvo que el cambio en ella es evidente. ”Yo he pasado de la desesperación a la indiferencia”, narró a IPS, para revelar luego que su hijo único, Ido, nació poco antes del estallido de la intifada.
”Comencé a ser madre cuando aquí todos parecían enloquecerse (…) Quería salir al parque con el bebé, para que viera el sol y tomar aire, pero andaba mirando para atrás. Sentía que tenía que estar recluida o que, de lo contrario, actuaba con irresponsabilidad”, contó.
”Pero ahora comprendí que no se puede seguir así y opté por hacer todo como si a mi alrededor no pasara nada. Es que de lo contrario, uno se enloquece”, admitió a IPS.
Por su parte, Ramzi al-Kurdi siente una gran diferencia en su vida, contando que los cierres y bloqueos de calle impuestos por Israel influyeron sobremanera en su trabajo de taxista.
”Menos gente puede salir y entrar como quiera y con la matrícula palestina, nosotros no podemos viajar ahora a Israel, a menos que uno tenga un permiso muy especial”, explicó a IPS.
”Israel no puede creer que sea posible tener paz y también ocuparnos, pero también nosotros nos equivocamos, porque cada vez que había (estallaba) una bomba en Jerusalén u otro sitio de Israel el ejército entraba y en sus operativos pagábamos caro”, sostiene en tono serio.
”La violencia fue un craso error que nos hizo perder mucho. Ahora, el estado palestino parece haberse alejado mucho, y la culpa no es sólo de Sharon”, puntualizó.
El cansancio es evidente y las ansias de cambio son muchas, pero la fe en un futuro mejor, inmediato, va acompañada en ambas partes de profundas dudas.
En Palestina están convencidos de que la visita de Sharon, entonces jefe de la oposición israelí, a la explanada de las mezquitas en Jerusalén fue lo que provocó y detonó la intifada.
Los israelíes sostienen, en cambio, que todo estaba planeado por Arafat para lanzar la violencia y que aquella polémica visita de Sharon fue sólo una excusa.
Esa forma distinta entender el comienzo del levantamiento popular palestino nada quita al hecho que ambas partes hoy sostienen que la violencia no puede seguir. Pero, para salir de ese profundo pozo, todos creen que habrá que esforzarse mucho más que hasta ahora. (