Los museos estatales de Argentina están al borde de la desaparición, con presupuestos ínfimos que apenas les permite sobrevivir y dependiendo de la contribución privada e internacional para llevar adelante las exhibiciones.
El colapso de fines de 2001 agravó a extremos insostenibles la situación de los museos, ya inmersos en la postergación de que son víctimas desde hace más de tres décadas todas las instituciones culturales.
”La actividad cultural en Argentina tiene problemas endémicos, pero suele ocurrir que en épocas de crisis se da un auge, se incrementa la producción, el trabajo y el interés”, dijo a IPS la directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Laura Bucellato.
Además de los inconvenientes de infraestructura y de las limitaciones para incrementar sus colecciones, los museos estatales comparten con el resto del país uno de los mayores problemas actuales, que es la falta de seguridad.
La Policía Internacional (Interpol) informó que 240 obras fueron sustraídas de museos argentinos en los últimos dos años, la mayoría de las cuales se estima que fueron sacadas del país.
El tráfico de bienes culturales robados es un negocio mundial de más de 9.000 millones de dólares por año y sólo es superado por la venta ilegal de drogas y armas, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
La inseguridad en Argentina también hace que coleccionistas privados, muchos de los cuales se iniciaron o incrementaron sus compras en la década del 90 cuando regía la paridad cambiaria un peso igual un dólar, prefieran mantenerse en el anonimato cuando prestan sus obras para ser exhibidas en un museo.
”En un país donde más de la mitad de la población vive en la pobreza, hacer ostentación de riqueza, como se hacía en la década pasada, sería una provocación”, comentó a IPS una vendedora de arte que tampoco quiso ser identificada.
Pero ser víctimas de robo o de secuestro por tener bienes valiosos no son los únicos temores de los coleccionistas. ”También hay cuestiones fiscales y de impuestos, porque en la actualidad muchas compras se hacen de manera informal”, agregó.
En el siglo XIX fueron los coleccionistas los que impulsaron la creación en el país del Museo Nacional de Bellas Artes, una institución que como otras fue posible que abriera gracias a donaciones y legados de privados.
Esa relación entre coleccionistas y museos se intensificó otra vez en los últimos 30 años debido al retiro del mercado de obras de arte de las entidades estatales por falta de apoyo oficial, en especial tras la instalación de la última dictadura militar (1976- 1983).
”El presupuesto oficial alcanza para los sueldos, los gastos fijos de electricidad, gas y teléfono, pero no para adquisiciones”, explicó Bucellato.
El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), dirigido por Bucellato, está en el barrio de San Telmo, la zona histórica ubicada en el sur de la capital argentina.
En ese edificio de 7.000 metros cuadrados, que data del siglo XIX cuando era un depósito de tabaco, se encuentra un importante patrimonio plástico de artistas argentinos concretistas, informalistas y neofigurativos.
También cuenta con las muestras permanentes de Antonio Berni, Alberto Heredia y Luis Seoane, entre otros de los más destacados plásticos que desarrollaron su obra en este país, y con salas de arte digital, música y vídeo experimentales.
”En los seis años que llevo al frente del museo sólo pude efectuar una compra”, se lamentó Bucellato, tras destacar que las donaciones de los artistas constituyen el principal aporte al acervo del MAMBA, seguidas por las que efectúan los coleccionistas particulares.
El MAMBA recibió el año pasado la donación de una colección de 300 grabados del argentino Antonio Seguí, valuada en 800.000 dólares, así como las de artistas y diseñadores de las décadas del 80 y del 90.
Para Bucellato, la agudización de la crisis no cambió demasiado la situación de los museos oficiales. ”Siempre trabajé en estado de emergencia”, dijo, luego de informar que en 2002 pese a todo se pudo inaugurar una nueva sala del museo y se realizaron muestras con obras de Suiza, Francia, Gran Bretaña e Italia.
Por su parte, la directora de la privada Fundación Proa, Adriana Rosenberg, coincidió en que la devaluación del peso argentino frente al dólar, dispuesta en enero de 2002, no pudo afectar los proyectos que estaban en marcha.
”Nosotros tuvimos una visión de largo plazo y no vivimos en la euforia”, apuntó la responsable de Proa, un centro de arte contemporáneo que patrocina Techint, uno de los grupos económicos más importantes de Argentina.
Proa funciona en una casona de estilo italiano del siglo XIX, ubicada en La Boca, un barrio también del sur de Buenos Aires y poblado con mayoría de descendientes de inmigrantes italianos. El edificio fue reciclado en 1996 para funcionar como un espacio para exposiciones, sala de conciertos y vídeoteca.
Según Rosenberg, ”los museos oficiales nunca tuvieron recursos porque un Estado que no recauda adecuadamente tiene poco para repartir”. Además, aseguró que un alto porcentaje de esos fondos oficiales se gasta en empleados administrativos, que son designados por intereses políticos.
”La función privada superó a la función pública”, como lo demuestra el caso de Proa, que ”es el desafío a largo plazo de un sponsor (patrocinador), que decidió financiar un centro de arte contemporáneo internacional en una zona marginal de la ciudad de Buenos Aires”, apuntó.
Empero, Bucellato destacó que, a pesar de tener un presupuesto escaso y no contar con recursos para hacer muestras en el exterior, el año pasado el MAMBA envió obras de Berni para que se expusieran en Brasil.
En su reivindicación del aporte privado, Rosenberg se refirió a dos de las principales iniciativas de los coleccionistas en los últimos años. La primera es el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, que costó 100 millones de dólares y fue inaugurado en 2001.
Ese museo alberga la colección del empresario Eduardo Constantini, una de las más importantes muestras del arte regional contemporáneo.
La otra iniciativa privada es el todavía inconcluso Museo Colección Fortabat, que alojará las obras de la empresaria del cemento y presidenta del Fondo Nacional de las Artes, Amalia Lacroze de Fortabat.
”Se trata de dos proyectos arquitectónicos creados específicamente para ser museos. Hay muy pocos antecedentes de casos como estos en el mundo, es decir de edificios que se levantan sin fondos públicos para ser destinados a museos”, enfatizó Rosenberg.
La experta entiende que la situación de los museos estatales podría mejorar ”si existiera la decisión política de eximir o rebajar los impuestos de los que contribuyen con determinadas instituciones o actividades”.
En Argentina se han discutido varios proyectos de ley de mecenazgo, con la intención de que quienes donen obras o cualquier bien a una institución pudieran obtener una reducción impositiva.
Bucellato opinó que ”la ley de mecenazgo es una asignatura pendiente de todos los gobiernos con el área de Cultura”.
”A través de una serie de ventajas, entre ellas los incentivos fiscales, las instituciones culturales no sólo podrían incrementar su patrimonio sino que también mejorar sus instalaciones o adquirir edificios”, indicó.
El Congreso legislativo aprobó una ley de mecenazgo en noviembre de 2001, pero fue vetada apenas asumió el cargo de modo provisorio el 1 de enero de 2002 el presidente Eduardo Duhalde, designado por el Poder Legislativo para completar en mayo de este año el mandato inconcluso de cuatro años de Fernando de la Rúa.
Entre los argumentos para rechazar la norma, Duhalde destacó que ”el costo fiscal que acarrean las exenciones debe solventarse con una mayor carga tributaria a otros agentes sociales”.